Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 22
de mayo de 2014
Decimocuarto festejo de la Feria de San
Isidro 2014.
Toros de Montalvo para los diestros Finito
de Córdoba, Morante de la Puebla y Alejandro Talavante.
Los papeles que llevaba el viento
Por Paz Domingo
De los minúsculos papeles que se lanzan
al aire en el ruedo para saber por dónde sopla más el viento ninguno tocó la
arena. Revoloteaban frenéticos, en caracolas sin interrupción, en pequeños tornados
que se rizan en la perfección para no dar tregua al descanso. Las corrientes
aéreas fueron arreciando con las tres figuras del firmamento que se crecieron
en altura, en vertiginoso bochorno, hasta perderse en la inmensidad del
horizonte.
Finito ascendió a los cielos hace tiempo.
Una circunstancia que es objeto de estudio para los científicos que investigan cuál sería la respuesta del ser humano cuando la resistencia a la atmósfera podría
estar en cero absoluto. Pues bien, aquella jovencísima promesa del nuevo
califato tomó vuelo hace tanto tiempo que más de la mitad de la plaza, y es
mucho suponer, no ha visto lo que puede aportar el diestro cordobés al vistoso mundo clásico,
refinado y elegante del toreo, según dice. Se pasó la tarde en graves gestos de
contradicción, en un rictus permanente de insatisfacción, y tan afectado
exponía su espíritu que daban hasta ganas de condecorar de una vez por todas al comandante
de aviación y proponer educadamente una honorífica reserva a su persona.
Las reapariciones de los toreros tienen
explicación si te las argumenta un castizo. Pero, esta clase de seres tan
genuinos y chistosos han desaparecido del mapa social. Ya no es el mismo paisaje,
ni tampoco tiene la misma gracia ver cómo muchas estrellas rutilantes inundan
el firmamento, venden luz de gas, te exigen el impuesto de contaminación
lumínica, te piden calma, te matan de aburrimiento, para después molerte con tundas
de exquisita vulgaridad. Así, ese fenómeno atmosférico llamado Morante, más
entregado a la estética propia que al toreo para los demás, fue capaz de elevarse
en el espacio sin intervención de agentes físicos conocidos, ni desconocidos.
Amagó levemente en algún cuarto de vuelo en el capote y emprendió ascensión
vertiginosa como si un cohete le llevara a los lomos cortando la amplitud de la
lejanía. Y aun no sabiendo nada de astronautas, ni de naves tripuladas, ni como
se tiene una castiza explicación de la anomalía, muchos ya creen ver a Morante como
un punto distante, borroso e indefinido en el más allá de la retórica. Y en la
plaza abarrotada de pura estética, el maestro inspirador de tendencias se ató
fuerte el grueso corbatín, se atusó las patillas bandoleras hasta donde nace la
tráquea, lanzó unas miradas desafiantes y dio un mitin propio de aquellas viejas
leyendas de trabuco. Lo hizo con mucha personalidad, todo hay que decirlo.
Talavante reapareció fugazmente en forma
de paloma. Dio unos naturales con seguridad, con aplomo, con trasparencia que
hasta la luz de la tarde traspasaba la fibra de la lámina. Tampoco hay que
exagerar porque al igual que surgió en potencia como el fenómeno del cambio
climático, de la misma manera quedó arrasado por una escalofriante corriente de
aire que provenía directamente de su soberbia capacidad de mostrar el vacío.
Dos veces se puso la zancadilla a sí mismo. La primera, cuando tenía algo
meritorio que ganar y correspondió con puñalada traicionera. La segunda, porque
no quiso. ¿O, sí? Quién sabe.
Los toros de Montalvo pasaron por Madrid
así como así. El ganadero aprovechó lo bueno en Sevilla porque la peripecia de
no tener apoderados, veedores, representantes y mil ofertas que les atosigan pintó
a la oportunidad calva. Pero, lo de ayer, no se vio casi nada que destacara y ese
poco fue suficiente para descolocar a los diestros que deberían comerse el
mundo, merendarse lo bueno que hay en las dehesas, cenarse un buen suflé
político y después fumarse como si tal cosa un tabaco de picadura. Un tremendo
dilema es el de la sostenibilidad del escenario taurómaco, del argumento, del
drama y del final sin sorpresas. Hasta se ha desvirtuado lo básico: todos los
clubes taurinos juegan en Champions pero nadie es capaz de ganar la
competición. Que alguien que sepa de esto lo explique, por favor.
Por cierto, antes de que se me olvide, y
aunque quede poco elegante, es necesario proponer a los benefactores de la
salud pública -que quieren poner una tapadera al pedazo de monumento de la
plaza de Madrid- que se lo piensen dos veces. Ahora, le echan la culpa de todas
las culpitas a los vientos que arrecian en este coso tan ingrato. Pues que se
lo piensen porque: ¿A quién le echarán la culpa cuando le pongan un techo
metálico asqueroso, insalubre por ruidoso, tétrico y torturador para no dejar que la
luz natural inspire a los amantes de la belleza, aunque inmune a las corrientes
de aire? Por qué no solicitan la misma operación a los maestrantes sevillanos o
a las autoridades tinerfeñas con el Teide y les venden un pack a tres bandas. Dicen
que la instalación de cubiertas voladizas es una oportunidad para emprendedores
cuando lo que parece es un negocio descarado e interesado en ponerle puertas al
cielo, y por el empeño que ponen hasta parece muy rentable para su propia
economía. Es decir, su mismo cuerpo serrano.
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