lunes, 3 de noviembre de 2014

Sobre un escenario muy singular



Coge tu sombrero y póntelo…

No deja de asombrar la flema de la clase dirigente y, por añadidura, su extraordinaria capacidad de hacer de la capa de los demás un sayo propio. O una cubierta, que al caso les conviene, para trocar el recinto protegido urbanísticamente de la plaza de toros en un local circense en el que valga la pena el monto del usufructo, dando igual que sea para degustar hamburguesas o cocinar empanadillas. Después de los reiterados intentos de pasarse por el arco del triunfo los inexistentes informes de Patrimonio –de carácter obligatorio, por cierto- para que a la Monumental plaza de toros de Las Ventas del Espíritu Santo se le coloque cualquier artefacto que modifique su estética y estructura, la suerte del monumento parece estar echada sí o sí.

Antes, querían convertir la coqueta placita en una sede de no sé qué final en aquellos proyectos olímpicos que costaron millonadas aunque jamás se puedan amortizar. También se pensó en escenario para macro conciertos. Después, sin autorización de Patrimonio, sin informes arquitectónicos, estructurales y estéticos competentes, aquella fechoría metálica se vino abajo como si de un milagro se tratara, pues en el desastre no hubo que lamentar ni víctimas humanas, ni tampoco políticas y, por supuesto, ni mucho menos las que deberían haber sucumbido por desvergonzados, aprovechados y mentirosos. Hasta la fecha, se ignora quién ha pagado los trastos rotos, incluso quién tuvo las tragaderas más abiertas para deglutir por entero al faquir.

Empeñados en el empeño, según unas declaraciones realizadas hace un par de semanas por el empresario actual Martínez Uranga, cabeza visible del tripartito organigrama gestor, -poco explícitas, por cierto-, y tras la inauguración ayer mismo, al recinto “emblemático” le han anclado una “carpa de circo” para que albergue bajo su techumbre alguna obra de teatro, se proyecte cine de temática taurina y de paso se trasforme si acaso en conciertos. Desde luego que deben dar por supuesto que el personal es tonto de remate. O laxo, como goma de mascar. O compasivo, como ingenua novicia. O “genios”, como asegura Uranga, dispuestos a vitorear tan y tan gran desbordamiento de agudeza. Que se sepa, los empresarios del gremio teatral se quejan de que ya no hay público en las plateas. Y los del cine publican cifras “alarmantes” de los escasos ya cinéfilos que pagan una entrada de sala. Del entusiasmo de los personajes que juntan fotogramas y verónicas no hay datos, aunque se sospecha que no da para una startup.

Por cierto, los creadores de este proyecto (“propio de unos visionarios”, según se lee en una información de un diario nacional) es la misma empresa Warner Music, la cual tiene un acuerdo con Taurodelta, a la sazón arrendataria del coso madrileño. Es decir, que la Comunidad de Madrid como propietaria saca a concurso y adjudica la explotación de la plaza de toros según un pliego de condiciones. En el mismo, se incorpora una posibilidad para que el arriendo puede convertirse en subarriendo por el empresario en menesteres ajenos al espectáculo taurino. El concurso es público; la autorización, ídem; pero, ¿qué tipo de acuerdos son éstos que tienen patente de corso para colocar faraónicas estructuras metálicas sin permisos y sin responsabilidades cuando fracasan? ¿A quién hay que pedirle cuentas? ¿En qué ha quedado aquella chapuza después de ser bendecida por altos cargos institucionales y de acabar por los suelos con costes millonarios?

Que quieren poner cubierta ha quedado claro. Y la terminarán poniendo. Que pretenden a toda costa sacarle dinerito a “estructuras pioneras” sin más control que la ambición de arriendos y negocio de subarriendos, es evidente. Porque, ¿a quién le importan los toros, de verdad? ¿Qué sucederá con los monumentos taurinos? ¿A qué llaman cultura del toro? ¿Cuál es la razón de estos esfuerzos desmesurados en sacar réditos a programaciones con el argumento supuestamente cultural? ¿Por qué no se fijan en las grandiosas y magníficas posibilidades de “marcos incomparables” que tenemos en este país para recolocar escenarios culturales como son, por ejemplo, la Plaza Mayor de Madrid, la Maestranza de Sevilla, el Parque Nacional del Teide, el desierto de Tabernas, el desfiladero de Ronda, el Patio de los Naranjos…, o las múltiples dehesas que están deseosas de tornar el negocio ganadero por el turístico?

