viernes, 31 de mayo de 2013

Crónica. Vigésimo primer festejo. Feria de San Isidro 2013

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo primer festejo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 30 de mayo de 2013
Toros de Adolfo Martín para los diestros Antonio Ferrera, Javier Castaño y Alberto Aguilar (que sustituía a Iván Fandiño)

Ya llegaron los toros

Ya llegaron los toros pero no se ataron todos los cabos. La corrida de Adolfo Martín fue en presentación una de las mejores que se recuerdan; en entretenimiento, una de las más completas; en expectación, tan esperadísima como en idénticas pasadas ediciones monocromas y fallidas; y en contradicciones, tan gratificante porque propone diversidad de juicios. Esta vez había toros muy parejos en caracteres y de parecida materia: casta sin rotundidad, enfrentamiento complicado, empuje discreto bajo los petos, con poder, mucha credibilidad y respeto que llegaron al último tercio mostrando una dureza tan reservona como aplomada, tan peligrosa como difícil, quizá ciertamente alejada de lo que es la esencia albaserrada por parte de madre y de saltillo por parte de padre. Y esta vez había toreros que les podían andar por derecho, siendo Javier Castaño y su cuadrilla los más claros exponentes de esta soberbia pelea catalogada a la antigua.  

Sucedió en el sexto ejemplar que cerraba la larga tarde torera después de dos horas de intensidad, cuando la luz tibia del atardecer ponía luces tornasoladas. El turno de lidia se había alterado en el quinto porque Javier Castaño había recibido una sutura de emergencia en su mano derecha y salió de la enfermería dispuesto a poner en lo más alto la maestría en el arte de lidiar toros. La cuadrilla con él. El toro acompañaba con aire de estampa añeja, con genio y defensas que se vuelven hacia los lomos, con el mismo color del cielo anochecido. El varilarguero toreaba a caballo, citando con la pica en alto, llamando de frente con desenvoltura. Protestó el veleto animal en el primer encuentro con el peto pero no se resistió a dos más porque el reclamo estaba bien colocado y la pelea bien medida. Los subalternos bregaban con temple y dejaban verse altivos en el cuerpo a cuerpo de las banderillas. ¡Qué hermoso es el toreo de frente!, el acercamiento gallardo; el miedo controlado; la exposición verdadera; el cite ponderado; el encuentro ganado; la fuerza vaciada; la retirada tranquila, la suerte bien hecha. Así fue tres veces.

Faltaba ponerle la muleta al cárdeno que alzaba su trapío desafiante. Fue a su encuentro Castaño. En los primeros lances iba desgajando uno a uno sucesivos naturales sacados a fuerza de poder, desafío y peligroso sitio. No se afligían ni uno ni otro. El animal irrumpía en desaires violentos que rebañaban la silueta del otro cuerpo cuando lo sentía cerca. El torero le esperaba sin rectificar. Ponía el engaño de nuevo perseverando, y aguantando, sin que los gañafones le quitaran del sitio. Era cuestión de poder. De poder a poder. De Castaño a Marinerito. De poder con el cuerpo cuando el miedo tambalea las piernas. De poder con la cabeza cuando se hace imposible controlar el instinto. De poder aguantar el aliento en el estómago. De poder tener alma torera.

Castaño, el torero descomunal de enfrentamientos verdaderos, lo había hecho todo salvo dar muerte a la primera. Salió vivo de la suerte después de pinchar y de que le esperaba Marinerito con la lección aprendida y la cabeza altiva. Se apagaron los aires triunfalistas. No hubo oreja a una faena que en sí misma vale más que cien conquistas. Posiblemente a muchos les importe esta circunstancia tanto como a los pulcros presidentes que miden los trofeos según sus propias apetencias pero el caso es que Castaño disparó la valentía a cotas de grandeza y dio la vuelta al ruedo como general que pasa revista a su tropa.

El trofeo se lo había llevado Antonio Ferrera en su segunda actuación. El otro momento de la tarde. Más bien podría definirse como el momentazo porque no se había visto jamás unos tercios de tan larga duración en las crónicas pasadas (al menos en mi experiencia). Pueden echarle quince minutos en el primer tercio, más de veinte para el segundo y otro tanto para el resto. La cosa fue como sigue. El toro estaba bien presentado, también veleto, cornivuelto y de testuz acarnerada. Algo flojo parecía. Capoteó Ferrera airosamente, muy fresco y sin conceder terrenos rematando con media buena, arrollada y enroscada a su figura. Llevó al ejemplar galleando con mucha teatralidad agachando el cuerpo y arrastrando cuidadosamente el capote en forma de cebo en las pezuñas bovinas. Se arrancó. Le hundieron la vara en la columna vertebral. Derribó. El susto que se llevó el jinete provocó que Ferrera se empeñara en hacer las cosas como debían ser (él mejor que nadie sabe cómo hay que hacerlo, entre otras cosas porque lleva muchas corridas a sus espaldas con animales de esta temida naturaleza). Entendió bien las apetencias del público, tanto como el control de la situación. Daba órdenes de colocación al desorientado jinete que desobedecía sistemáticamente una y otra vez. No quería ni oír al maestro de lidia, ni llamar al toro cornivuelto, ni levantar la vara, ni hacer nada. Mientras Ferrera daba chicuelinas o galleaba vistoso. Tardó el toro en llegar de nuevo al segundo encuentro del peto y, cuando lo alcanzó, el caballero picó en el aire, atrapó en la carioca y aprovechó para rebañar un poquito.

Se descubrió Ferrera con arte para la representación dramática. Cogió palos y capote. Fue al centro del ruedo. Colocó la seda a modo de don Tancredo, o de tienda de campaña, como prefieran. Se dejaba ver. Se paseaba. El tiempo corría. Los minutos se alargaban. Se preparaba. Ponía garapullos. Jugaba a movimientos sensuales de cadera en la cara del toro y dejó, después de larguísimas pausas, un par al quiebro por los adentros bastante meritorio en ejecución, todo sea dicho. Los corazones empezaron a acelerarse tras dos tandas -más o menos ligadas y más o menos realizadas-. Nos enseñó la preferencia por los terrenos centrales que tenía el ejemplar de Adolfo Martín. Luego, le dio por el parón, por echarse encima y dejar una estocada en lo alto. La oreja cayó del lado de Ferrera, menos rústico que de costumbre y al que descubrimos facultades para la escena.  

Recurrió también a los tiempos muertos en la lidia del soberbio toro–recibido con aplausos- al que correspondió abrir plaza. Desaprovechó el pitón potable y los primeros instantes de recorrido para terminar ambos parados y escondidos en la puerta de chiqueros. Dejó una estocada desprendida y pedía con frenéticos espasmos la oreja que no concedieron. Uno saludó desde el tercio mientras el otro se fue en el arrastre sin que le hubieran aguantado lo que merecía.

La complicación del comportamiento del ganado dejó fuera de la escena a Alberto Aguilar que no pudo revalidar su heroísmo del pasado domingo. En su primera intervención retrasó la muleta, desaprovechó el lado bueno cuando el toro estaba dulzón, y ambos terminaron ensimismados, achicados y parados. Después, en el que hizo quinto en el orden de salida, se arrugó tanto en el intento de faena como se había desorientado la cuadrilla en los quehaceres de la lidia, circunstancia que permitió al animal enterarse, espabilarse y crecerse. Pasaron muchos apuros los subalternos en banderillas, obligados a poner una a una. Los mismos aprietos padeció el joven diestro que comprobó de buena mano que estos toros tienen mucha retranca cuando uno se descubre a la primera oportunidad. El toro no parecía tener tanta mandanga, como tampoco se podía creer que Aguilar no fuera capaz de hacer frente a la papeleta después de saber de su gran arrojo torero. Pero así quedó la cosa: en tablas.

