Un reconocimiento apasionado por este singular mundo que representa el universo de los toros
viernes, 9 de mayo de 2014
Previo a la feria de San Isidro 2014
¡Bueno va lo bueno, y ojito con la niña!
La nueva feria taurina ya es una realidad. Un desparrame de carteles deslavazados se sucederán inexorablemente durante un mes. Y aunque este acontecimiento taurino no es nada nuevo en tiempo, espacio y presentación tampoco lo son las intenciones regeneracionistas que evidencia pues sigue siendo más de lo mismo en este tétrico panorama de la fiesta. Incluso, se podría decir que la situación viene impuesta por la exageración en la ramplonería.
Curiosamente la feria sevillana va a pasar desapercibida y quedará tapada por la extrañeza en la que se ha desarrollado. Los empresarios de la Maestranza, que se han hecho fuertes tras el foso y las almenas del imponente castillo, aguantan el asedio al fortín por parte de las figuras guerreras que siguen manteniendo como estrategia militar el más rancio de los abolengos feudales. El pueblo sureño masculla por las voluntarias exclusiones de los desafiantes protagonistas, pero silencia. El desconcierto todavía está por digerir pues hay quienes aseguran que los empresarios y dueños de tan lujosa plaza -a pesar del desastre en la venta de entradas- obtendrán beneficios ya que el peaje señorial ahogaba de tal manera que se hacía urgente un acto inmisericorde de renuncia.
Casi nadie contento. El pueblo nada llano no entiende este asunto y creen que con unos tiras y aflojas se habría solucionado como siempre; los notables ponen sus armas en otras cruzadas rentables; y el común de los aficionados no se cansa de repetir que entre unos y otros la casa está sin barrer. Así que el estamento taurino ha dado brío a la escoba acrisolando Madrid. Porque díganme a qué se debe tal concentración de figuras y aspirantes a serlo en una sucesión interminable de acomodos inclasificables.
¡Cómo ha cambiado la cosa de unos meses para acá! Antes los diestros de rumbo no venían a la capital ni a coger el avión, aunque se deshacían en mil excusas propias de niños chicos que se sienten poco mimados. Ahora arden en deseos de aglutinar una centuria, poner una pica en Flandes y salir al galope con el pendón ganado. Por tanto, todo hace especular que la súper, mega, archi isidrada no va a ser madrileña, pero sí la más sevillana; no la más torista, pero sí la más atronadora; como tampoco la más necesaria, pero sí la más adversa.
La ausencia de equilibrio se agrava, por supuesto, con las pocas ganaderías que verdaderamente interesan a los aficionados. Y si repasamos los carteles que las complementan son incomprensibles por tanto desatinado azoramiento. Es cumplir con lo mínimo, sin una apuesta, sin una valentía, sin un contento pues el drama para estos aficionados y abonados no era el aprieto de elegir entre muchas corridas sino tener que apechugar con el excedente de mediocridad.
Así la presión vascular está servida. Se ha trasfundido plasma sin atender a la mezcla de los diferentes grupos sanguíneos creando de paso una crisis preocupante y despreocupada como respuesta a la necesidad urgente de aportar verdad a la fiesta y concretamente a la niña bonita de la feria taurina por excelencia -o eso creíamos-. Y este escenario es propio de aquella fantasía ideada y filmada por Benito Perojo llamado Goyescas, en el que una madura Imperio Argentina -mitad condesa, mitad cantaora- protagonizaba amores y celos en medio de una España que se desvanecía ante reyes, pretendientes, toreros, bandoleros, asedios y requiebros. Allí la tonadillera Petrilla, larga y lista, cuando alguien acometía galanterías en exceso, soltaba un mandoble y advertía: “¡Bueno va lo bueno, y ojito con la niña!”.
Lo dicho. “Ole, catapum, pum, pum…”
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