Después de todo, qué más da, piensa la mayoría. Y, ¿qué dice la minoría? ¿Se debe conformar con que le echen la culpa de los derrumbes de la fiesta, de la temporada y de los angostos bolsillos empresariales? Quizá ese reducto -cada vez más insignificante de aficionados- que ya no van a la plaza porque están asqueados de tanto milagro español, precisamente el mismo que explotan  estos ideólogos sin descanso y que consistente en dar corridas de toros sin toros y en fomentar una afición sin afición, ya están hartos de tanta desidia y desenfreno, además de pagar bien cara la juerga de los demás. Está más claro que el agua que la revalorización de la fiesta radica para estos dirigentes en poner el techo alto (a la plaza), dar festivales circenses con pista de arena (pero sin toro de por medio) y atraer el público al espectáculo (turistas que compran entradas para hacerse un selfie y salir pitando). “Coge tu sombrero y póntelo, vamos a la playa, calienta el sol… Chi ri bi ri bi po po pom pom” ¿Les suena? Pues eso.

lunes, 6 de octubre de 2014

Crónica. Feria de Otoño.

Al tercer pase

Se puso fin a la inconsciente feria otoñal madrileña con la certeza de ver cómo este mundo extraordinario muere por inanición. Los aficionados ya se marchan de los tendidos muy a pesar suyo, pero a los responsables esto les trae al pairo ya que el objetivo de limpiar expedientes en el escalafón, abonos a saldo, toros en los corrales y dehesas a mansalva estaba cumplido. Otra oportunidad perdida. Otra que cuenta a la baja irremediable.

La corrida de Adolfo Martín estuvo bien presentada, pareja, cuajada y con una media de kilos en torno a 480 kilos por cabeza, además de una floja potencia en el corazón y en las entrañas. En general, los animales tuvieron pocos arrebatos en los caballos, llegaron al último tercio necesitando un cable para arrancarles del suelo, haciendo necesario que se porfiara en los sitios adecuados e intentar tandas pequeñas y cortas. Esto, que resulta incomprensible para los toreros de técnica moderna y para los públicos triunfalistas, era lo que se debía haber hecho. Sin embargo, los diestros –con diferentes medidas, distancias y compromisos- quedaban desbordados al tercer pase, además de contrariados y expuestos a la deriva.

El diestro con más pericia fue Diego Urdiales que con su torero basado en clasicismo y dimensión de esfuerzo dejó algunos naturales pespunteados. Tras una formidable estocada el público pidió la oreja en un abrir y cerrar de ojos, circunstancia que cogió al vuelo el presidente, también a la velocidad de crucero. Si es de recibo, o no, el triunfo de Urdiales no merece la pena darle vueltas. Quizá sea una gran recompensa para este torero riojano de buena materia torera, de gran seriedad en los compromisos en esta plaza, pero al cual le falta dar un pequeño pasito en su temperamento y en su capacidad de trasmisión. Se torea como se es, decía Belmonte. Con seguridad no le faltaba razón. Pero la voluntad de Urdiales es mucha y debe encauzarla hacia la rotundidad, una vez que ya hemos visto su maestría. 

Un ejemplo lo tenía en la terna. Uceda Leal es lo que todo torero quiere tener. Capacidad en todos los tercios; estética de altura con el capote; estoconazos de récor;  planta inmejorable; y todo el público entregado a una plenitud que ni él mismo ni el destino han podido asegurar. Tuvo un toro para ponerse a torear con la muleta. Dejó ir la suerte, una vez más. En su segunda actuación salió agraciado con un avisado y peligroso animal que se fue enterando a marchas forzadas -y basadas- en la impericia de realizar una lidia de antaño. Alivió. 

Y lo que son las cosas de la vida y de la muerte –taurinamente hablando- el gran estoqueador, no lo fue. Le superaron sus compañeros de terna, incluso el diestro nacido en Cataluña, Serafín Marín, que con la espada estuvo bien y fue lo más potable de sus actuaciones. Insufrible en la primera, porfió en los empaques perfileros y en los acompañamientos superfluos. Insustancial, por supuesto. Pero la suerte la tenía de cara con el sexto ejemplar, el más claro en la muleta, el más convincente de entrañas y que coqueteó bajo los petos. El diestro ahogaba en las distancias, intentaba el torero bueno, se esforzaba en la colocación, pero al tercer pase quedaba, como los demás, al filo de lo imposible. Es decir, intentando citar de pico con la muleta retrasada para que el animal hiciera por él -evidentemente- y le propinara una voltereta. Salió del trance enfadado pero con las mismas escasas resoluciones. Al público le dio igual. Al toro se le arrancó el pabellón auditivo, cuando no era necesario desmerecerle con esta afrenta. 