Entre medias existió la fabulosa lidia al segundo de la tarde por la cuadrilla de Castaño, el más completo equipo en torería de cuantos circulan por el orbe de la tauromaquia. Le sacaron todo lo que pudieron de bueno, el más terciado, abanto y protestado -por flojo- de la tarde. Las cosas se le pusieron muy difíciles al diestro que sorteaba  gañafones directos al cuerpo en forma de ganchos pugilísticos. A pesar del riesgo que le puso no caló en los tendidos. Salió de la peligrosa aventura con un puntazo en la palma de la mano que descompuso mucho la colocación del estoque y que, después, le arrebató el triunfo pleno cuando la luz tibia del atardecer ponía luces tornasoladas.

Una vez más la corrida de Adolfo Martín tiene su polémica porque el círculo sigue sin completarse y el juego de los toros no convence con plenitud, pero ahora el guión era más apasionado, la interpretación protagonista más creíble y el desenlace, en definitiva, resultó poderoso. 

jueves, 30 de mayo de 2013

Crónica. Vigésimo festejo de San Isidro 2013

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo festejo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 29 de mayo de 2013
Anunciada la ganadería de Jandilla y remendada con dos de Las Ramblas y un sobrero de El Torreón para los diestros El Fandi, Daniel Luque y Jiménez Fortes.

Cualquier cosa

A cualquier cosa le llaman toro. Seis sucedáneos marcados con tres hierros diferentes nos dieron de propina en este día también estampado para la decadente fiesta que se ha montado sin vergüenza torera. Seis bovinos de asco de los que cotizan con altos impuestos; de los que alimentan con pienso vitaminado; de los que protegen sus defensas para lucir pitones resquebrajados como mondaduras de plátanos; de los educados en buenos colegios pero resultan ser batracios en resultados; de los que se quedan molidos antes de recibir la muerte; de los que dan coces en vez de embestir; de los que hacen aborrecer hasta las inquietudes más ingenuas.

A cualquier cosa llaman tauromaquia. Tres ejemplos: un tratado desmedido y dos estudios aún no impresos. El primero corresponde  al compendio taurómaco de este torero especialista en movimientos alegres llamado El Fandi, el mismo que exhibe sus reglas enciclopédicas de carreras hacia atrás para convertirlas en un epítome insoportable por pésimo. Hasta fracasaron sus facilidades porque allí dejó su impronta fallida que enredaba con tiros a puerta a la chilena, sus regates citando con “sálvese la parte”, con retóricas a balón pasado. Atrás, cita. A la zaga, reclama. A la cola, quiebra. A las espaldas, corre parando el golpetazo. Esto es en resumen, el tratado taurómaco del diestro de maneras disparatadas que al primer animal moribundo le endosó desatinos de ninguna enjundia, aunque pueda haber alguien que sea capaz de tragarse con beneplácito esta antología cantaora. Satisfecho no parecía El Fandi. El cuarto producto de alquimia bovina, -harto de tantas correrías y crudo en el caballo-, se dejó (como dicen ahora) que le asaran como las doradas “a la espalda” que, como se sabe, cuecen emparedadas en sal gorda. El diestro le endilgó garapullos con regates al envés, bastonazos en el destoreo de rodillas, palmaditas a la grupa, arrebatos rústicos con el estoque de mentira en forma de bofetadas y bajonazo al estilo del regate que ha hecho famoso a El Fandi. Si llega a dejar el estoque como las banderillas -en la extraordinaria facultad de llamar, correr, poner y frenar dando los cuartos traseros al sucedáneo ejemplar- sale encumbrado a mayor gloria de lo que fue Paquiro.

En el segundo ejemplo se puede considerar la mala racha de Daniel Luque que no le salen las cosas rodadas y no puede mostrar al mundo de lo que lleva dentro. Tres tardes completas. Seis faenas de nada. Muy rotundo en el adorno periférico; muy templado en la estética; muy hábil en las tareas de primeros auxilios al sobrero de El Torreón a pesar de que no llegara, una vez más, su arte basado fundamentalmente en el terreno distante. Dejó el diestro una estocada caída, tras dos pinchazos, que provocó derrame y en su segunda actuación -a un animal de la misma raza- entró al descabello sin haber dejado el acero. Después, daba Luque puñetazos a las tablas manifestando su contrariedad por tanto infortunio cuando debía estar agradecido que no le hayan corrido a gorrazos después de tanto empeño por esa disertación en oblicuo que demuestra y por lo el toreo bueno que se guarda.

En el tercer recorrido universal está Jiménez Fortes. Bueno está, también, bien colocado en la cartelera de sesión doble porque lo que es delante de lo que hay que estar parece un torerillo que no sabe de cargar la suerte. Con su pierna atrás, como un figurín que llama en las distancias, pierde los engaños y se tira de cabeza al arrimón con juegos pendulares.

Y llovió. Hizo mucho frío. Y los tendidos se despoblaron aprovechando la excusa de la llovizna que calaba en el desánimo. Allí se quedaban los empresarios escondidos y los hombres de discurso políticamente correcto tapando la verdad inconfesable. De allí se fueron a casita los aficionados como alma que lleva el diablo. No se extrañen. Sus cuerpos molidos no están por la insoportable paliza diaria y tienen apetencia de cualquier cosa, menos de esto. 

martes, 28 de mayo de 2013

Crónica. Decimoctavo festejo. Feria de San Isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. Lunes, 27 de mayo de 2013.
Novillos de Carmen Segovia para Tomás Campos, Curro de la Casa y Sebastián Ritter. Decimoctavo festejo de la Feria de San Isidro 2013.

El oficio para matar toros de lidia

Por Paz Domingo
Hoy se habla del arrimón tan formidable que protagonizó el novillero colombiano Sebastián Ritter al final de la tarde, precisamente cuando todo estaba dicho y los titulares estaban dispuestos. El animal de mansedumbre y descastamiento a lo grande posiblemente no ofrecía más lucimiento que el desafío cuando uno es aspirante a torero de alternativa, además de nuevo en la plaza. Nada sorprendente, salvo la manera en que el novillero realizó la provocación de incitar la inútil embestida del animal tocándole con sus piernas y estómago. Resultó poderoso Ritter, sin enmendarse, sin retroceder, sin afligirse por la mala suerte al intentar la lucha con un mulo de tan alta consideración.

Los aficionados estaban pendientes del joven. Algunos porque ya han visto algún detalle prometedor en sus maneras y otros porque saben que Corbacho es su director artístico. Y es que este apoderado tiene un currículo avalado por los descubrimientos de José Tomás y Alejandro Talavante, además de concebir y trasportar a sus pupilos una manera alejada de la heterodoxia de la escuela tradicional y que él entiende desde la técnica, la inspiración y el misticismo.

