Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 19
de mayo de 2014
Undécimo festejo de la Feria de San
Isidro 2014
Novillos de El Montecillo para los novilleros
Francisco José Espada, Posada de Maravillas y Lama de Góngora.
Se precisa naturalidad
Por Paz Domingo
Se precisan muchas cosas en este oficio
tan caro del toreo, pero sobre todo hace falta naturalidad. Para alguien no
experimentado en materia taurómaca este concepto podría equivaler a sencillez,
quizá claridad, quizá sosiego. Sin embargo, en las normas de esto tan singular
que constituye la tauromaquia la noción de naturalidad lo es todo, ya que por
encima no puede darse ni más arte ni más técnica; en altura equivaldría a la
sabiduría, al conocimiento, a la intuición cuando el cuerpo y la mente superan
el miedo para dar rienda suelta y elevada al instinto, el movimiento y la
plenitud.
Está bien que los aspirantes a toreros
sean candidatos al aprendizaje. Y así hay que tratarlos. Pero, si estamos
hablando de chavales que se presentan en Madrid, en plena feria de tronío; que
deben saber de qué va esto del toreo –aunque estén a la espera de desarrollarlo-
con un ganado que ofrecen ciertas posibilidades de hacer monerías; que son tratados a priori con reverencia de maestro del siglo XIX; y que no despierten ni interés...;
que no sean capaces de dar ni un pase para que los críticos puedan taparles los
otros defectos...; que se quejen como plañideras afectadas porque los espectadores
no han visto todo lo bueno que llevan dentro...; que no sepan ni ejecutar las
suertes trascendentales; pues, ¡qué quieren que les digamos!, ¿la verdad de la
verdad?, o ¿la verdad a medias?
Pasaron por el albero los novillos de El Montecillo tan panchos y
crecidos como sargentos que dirigen la contienda, incluso algunos con galones
de tenientes, y ustedes, novilleros de nombre tan artístico y tan torero, fueron
incapaces de sacarle resolución ni a los lances de recibimiento y mucho menos a
los que pasaportan faenas. ¡Qué bochorno! ¡Señores! Los novillos tenían su
casta, algunos mansa y otros todo lo contrario, aunque se podía hacer toreo
bueno con más de la mitad de ellos. Que quede claro.
Y como no pareció que sobresaliera por
arriba un novillero sobre el resto, se pueden contar a groso modo sus intervenciones. Se
colocaron frascuelistas a recibir el
toro con el capote dando órdenes para que los peones le llevaran el animalito a
sus cercanías y luego desplegar trapo rectificando con la pierna atrás; abandonaron
la lidia desde el minuto uno, cuando era lo contrario lo que procedía; los
novillos les tomaron la medida rápidamente pero los animales juguetones se
llevaron un chasco porque a ninguno se le castigó como correspondía; los
segundos tercios los salvaron algunos nombres propios como Rosquillo o Parra -o
los distorsionaron más, como Muñoz- y aun así fueron el ejemplo de la desidia; y
si se habla del tercio de la muleta resultó todo al revés pues si habían
imaginado someter al primer lance, relajarse en múltiples tandas ligadas
y “disfrutarlo”, como dicen ahora, ya pueden asegurar que no dieron ni un solo pase
dominador, desconocen la profundidad, mienten en las distancias y confunden los
terrenos. Sobre todo, respetados jóvenes toreros, piensen y aprendan a hacer la
suerte suprema, en los tres tiempos, sin saltito, amarrando los trastos, sin
giros acrobáticos a las afueras, sin pretender engañar a nadie.
Es verdad, nos contentamos con poco
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