lunes, 3 de noviembre de 2014

Sobre un escenario muy singular



Coge tu sombrero y póntelo…

No deja de asombrar la flema de la clase dirigente y, por añadidura, su extraordinaria capacidad de hacer de la capa de los demás un sayo propio. O una cubierta, que al caso les conviene, para trocar el recinto protegido urbanísticamente de la plaza de toros en un local circense en el que valga la pena el monto del usufructo, dando igual que sea para degustar hamburguesas o cocinar empanadillas. Después de los reiterados intentos de pasarse por el arco del triunfo los inexistentes informes de Patrimonio –de carácter obligatorio, por cierto- para que a la Monumental plaza de toros de Las Ventas del Espíritu Santo se le coloque cualquier artefacto que modifique su estética y estructura, la suerte del monumento parece estar echada sí o sí.

Antes, querían convertir la coqueta placita en una sede de no sé qué final en aquellos proyectos olímpicos que costaron millonadas aunque jamás se puedan amortizar. También se pensó en escenario para macro conciertos. Después, sin autorización de Patrimonio, sin informes arquitectónicos, estructurales y estéticos competentes, aquella fechoría metálica se vino abajo como si de un milagro se tratara, pues en el desastre no hubo que lamentar ni víctimas humanas, ni tampoco políticas y, por supuesto, ni mucho menos las que deberían haber sucumbido por desvergonzados, aprovechados y mentirosos. Hasta la fecha, se ignora quién ha pagado los trastos rotos, incluso quién tuvo las tragaderas más abiertas para deglutir por entero al faquir.

Empeñados en el empeño, según unas declaraciones realizadas hace un par de semanas por el empresario actual Martínez Uranga, cabeza visible del tripartito organigrama gestor, -poco explícitas, por cierto-, y tras la inauguración ayer mismo, al recinto “emblemático” le han anclado una “carpa de circo” para que albergue bajo su techumbre alguna obra de teatro, se proyecte cine de temática taurina y de paso se trasforme si acaso en conciertos. Desde luego que deben dar por supuesto que el personal es tonto de remate. O laxo, como goma de mascar. O compasivo, como ingenua novicia. O “genios”, como asegura Uranga, dispuestos a vitorear tan y tan gran desbordamiento de agudeza. Que se sepa, los empresarios del gremio teatral se quejan de que ya no hay público en las plateas. Y los del cine publican cifras “alarmantes” de los escasos ya cinéfilos que pagan una entrada de sala. Del entusiasmo de los personajes que juntan fotogramas y verónicas no hay datos, aunque se sospecha que no da para una startup.

Por cierto, los creadores de este proyecto (“propio de unos visionarios”, según se lee en una información de un diario nacional) es la misma empresa Warner Music, la cual tiene un acuerdo con Taurodelta, a la sazón arrendataria del coso madrileño. Es decir, que la Comunidad de Madrid como propietaria saca a concurso y adjudica la explotación de la plaza de toros según un pliego de condiciones. En el mismo, se incorpora una posibilidad para que el arriendo puede convertirse en subarriendo por el empresario en menesteres ajenos al espectáculo taurino. El concurso es público; la autorización, ídem; pero, ¿qué tipo de acuerdos son éstos que tienen patente de corso para colocar faraónicas estructuras metálicas sin permisos y sin responsabilidades cuando fracasan? ¿A quién hay que pedirle cuentas? ¿En qué ha quedado aquella chapuza después de ser bendecida por altos cargos institucionales y de acabar por los suelos con costes millonarios?

Que quieren poner cubierta ha quedado claro. Y la terminarán poniendo. Que pretenden a toda costa sacarle dinerito a “estructuras pioneras” sin más control que la ambición de arriendos y negocio de subarriendos, es evidente. Porque, ¿a quién le importan los toros, de verdad? ¿Qué sucederá con los monumentos taurinos? ¿A qué llaman cultura del toro? ¿Cuál es la razón de estos esfuerzos desmesurados en sacar réditos a programaciones con el argumento supuestamente cultural? ¿Por qué no se fijan en las grandiosas y magníficas posibilidades de “marcos incomparables” que tenemos en este país para recolocar escenarios culturales como son, por ejemplo, la Plaza Mayor de Madrid, la Maestranza de Sevilla, el Parque Nacional del Teide, el desierto de Tabernas, el desfiladero de Ronda, el Patio de los Naranjos…, o las múltiples dehesas que están deseosas de tornar el negocio ganadero por el turístico?

Después de todo, qué más da, piensa la mayoría. Y, ¿qué dice la minoría? ¿Se debe conformar con que le echen la culpa de los derrumbes de la fiesta, de la temporada y de los angostos bolsillos empresariales? Quizá ese reducto -cada vez más insignificante de aficionados- que ya no van a la plaza porque están asqueados de tanto milagro español, precisamente el mismo que explotan  estos ideólogos sin descanso y que consistente en dar corridas de toros sin toros y en fomentar una afición sin afición, ya están hartos de tanta desidia y desenfreno, además de pagar bien cara la juerga de los demás. Está más claro que el agua que la revalorización de la fiesta radica para estos dirigentes en poner el techo alto (a la plaza), dar festivales circenses con pista de arena (pero sin toro de por medio) y atraer el público al espectáculo (turistas que compran entradas para hacerse un selfie y salir pitando). “Coge tu sombrero y póntelo, vamos a la playa, calienta el sol… Chi ri bi ri bi po po pom pom” ¿Les suena? Pues eso.