Transmitía Ritter. En su manera elegante en el manejo del capote que movía despacioso, ambicioso, variado y bueno. Andaba seguro dejando naturalidad en sus movimientos. No perdió la compostura aún cuando los dos novillos que le tocaron en suerte eran dos regalitos vacíos de contenido. Y hasta pareció humano cuando se equivocó en su primera actuación porque arrastró al animal a terrenos alejados de sus apetencias descastadas. Dejó las mejores estocadas, si es que se puede decir que fueron medianamente aceptables después de ver las que propinaron sus compañeros de terna en el desconocimiento de los tres tiempos de la suerte suprema, la técnica para ejecutarla y el lugar donde colocarla. Y es suprema, entre otras verdades, por ser la dispuesta para este oficio: matar toros de lidia a estoque.

A Curro de la Casa, también nuevo, desaprovechó los dos ejemplares que tenían algo de beneficio. El primero con una nobleza desnaturalizada y el segundo porque presentó más poder en la muleta. Con uno se limitaba a acompañar y con el otro a evidenciar que no pudo aguantarle ni matarle, pues dejó varias estocadas en los costillares y se libró en el último segundo de la vergüenza de la devolución a los corrales. Aún así, a pesar del sufrimiento, tiene cuerpo para recomponer las buenas maneras. Tomás Campos pasó casi idénticos apuros pues alguien le ha enseñado a acomodar figura y toreo de salón pero nadie le ha contado cómo se maneja el arma mortal y desdibujó dos faenas similares a un manso convencido y a un animal que tenía algo de credibilidad por sus hechuras de toro.

Respecto a la ganadería de Carmen Segovia no me queda más que lamentar el mal estado en que se encuentra, posiblemente por este afán muy común de acomodar temperamentos con posibilidades. Y eso, que el pasado domingo remendó la corrida de Fermín Bohórquez con un toro encastado y que en la mala suerte casi ni se vio. La confusión de la granizada unida a la insustancial faena de Juan Bautista se llevaron el interesante juego del ejemplar por delante.

Hoy también me acordaba de la afición de Sebastián Miranda cuando largaba su entusiasmo sobre las novilladas. Decía el escultor asturiano que siempre se puede descubrir a una figura de interés. Por supuesto, a él le había ido de perlas, al encontrase a la primera de cambio con Juan Belmonte, con una figura máxima del arte torero en el día de su presentación en Madrid. Nosotros tendremos que esperar a otra; o conformarnos con esta planicie en el panorama de aspirantes a la torería; o rezar para que la ilusión de estos jóvenes no se estrelle contra el muro del estamento ganadero y empresarial. 

Feria de San Isidro 2013

Reflexiones sobre un desigual 
fin de semana taurino

Siento una gran admiración por todos los hombres y mujeres que han decidido hacer frente al oficio de matar toros de lidia. Este arrojo poco cotidiano radica en el valor para superar el miedo y en la inteligencia para convertirlo en maestría. Sin lo uno ni lo otro tiene sentido la seducción que desarrolla esta actividad tan singular llamada tauromaquia. Admirable puede llegar a ser este enfrentamiento y aún se queda corto si se tiene en cuenta la grandeza que reside en la crianza de toros de lidia establecida en la práctica de dotar a estos animales de fuerza, resistencia al sometimiento y hermosura.

Este misterio de la vida se da y se mantiene a modo de milagro. Son escasas las manifestaciones verdaderas y completas que condensan en un instante la capacidad extraordinaria de trasladar el dominio de un animal poderoso a la excelsitud del arte. Tan extraños son, tan difíciles pueden llegar a ser, que hasta se ha hecho necesario recrear un mundo paralelo donde el enfrentamiento escasamente creíble ha pasado a ser colosal por imperativo urgente ya que este presente desdibujado en la esencia tiene pocas posibilidades de futuro. Es decir, que termina por ser grotesco si no ofrece el convencimiento de su grandeza. Esta reflexión carece de optimismo para casi todos los personajes involucrados en este actual mundo de toros, al mismo tiempo que preocupa a los que ven derrumbarse su afición y sus ganas de desarrollarla.

La tristeza, la desmotivación y la incertidumbre que intranquilizan a los aficionados no tiene su causa principal en el estado comatoso en que se encuentra la credibilidad del espectáculo taurino, incluso tampoco por el cobarde ímpetu de los responsables sociales y políticos dedicados a la explotación interesada de sí mismos. Aunque todo suma. Pero, no lo crean. No es pesimismo. No es venganza. No es resentimiento. Es, sencillamente, una cuestión de saber que todo se acaba, que acabamos engullidos por la idiocia más perniciosa de cuantas son imaginables.

Esto viene al caso porque en el trascurso de este pasado fin de semana ferial se ha podido constatar qué peligrosa amenaza define nuestro destino. El viernes, en el día de la resurrección de Alejandro Talavante, la masa se convirtió en hueste. Un ejército entrenado en la ponderación de su autoestima, arrojado a la catarsis por estímulos mediáticos, transfigurado en populista benefactor, amparado en soberbia irascible, exaltado en su vanidad y reivindicado en su fuerza irracional provocó un espectáculo turbador por peligrosísimo que hasta sorprendió a los ideólogos de tan deformada doctrina moderna. Pues bien, el infernal batallón vino a confirmar que daba igual cuál fuera la verdad en la arena porque lo que valía era la imposición mayoritaria que excluye a la minoritaria por molesta, exige su propio triunfalismo, obliga a la sumisión incondicional, no atiende a las riendas programadas y provoca el pánico resguardándose en la fuerza bruta. Los viejos en el lugar han visto muchas manifestaciones contrarias a la lógica. No sorprende que se desate un estado pasional espontáneamente, ni mucho menos que se promueva desde el mismo estamento taurino, pero lo que nos ha dejado el alma en vilo es que la masa informe se ha convertido en horda y, por tanto, ha traspasado la legitimidad de los números para ser orgía de saqueo.

Los protagonistas y amigos múltiples de tan divertidos juegos florales aseguraban muy ufanos que había que darle al César lo que le pertenece. A saber: tener exenciones por ser patricio, organizar las luchas de gladiadores, dirigir legiones y practicar la conquista, desvirtuar el Senado romano, cruzar el Rubicón, cortejar a Cleopatra, no cuestionar la improductividad del generalato y atesorar auctoritas por los siglos de los siglos. Todos estos intérpretes piden respeto porque aseguran que los toreros “se juegan la vida”. ¡Como si no fuera verdad que unos más que otros! ¡Como si los bomberos, marineros, mineros, pescadores de alta mar, astronautas… no se la jugaran! ¡Como si los perros se ataran con longaniza! No frivolicemos, por favor. Que el primer error es hacer creer a la multitud ignorante que la responsabilidad y el riesgo para un torero es el divertimento de una tarde de paseo. Ustedes son los culpables de este topicazo que no hace sino ahondar en la insustancialidad y no reconoce con justicia la grandeza y la tragedia de la fiesta. Y así nos va.

Les reto a la travesura de la metáfora. Observen quienes ponderan tanto riesgo. Escuchen a estos desinteresados interlocutores. Piensen si saben de qué va el asunto. Pregunten el motivo de tal manifestación. Porque es probable que encuentren coincidencias entre quienes aseveran y entre quienes no saben de verdad lo que es jugarse la vida, incluso en el mejor de los casos, ya olvidaron de qué va esto. Y esta alegoría es amplia. Sirve para un roto y un descosido, tanto para cubrir la plaza con artilugios insalubres como para permitir el fraude en las esencias auténticas de un toro de lidia.

El domingo llegó Alberto Aguilar y se hizo el toreo, por supuesto poniendo juego verdadero aun a riesgo de su vida. No había toros que “se dejasen dar un pase”. Ni hordas desatadas porque salieron encauzadas por la tronera como almas que lleva el diablo. No hubo corona de laurel para el vencedor de la lucha. Pero quedó el honor, la entrega, el conocimiento, el mando y la resignación para el centurión Aguilar y de paso para la cohorte de aficionados que reconocemos a un gran general y sabemos de qué va la guerra. 

sábado, 25 de mayo de 2013

Crónica. Decimosexto festejo de San Isidro 2013


Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 24 de mayo de 2013
Toros de Victoriano del Río para Sebastián Castella; José Mari Manzanares y Alejandro Talavante. Decimosexto festejo de la Feria de San Isidro 2013.

Talavante procesiona a hombros
de sus legionarios

Por Paz Domingo
Paseaba Manzanares su único premio ferial por el albero madrileño en plena exaltación del gentío cuando, a la altura del tendido que manifestaba la desaprobación por una faena aérea marcada sin sustancia verdadera en los terrenos distantes, la mayoría arrebatada imponía su fuerza con cañonazos vengativos dirigiendo escarnios a la minoría ya excluida en el criterio general por molesta. Mientras, el espada magnetizador no perdía el rictus sonriente. Daba comienzo el aquelarre. Una vez sentenciados los herejes, los sumos sacerdotes procedían a la purificación del altar prendiendo fuego a la pira, al chivo expiatorio de paso, para invocar el auxilio de los dioses y ahuyentar los malos espíritus de la fiesta.

La catarsis se sucedió, entre otras cosas porque estaba pensado. En tercer torito que salía por los chiqueros era otro producto de diseño que, aunque hecho al por mayor, dio el pego por su juego. El animal se tomó su tiempo fuera de los chiqueros; obligó a los picadores fallidos a refrendar el ridículo; al maestro, las correrías por todo el albero; a los subalternos, el juego del pilla-pilla; al presidente, el olvido de las banderillas negras; al gentío, la evidencia que no sabían lo que es el toro manso cuando le da por hacer mansadas, o no, en función de que sus entrañas sean verdaderas, o no.

El enfrentamiento entre hombre y animal resultó interesante, pero nunca divino, ni mucho menos salvaje. Talavante entendió que las querencias las tenía hacia dentro, y los derechazos a favor de las tablas tenían su magnetismo. El animal “galopaba” en los estatuarios de entrada que expuso firme el diestro. Ambas cosas inusuales, como algunos saben. La primera porque -que yo recuerde- los toros de toda la vida tenían pies, fuerza, acometividad, pero trote, lo que se dice trote pues no se conocía. Debe ser la superación genética y acelerada que se ha impuesto. Hemos pasado del concepto “motor”, al galope tendido. Por tanto, iniciar la actuación con un mansote (mejor este término) por arriba certificaba que Talavante hasta ese momento no se había enterado que el animal metía la cabecita y que ya jugaba al toreo de sí mismo si se le exponían los engaños encaminados a los terrenos de las tablas.

En esos momentos, mientras realizaba un toreo sin mucha profundidad, surgía la inspiración a rachas, que en realidad fueron dos naturales y mucha decisión para matar a favor de la querencia en el hilo mismo del callejón. Su mérito es esa iluminación que brota en un instante para esconderse con la misma rapidez. Su historia, que le cuesta horrores entrar en materia para después afianzarla, rematarla, creérsela y continuarla. Aunque parece que el crédito a Talavante ya no le hace falta. Con tantos amigos que tiene el muchacho le sobran los entendidos y allí le sacaron por la Puerta Sagrada de Madrid, en una catarsis histérica; con el rostro trasfigurado; con la herida sangrante que supuró durante una semana ya taponada; en imitación tremenda de romería rociera, llevado en volandas por brazos que emergían entre el atropello pero que auparon al Resucitado con fuerza pasional, tal y como se procesiona al Cristo de Mena por los  miembros legionarios en la Semana Santa malagueña.

La fragmentación de las almas fue un hecho. Allí, los creyentes de las parábolas superfluas muy enfrascados en mensajitos por el twitter en ciento cuarenta caracteres para cantar el milagro del cielo que se abrió. Aquí, los que reniegan de esa abismal ponderación mediática,  extemporánea, inoportuna y altamente nociva porque si algo tuvo mérito se hace innecesario argumentarlo. Pero las cosas son de esta manera, es decir, a contra corriente, aunque el torrente impetuoso sea más riada que atmósfera húmeda. Es puro desasosiego, es pura entelequia, o quizá es que estemos equivocados:
-          quienes vimos a unos toros desdibujados por su presentación a medias (mitad y mitad, ya me entienden), de juego galopante (confundido con casta y nobleza), de mansedumbre que se tiene por fiereza y porque optan a los premios de la nada. Quienes vimos a un Talavante con las mismas carencias resolutivas en el toreo pero que sacó inspiración en un juego que no dominó y que después no quiso enfrentamiento verdadero con el animal que hizo sexto, con más convicción para un hipotético resultado que no se produjo, aunque arrollara al subalterno Luján y la puerta de la Gloria le esperara de par en par;
-          quienes vimos a un Manzanares en su línea periférica, por supuesto muy bien dibujada por estética, efectista y preciosista pero que tampoco pudo, o quiso, contienda auténtica con el grandullón quinto ejemplar con sangre algo encastada y creíble en el fondo de sus querencias;
-          quienes vimos a un Castella en la reiteración del repertorio, sin variación posible, sin sitio verdadero, sin belleza en tantas vueltas de sartén para al final dejar cruda la tortilla y con mucho teatro para controlar la temperatura;
-          quienes vimos las mismas deplorables varas dentro de ceremonias grotescas;
-          quienes vimos el potencial impositivo de las mayorías, en su griterío atronador y en su ingenuo analfabetismo que nos está haciendo polvo a los aficionados, por mucho que ellos crean en su contribución al salvamento de la fiesta de los toros, por mucho que le pongan andas a Talavante y palio a los demás. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

Crónica. Decimotercer festejo de San Isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 21 de mayo de 2013
Decimotercer festejo de la feria de San Isidro.
Uceda Leal, Eduardo Gallo y David Mora con toros de la ganadería de Pedraza de Yeltes.  

Desdibujados

La expectación por los toros de la nueva ganadería de Pedraza de Yeltes quedó algo desdibujada. La curiosidad de los aficionados tuvo cierta recompensa porque los ejemplares mostraron casta, aunque indefinida. Con buena presencia, mansearon, flojearon también, intentaron el empuje en el caballo, mostraron resistencia al sometimiento y pidieron hombres que les aguantaran, pero les faltó un poco de picante y una bravura precisa. Los tres diestros tuvieron serias complicaciones para resolver esta complicada faceta de aguante porque todos, cuadrillas incluidas, intentaron el toreo posmoderno cuando en realidad se precisaba el antiguo.    

Contra la estandarización habitual, se produjo el interés. Hasta hubo múltiples percances de matadores y subalternos que fueron desgranándose en sobresaltos de menos a más. A Uceda le avisó el primer ejemplar con algunos gañafones y a Eduardo Gallo lo arrolló en el quite; al subalterno Pablo Ciprés le dio un tunda el cuarto, el mismo animal al cual el primer espada de la tarde, y hasta este momento de la torería, diera muerte a la desesperada después de multitud de descabellos, varias entradas en la suerte suprema y una bronca espectacular al hoy inseguro matador Uceda Leal. El clasicismo de Uceda, que aún sigue esperando la afición, ya está borroso y el contundente maestro de otros tiempos, y de otros estoconazos, venía fuera de sí, muy alejado de disposición y de valor.    

Pero sigamos con los hechos. El ejemplar que hizo quinto salió de chiqueros con fuerza, con presencia y soberbia. Alguien le llamó desde dentro del burladero de cuadrillas con el capote, y allá fue el toro a derrotar, cuando en el momento crucial del encuentro se le quitó el capote y el animal se quedó descordado tras el choque virulento. Esta es una vieja costumbre que no por ser mil veces realizada pueda considerarse materia de ley. Ya se deberían haber tomado medidas hace mucho tiempo para que estos aviesos ayudantes de toreros reciban órdenes de la autoridad competente de estarse quietecitos en las llamadas de los capotes desde el refugio del callejón. Es decir, que  les den un toque con una buena multa para que aprendan. Y ya que ha surgido así la circunstancia, me gustaría saber desde cuándo no se pone una multa en Madrid, o en otro lugar del universo taurino, según dispone el reglamento con la suficiente contundencia para las muchas trasgresiones, hoy ya desmanes, que se suceden todos los días en las bregas de los toros.  

Todos quedamos consternados con esta catástrofe. Salió el sobrero de José Vázquez que era feo de tipo, pequeño de hechuras y manso, tan manso como todos los mansos de hoy: intratable en las bregas, rebotado de los petos y sumiso en la muleta, también muy espabilado para atropellar a otro subalterno a la salida del caballo. Quedaba el marrajo encastado que salió en sexto lugar y se hizo el amo del mundo con su soberbia y casta de toro a la antigua. También pudo dejar mal parado al banderillero Puchi, pero la enfermería por fin quedó sin abrir.

Lo mejor de la tarde estuvo en los capotes de Eduardo Gallo y sobre todo en los temples, las suavidades y las medias de remates de David Mora, incluso en su despaciosidad en los galleos. Ambos diestros también realizaron faenas parejas al segundo y tercero, los más claros para tandas sucesivas. Ponían a los ejemplares en los centros del ruedo; los animales protestaban en estos terrenos; instrumentaban los maestros una primera serie templada, ligada, llevada; a partir de este momento daba comienzo un desacoplamiento y un arrastre paulatino hacia la puerta de los chiqueros poniendo en evidencia que los maestros jóvenes, pero experimentados, dominaban poco la situación.

Eduardo Gallo estuvo muy remiso con el colaborador sobrero y tampoco hubo filin. Y Mora hizo frente con mucha valentía y arrojo al complicadísimo sexto ejemplar. Pero debió poner desafío en vez de corazón porque a estos toros hay que darles cacheteo a la antigua y castigo en la cara. Mientras, el director de lidia estuvo ausente de poner orden en el desconcierto que provocó la casta cuando a veces se pasea por los ruedos. Desatendió sus labores y menos mal que los percances se quedaron en sustos. Con poca naturalidad se paseó con un toro poco ambicioso, aunque con su recorrido y aguante. Su segunda actuación fue un calvario, pero por su culpa y riesgo porque la lidia quedó en capea, en desconcierto absoluto, en un desatino mayúsculo propio de un matarife y en una bronca colosal a un maestro que antes daba estoconazos y ahora divaga en la imprecisión.

martes, 21 de mayo de 2013

Crónica. Duodécimo festejo de San Isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 20 de mayo de 2013
Duodécimo festejo de la feria de San Isidro.
Novillada. Álvaro Sanlúcar, Gonzalo Caballero y César Valencia
con novillos de la ganadería de Nazario Ibáñez.  

Ni las novilladas
Por Paz Domingo

Al terminar el paseíllo se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento ayer en Sevilla del diestro Pepe Luis Vázquez Garcés y fue lo más sentido de la tarde. Los novillos de Nazario Ibáñez bien presentados, aunque desiguales, mostraron mucha mansedumbre de salida, también cierta flojedad, se quedaron muy inciertos en las suertes que les prepararon y terminaron en una nobleza insulsa, adiestrada, incluso difícil de convencer con claridad. Hubo algunos ejemplares que recibieron palmas en el arrastre porque mostraron mucha gentileza en los últimos tercios, empujes bravucones bajo los petos toricidas y terminaron escasos de casta para lo que se requiere y convence.  Aun así, los novilleros no supieron hacer frente a un ejercicio que se podía resolver. Ya ni las novilladas ofrecen la expectación soñada para los aficionados. ¡Qué pena de fantasía perdida! ¡Qué pena por el adiós al maestro del toreo inmenso!

Y ayer nos dio a los aficionados por buscar en la memoria el recuerdo de algún aspirante a torero que se descubriera en las novilladas oficiales, incluso promocionales. Ya ha llovido, pensábamos. Sí, ya ha llovido (otro chubasco del trópico nos cayó también a las ocho) porque cada vez se hace más penoso comprobar cómo este lujo de oportunidades para los novilleros se ha convertido en un despropósito. Se puede perdonar la falta de oficio pero nunca este desastre organizativo de la empresa gestora en programar estos carteles para nóveles que sirven para rellenar el currículo torero; para dimensionar las imposibilidades que se realizan en el ajuste por lo bajo en el nivel de las ganaderías con la impericia de los ponentes; para concluir en una dramática evidencia que tanto nos desmoraliza a los aficionados.

Los tres novilleros de hoy tienen los mismos deslices que el resto del escalafón novilleril. Cuentan con un repertorio de toreo mecánico, aburridísimo y deficiente ejecución que no suplen ni con personalidad ni con avidez. La ambición, que cuenta y mucho, para que los pecados sean veniales, es un hándicap invisible, y de encontrarlo se vuelve en su contra porque se empeñan en profundizar en el toreo al revés. Los tres jóvenes así lo explicaron. Por mi parte, me creo en su determinación para ser toreros pero antes quería decirles a Álvaro, Gonzalo y César que el cite se hace dando el pecho, se manda embarcando y templando, se dibuja para adentro, se vacía también de idéntica manera, y sobre todo, queridos, la estocada al volapié se hace perfilándose en la suerte de frente, y como en el toreo se hacen los tres tiempos hasta dejar el estoque en la cruz, vaciándose y vaciando por supuesto.

No quiero dar cera a todos los ingenuos novilleros que en este mundo del diablo andan errantes buscando una “salida profesional”. Pero la salvación, que puede ser tan legítima como el futuro, para sus aspiraciones toreras tiene un único camino: hacer el toreo. También podéis olvidaros que con el paripé moderno y taurino se puede conseguir algo porque mirando el escalafón se puede ver perfectamente que hay muchos, muchísimos, por las alturas dándose codazos para tan pocas aventuras posibles. Y sí quiero exponer a cuerpo descubierto que la responsabilidad última la tienen aquellos que organizan estos espectáculos porque su única obligación está en los pliegos contractuales, aunque se esfuercen en su interés por la promoción de la fiesta; aquellos que andan a la caza y captura de posibles ingresos para poner a los chavales “a funcionar”; aquellos que les mienten enseñándoles las mentiras del toreo y olvidan las verdades; aquellos que les adulan con simplezas y luego no encajan las críticas porque se sienten emperadores romanos; aquellos que le echan la culpa a la subida de los impuestos y a la reducción de festejos pero que ganan lo mismo y más en el reducido beneficio; y a aquellos que tienen la responsabilidad de saber, enseñar, transmitir los mandamientos de la ley para luego desarrollar el arte de torear, el más heroico de cuantos el ser humano pueda soñar.

lunes, 20 de mayo de 2013

Crónica. Undécimo festejo de San Isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 19 de mayo de 2013
Undécimo festejo de la feria de San Isidro.
Juan Bautista, Juan del Álamo y Diego Silveti con cinco toros de Fermín Bohórquez y uno de Carmen Segovia

El patio de mi casa es particular

Por Paz Domingo

“El patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás…”,  se cantaba jugando al corro. Pero no todos los patios son iguales, ni todos se mojan con justicia equitativa. Por ejemplo, en pleno Madrid, en Las Ventas del Espíritu Santo, allá por la calle Alcalá, entre el Parque de las Avenidas y la Fuente del Berro, dentro del barrio de Salamanca. Pues sucede que cuando el patio de la plaza de toros de Las Ventas se moja empieza a rezumar unos arrebatos de tirar la casa por la ventana que envuelven frenéticamente a quienes se encuentren en su abrigo protector. Si ha llovido estos días pasados, no significaba nada comparado con la granizada caída ayer sobre tantas cabecitas locas en este primaveral ciclo taurino y pasó que a casi todos los presentes les afectó más de la cuenta la chifladura. Se pusieron a pedir orejas al presidente y casi terminan con todos los apéndices de los astados.

Es cierto que en todos mis recuerdos en los patios taurómacos no había visto nada igual. He visto nieve. He visto llover a mares. He visto vendavales como ciclones. He visto solaneras devastadoras. Pero, nunca había comprobado lo que es capaz de hacer un pedrisco cuando cae a plomo. Se puede entender que quienes reciben el bombardeo sin piedad queden consternados en tiempo transitorio, pero no se explica que el presidente y demás asesores queden afectados pues están bien asegurados en el palco. Trinidad López-Pastor se conmovió de los apuros que estaban pasando los asistentes pero poco hizo por parar, o suspender, el festejo cuando el ruedo ya era una apuesta peligrosísima y los tres matadores habían decidido seguir.

En estos casos quien tiene la última palabra es el presidente. Nada ni nadie puede comprometer su decisión. Si sucede la catarsis meteorológica una vez que el toro esté en el ruedo, o iniciada la faena, nada se puede hacer salvo dar lidia y orden, como se pueda, con todas las precauciones del oficio. Y después se toman las medidas cautelares, si proceden. Y ayer sí procedían, porque el ruedo anegado de granizo era lo suficientemente peligroso como para haber actuado en consecuencia.

En vez de esto, al final de la faena entregadísima del mexicano Silveti al tercer animal sosainas que tenía por oponente bovino, en medio de los finos proyectiles disparados por el cielo con furia, frío y truenos, el público quería una oreja. Trinidad, generoso, se la dio. ¡Toma guate, que la disfrutes! Pues quizá para mí haya otra, debió pensar el director de lidia, Juan Bautista, porque ni corto ni perezoso se tiró a la piscina a nadar un rato. En su primera actuación no había dado ni un pase a otro insulso animal y hay que reconocerle que tampoco pisó el sitio bueno ni una sola vez como tampoco parece que tenga intención de hacerlo algún día.

El remiendo de la corrida saldría en cuarto lugar. Bien lo sabía el diestro francés que no quería dejarse en los chiqueros la suerte de las suertes: un toro de Carmen Segovia, y así poder realizar otra proeza de las suyas que consiste en aparecer en las estadísticas triunfadoras de los ciclos madrileños sin haber hecho nada destacable que lo acredite. Mientras el público de los tendidos andaba calado hasta los huesos por los pasillos interiores de la plaza, el ruedo estaba anegado y el cielo descansaba, Juan Bautista le daba soberbios mantazos repetidos a un animal de nobleza extraordinaria que ante tan escasa sabiduría y dominio se toreó a sí mismo. ¡Hay que tener suerte hasta para ser toro! ¡Hay que tener suerte hasta para ser aficionado! Va y sale un toro -cuando ya únicamente se reiteran en el ruedo postizas morfologías bovinas- y pilla a los interesados con el paso cambiado, lo justo para perderse la epopeya.  Le regaló también el presidente el apéndice pues dentro de su ecuanimidad no podía manifestar sus preferencias entre el hijo mayor y el pequeño.   

En el segundo animal -con las hechuras y las entendederas bravas, muy por debajo de lo que sería aceptable- sobresalió un torero salmantino, Juan del Álamo, con las facultades indicadas para ser un torero de importancia. Desplegó capote y nos dejó con el corazón abierto; se ponía a citar de frente y nos recordaba faenas memorables; hacía galleos por chicuelinas con el barro rozando los tobillos con tanto sabor que se intuye arte del bueno; y dio naturales con una buena colocación aunque fallara la profundidad en parte debida a la escasa ambición del cornúpeto. También hubo un regalo para Del Álamo en su actuación al quinto de la tarde, en la cual reiteró su buen capote, su buen gusto y su buena técnica. El papá presidente ya no le podía negar el trofeo al más torero de sus tres hijos. Y todos en paz.

Bueno, quizá todos no. A algunos aficionados les revientan los regalitos auriculares que se prodigan en tardes de granizo. A otros, que les tomen por tontos con tanta estadística mercantilista. A los más, pillar un resfriado que les dure hasta octubre. Incluso, los hay recios, de los que si ven a los que van diciendo por ahí que los toros del hierro de Bohórquez salieron la mar de bien, pues les sueltan dos frescas.

domingo, 19 de mayo de 2013

Crónica. Décimo festejo de San Isidro 2013




Alejandro Talavante entrando a matar al sexto victorino que ponía fin a la tarde y a la gesta.
Fotografía de Paco Sanz


Plaza de Las Ventas. Décimo festejo de la Feria de San Isidro 2013.
Toros del Victorino Martín para Alejandro Talvante en solitario.
Madrid, 18 de mayo de 2013

Sin conciencia 

Ha sido una irresponsabilidad. La gran gesta taurina que debía protagonizar Alejandro Talavande se convirtió en un acontecimiento insensato que terminó en fracaso. El diestro se presentó para este reto en solitario sin preparación, sin ideas, sin motivación, sin cuadrilla, sin mando, sin dominio y sin torería. Aunque lo tuvo todo preparado: un encierro de la ganadería de respeto que le ofreció animales de apañada presencia y genio inexistente; una logística que le habían diseñado desde las mejores agencias publicitarias sin importar la petulancia de los mensajes; el más importante bufete taurino con su apoderado a la cabeza; una corte de líderes espirituales con las más absurdas puestas en escena que la moralidad prohíbe; el extraordinario amplificador televisivo que ha hecho del ridículo el juego de la patata; y una afición creyente y deseosa de ver torear aunque fuera por el ojo de una cerradura. Es el resultado de una colosal falta de conciencia de todos los responsables taurinos y en todos los órdenes, los mismos que van a terminar con la crisis gracias a su esfuerzo ideológico mientras ponen una bomba en los pies de los aficionados. En definitiva, todo es una fabulosa mentira. 

Para afrontar el reto de un encierro en solitario hay que estar, como poco, puesto. Este concepto que ha desarrollado el lenguaje de los toros tiene un sentido crucial. Los aficionados lo saben bien: Si un torero se atreve con seis toros ha de contar con un repertorio sobrado; con un talento para venderlo; con una personalidad que arrolle; con una variedad que no aburra; con toros que no den risa; con los mejores ayudantes en la profesión; con sobradas ganas para que sea creíble. Y de torería, mejor ni hablamos porque fue lamentable comprobar que no se vio nada con el capote, ni en las estocadas, ni en las bregas, ni en las lidias... ¡Ni en las varas!... ¡Ni en el torero!, porque hasta en la faenita que hizo Talavante al tercero de la tarde, donde obtuvo las únicas palmas, fue toreo del mediocre, de esos en que no se manda, se rectifica con pierna robótica atrás, no se remata, no se aguanta, no se desarrolla y, en definitiva no se domina. Y fue todo así.  

La epopeya se había dispuesto como si fuera un juego. Todos, parece ser, se jugaban mucho. El ganadero decía que tenía mucho interés en que sus ejemplares cumplieran con el nombre de la divisa "legendaria" y con el honor de estar en la primera plaza del mundo. El compromiso del ganadero resultó ser un recreo a la siete porque trajo un conjunto tan apañadito de hechuras que hasta se protestaron varios ejemplares; tan insulso de genio que no tenían ni el más ligero arranque temperamental propio de la casa madre; tan angelitos repetidores de mirada lánguida a los vuelos en oblicuo de muletas en pico; tan pasmarotes que a sus cuerpos no les pedían provocaciones caballerescas. Es cierto que los lidiaron mal, los picaron aún peor, y, sin embargo, todos sirvieron para la muleta, concepto que como todo el mundo sabe hoy en día consiste en tener un carácter "que se deje" dar mantazos a discreción. Y Talavante se los dio, a mansalva. Si el diestro hubiera aguantado un pelín en el sitio, cruzadito, exponiendo bajito, no estaríamos hablando de intento fallido.  

Muchos dirán hoy que los aficionados se portaron desvengonzadamente con el autor de semejante proeza por la monumental bronca con que le despidieron. Pues, todo lo contrario. Fue un trato exquisito con el maestro, a quien el público, y sobre todo la afición, recibió con una ovación propia de héroes; sobredimensionó los aplausos desde el tercio a una insustancial faena al tercero; no le abucheó después de dejar todas las estocadas garrafalmente -algunas haciendo guardia y otras en los bajos indecorosos-. Incluso, en el desaliento, cuando ya únicamente quedaba un toro por salir de los chiqueros, el público generoso y la afición espléndida, alentó al diestro con más palmas y cumplidos. 

Pero ya nada tenía remedio. El sexto, el más victorino, algo más poderoso en hechuras y en genio maternal, terminó con el cuadro y con la tomadura de pelo. Se protestó la lidia horripilante, las varas infames y el descaro del maestro que ya dejaba sobre la cara del animal mantazos como un púgil golpea el saco del gimnasio. 

Se desencadenó la bronca. Talavante la encajó mal, aunque la pasará a base de caramelitos de tantos corifeos que le rodean. Explicarán que había mucho viento. Argumentarán que es muy listo el ganadero para confiarse de él. Quizá, prepararán una campaña publicitaria para contar que es Bienvenida, el Resucitado. Y tendrán que hacerlo deprisa porque dentro de seis días el protagonista del año tiene previsto volver al toreo, a la plaza de tanta amargura, con el mismo viento, los mismos empresarios, los mismos ganaderos, los mismos públicos. Pero, no olviden que los aficionados ya aguantaremos poco. Si los ideólogos de la torería andante quieren gestas, que jueguen a los torneos de justas en el patio de su casa. Si quieren hazañas, que toreen toros. Si quieren juegos florales, que aprendan a hacer la O con un canuto. Si quieren dineros, que busquen negocios en otro planeta. Si quieren ganarse el cielo, lo sentimos porque ya está ocupado. 

Y la bronca iba por todos. Es un aviso muy serio a tantos taurinos navegantes en las turbulentas aguas de un futuro finito. Es un tirón de orejas a Talavante por tanta insensatez. Después del pareado, tomen nota, por favor, ¡que estamos más que hartos! 

viernes, 17 de mayo de 2013

Crónica. Octavo festejo. Feria de San Isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 16 de mayo de 2013
Octavo festejo de la feria de San Isidro. 

Morante de la Puebla, José Mari Manzanares y Jiménez Fortes,
que confirma alternativa, con toros de Juan Pedro Domecq

Las leyes de Mendel

A estas alturas en conocimiento biológico de las entrañas del ganado bravo se puede asegurar que las leyes de Mendel, en las cuales se definían las particularidades de la herencia genética, necesitan urgentemente de un cuarto supuesto para excluir la dominancia de los guisantes arrugados. Este carácter recesivo ya ha tomado cuerpo absoluto y ha transformado el fenotipo bovino en un cuadrúpedo homocigoto de moderna generación filial cercano al antílope. El ejemplo está causando una prodigalidad en las cabañas bravas, muy empeñadas en rentabilizar el invento y venderlo caro, por supuesto para que lo alaben unos y lo paguen otros. El ganadero más astuto ha sido Juan Pedro Domecq, que ni era monje cartujo de Jerez ni agustino como Mendel, pero que presume desde lejanos tiempos de poner patente a su espectacular proceso de laboratorio en el que separa cromosomas y da espíritu a un individuo homocigoto, clonado y podenco, además de ser un poderoso motor de economías propias.
Pues seis de estos individuos homocigotos que discurrían por el ruedo del más importante instituto científico-taurómaco en el día de la entronización de la torería postinera -y entre protestas de algunos espectadores resistentes a la ingenuidad-, representaban a la perfección esa generación filial cercana en carácter a los ovinos; en morfología a las gacelas; en poder a los felinos domésticos; en sabiduría a los burros destacados; en resistencia al sometimiento a los gansos; en movilidad a los peces de colores; en casta a los dromedarios; en bravura a los rinocerontes. Y ahora díganme si no hay que tomar por las bravas y urgentemente la puesta en marcha de un nuevo cuarto supuesto mendeliano ya que el monje austriaco -como no salió del convento, ni tampoco fue aficionado a la fiesta española, ni intuyó lo que ya se cocía en las cartujas sureñas españolas desde siglos atrás-, no pudo descubrir a lo que llevaría la degeneración del guisante, como tampoco determinar la dominancia pertinaz de sus contraídas fisonomías, incluso de imaginar que sus transgénicas entrañas cotizaran por las nubes en la alta cocina de bravo. 
A algunos poco parecía importarles esta conclusión empírica porque mandaban callar a quienes se habían dado cuenta que eso era guisante y no toro. Tan ufanos estaban por lo que les habían vendido. En definitiva, sus dineros iban dispuestos para esa media verónica famosa del maestro Morante, para ese empaque del revolucionario Manzanares, y para dejar chupando rueda a un pobre telonero llamado Jiménez Fortes. Y se produjo una algarabía grandiosa, tanto como si en el ruedo hubiera acontecido algo relevante para la discusión científica cuando en realidad aquello era un choteo bipolar: homocigoto con los caracteres recesivos-bovinos y heterocigoto con los caracteres dominantes-toreros. 
¡Ese Morante! Ese que da medias como si las diera la Inmaculada Concepción. Ese que tiene un genio mitad poético, mitad bandolero. Ese artista al que ayer le perdonaron la gracia torera porque hizo un quite, y hasta dos gracias, después de haberle prendido fuego a ambos petardos que le habían escogido. ¡Ese Manzanares! Ese que va a acabar con el cuadro científico en las distancias estéticas sin arriesgar un ápice de su pulida presencia. Ese mismo que presume de blasón bicéfalo compuesto de juanpedros y cuvillos y no puede ni ejecutar la mínima como mandan los cánones de la tauromaquia. ¡Ese pobrecito de Jiménez Fortes! Ese que tenía la oportunidad de romper el cuadro flamenco ruinoso y se aquerenció para copiar a los cantaores.
Bueno, si ustedes quieren saber el número de insustanciales probaturas en redondo que dio Manzanares; o el ímpetu de Morante en el (auto) quite del perdón; o el nombre del animal que permitió la confirmación del invitado a la fiesta –llamado Jiménez Fortes- pues pueden hacer clic en las muchas crónicas especializadas en las excelencias de la fiesta de bien inmaterial. En mi caso, si me lo permiten, voy a merendarme unos guisantes arrugados en honor al monje mendeliano y a fumarme un puro de calibre superlativo a mayor gloria del gran Joselito. ¡Viva la genética! ¡Viva el Gallo!

jueves, 16 de mayo de 2013

Crónica. Séptimo festejo. San Isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 15 de mayo de 2013.
Séptimo festejo de la feria de San Isidro.
Recuerda a José Mari

Por Paz Domingo
Después de varios intentos se presentaba en Madrid el hijo torero de Ángel Teruel. El confirmante resultó muy estético, muy deseoso de realizar un discurso lucido, a veces hasta pulcro en estas nuevas lides del toreo aéreo, con un animal que se prestaba a esa presunción sin apreturas en la superabundancia de pases. Recordaba en mucho a la estética preciosita de José Mari Manzanares, a su admirable facilidad para ejecutar las suertes sin rastro de incomodidades y desarrollar esa fórmula mágica de la ligazón sin mandatos que tanto saborea el público, tanto como cuestionan los más aficionados. Pues bien, parecía el hijo de Ángel Teruel, de igual nombre, una reproducción del torero alicantino en maneras, en estética, en concepción y en resolución. Por supuesto, le falta la experiencia para resolver y taparse, el trasiego por las múltiples plazas y las aventuras en los nudos gordianos de la fama que se gestan en las agencias de publicidad.  

Precisamente, en su segunda actuación, se le vio la peor de las deficiencias y que es saber solventar como se pueda. El animal fue tan descastado como mansurrón, pero en definitiva tenía su lidia y su sujeción. Pues ni lo uno ni lo otro. Al aspirante a figura del toreo le desbordó la complicación que significa la práctica aunque se le agradeció que no traspasara la frontera del ridículo escénico con recurrentes desplantes de ferial cómico. 

La tarde estaba entregada a Miguel Ángel Perera. Muchos aseguran que ha vuelto por sus fueros de otros tiempos. Afirman que realizó el toreo de profundidad. También dicen que fue una faena intensa. Bueno, pues con todas las precauciones del mundo, parece que no fue para esta ponderación. Quedó el maestro arrollado en el primer tercio por un error suyo de apreciación cuando, a la manera funcional, esperaba zafarse echando al novillete de hechuras a las afueras con el capote al bies. Todo el mundo comete errores y sufre accidentes, pero los de Perera en este atropello no fueron por adelantar pierna con intención de parar la embestida y mandarla. Se hizo un ‘autoquite’ dejando al público entregado por tan poderosa heroicidad. 

Y aconteció el éxtasis alucinatorio. En mi visión ilusoria se sucedían imágenes deformadas. Al animal le tenía por una hermanita de la Caridad tan bien educada y encantadora como las damiselas coquetonas, vivaces y sin conversación arriesgada. Veía a un hombre descomunal en altura que se superponía a un ser muy inferior. Reconocía a un personaje fuera del hilo argumental de la verticalidad; sin hazañas; ceñido al milímetro en la rutina; nunca intentando penetrar en los centros terrenales; ejecutando el chotis hacia atrás con pierna mecánica; incluso sin creerse la felicidad que produce tanto destoreo robótico. 

La estocada cayó tendida y muy trasera. Pero el hombre se trasfiguró en un dios para dejar perplejo a todas las deidades que desde el Olimpo taurómaco juegan con los designios taurinos y, muy celosas las omnipotencias en la materia, le dieron un empujón en el trasero al moribundo animal para levantarle como un Neptuno emergente de las aguas. Allí quedaron ambos, aumentados en mundos oníricos: el hombre con una oreja como triunfo y el buenazo del toro escondiéndose para que no le usurparan la otra.

Pues lo mismo, según mi modesto entender, realizó al segundo de su lote. El horno estaba dispuesto para toda la bollería de un día de feria, pero el toro no era tan buen bailarín, la masa se puso algo dura y el maestro repostero se quedó con la merienda a medias que, aunque le satisfacía, le supo a poco. 

Castella estuvo en lo suyo. Es decir, en esa manera propia tan fría, mecánica, ininteligible. Le tocó el peor lote, es cierto. Pero con este torero es muy complicado averiguar si el resultado obtenido, siempre el mismo, es consecuencia de sus mecánicos empeños en las faenas o sus idénticos planteamientos para comenzarlas, desarrollarlas y concluirlas. Esto tendrá mérito, incluso algunos se lo valoran enfáticamente, y seguirán haciéndolo, porque el diestro, aun a pesar de haber cambiado de repertorio relgando los estatuarios iniciales, que ya cansaban en exceso, pues ahora le da por preparar la faena en el centro del ruedo -sin contar si la plegaria se la ofrece a la Inmaculada o san Antón-; porfía en los parones encimistas desde el segundo cero; echa el toro a las afueras a base de tirones; y sucede tandas idénticas en variedad y reconocibles en aburrimiento.

Plaza de Las Ventas. Madrid, 15 de mayo de 2013.
Festividad de San Isidro Labrador, patrón de Madrid.
Presidente del festejo: Trinidad López-Pastor.
Toros de Alcurrucén: De muy justa presencia. Bajos de agujas, con pitones de los que crecen enfundados, y con una casta funcional: sosa, insulsa, colaboracionista en el recorrido giratorio. Algunos parecían que eran mansos pero poco importa si lo eran porque tanto anodino comportamiento confunde a cualquiera. A ninguno se le dio una vara en condiciones ortodoxas. Bueno, ni de las otras tampoco.
Sebastián Castella: pinchazo (en realidad metisaca para rectificar) y estocada (silencio); pinchazo, bajonazo, aviso (silencio).
Miguel Ángel Perera: estocada trasera y muy tendida (oreja); estocada trasera y caída, rueda de peones (ovación y saludos desde el tercio).
Ángel Teruel: -en el toro de su confirmación- estocada casi entera, algo contraria, petición de oreja sin unanimidad (ovación y saludos desde el tercio); pinchazo hondo y descabello (silencio). 

Un par de notas. Buenas actuaciones de Javier Ambel (de cuadrilla de Castella) y de Joselito Gutiérrez (de Miguel Ángel Perera) en el tercio de banderillas al 2º y 3º, respectivamente. Parece que los veedores de la plaza madrileña están haciendo un trabajo de reconocimiento y selección en las dehesas bastante parejo y ajustado porque todos los animales que aparecen por chiqueros salen en la misma proporción, comodidad de hechuras y comportamientos colaboracionistas.