A quien no estuviera en la plaza hay que puntualizarle que tras el cuarto toro -imposible en la toreabilidad, que no en la lidia-, salió un zambombo herrado con la divisa de El Puerto de San Lorenzo, un mulo sobrecargado de mansedumbre, al cual Diego Urdiales se empeñaba en darle algún pase insistiendo en los medios cuando al animal le pedía el cuerpo ni pelea ni medio trapo. En este punto estaba la discusión entre los aficionados. ¿Por qué Urdiales no escuchó las apetencias del toro? ¿Por qué dudó? ¿Por qué no da ese paso que tanto le hace falta y que únicamente en Madrid se reconoce? Quién sabe. Son las cosas del querer. O del destino. O del momento. En mi retina flota la tarde de su actuación en Madrid en la pasada isidrada, con toros del mismo hierro, aunque de una potencialidad rotunda. El torero riojano arrancó unos naturales que bien valen la admiración por este incomprendido arte, pero porfió en los terrenos de chiqueros una faena que debía haberse ejecutado en los medios solariegos que exigía. Diego Urdiales ayer cumplió, aunque muchos queremos más.

Y, por si alguien se da por aludido, lo que no queremos más los aficionados es esta urticante feria de desechos; de mentiras; de personalidades que son de andar por casa –o quedarse en la misma-; de resultados engañosos; de bovinos impúdicos; de plañideras que velan la espumosa cultura mientras se limpian la decencia con ella; de responsables políticos y sociales que consienten esta engañifa; de pagar para seguir alimentando esta desvergüenza. A este punto hemos llegado. Los aficionados ya no sabemos qué nos conviene exigir, si un golpe de gracia o pasarnos a las filas enemigas. Y en eso estamos, descolocados después del tercer pase.

Dominfo, 5 de octubre de 2014. Plaza de Las Ventas. Madrid.
Cuarto festejo de la Feria de Otoño.
Toros de Adolfo Martín para los diestros Uceda Leal, Diego Urdiales y Serafín Marín.


jueves, 2 de octubre de 2014

Una reflexión otoñal y taurina



Rampante

Algo tiene de bueno esta última feria otoñal programada. Es corta y punto. Pasará rápido y a otra cosa mariposa. No sé si el resto del personal que frecuenta por pura afición los desdentados tendidos de la plaza taurina por excelencia siente la misma complacencia por este derroche de compromiso a la baja, pero -a riesgo de quedarme sola en la felicidad rampante- debo reconocer que no provoca mis esencias taurómacas ni un tanto así. 

No voy a entrar en detalles ya que la ineludible programación es tan considerable en desaliño que no merece la pena ponerse exigente y a alguien se le ocurra señalarte con el dedo, con lo feo que es el gesto. Ya saben, hay que contribuir al bienestar social aunque sea con una aportación mínima. Sin embargo, si me permiten los pocos lectores que perseverantes se acercan a este soporte digital ya desfallecido, me gustaría ponerles en aviso sobre el recurrente término que se ha convertido en el titular de este texto.

Si recurrimos a la biblia del vapuleado castellano, el término rampante tiene varias designaciones y todas válidas, según se lean. En primer lugar, hay que considerar su origen etimológico afrancesado -de rampant, que significa trepar -, linaje que le da cierto empaque sabrosón  al vocablo pues, literalmente, se diría “del león o de otro animal cuando está en el campo del escudo de armas con la mano abierta y las garras tendidas en ademán de agarrar o asir”. Por extensión, y uso del lenguaje, al personaje (humano o leonino) que es un “trepador, ambicioso sin escrúpulos”.  En su última acepción, el diccionario de la RAE asevera que también tiene una designación desde el punto de vista de la arquitectura, “pues dicho de una construcción, en declive, como el arco y la bóveda que tienen sus impostas oblicuas o a distinto nivel”.

Insisto. Perdón por la tontería, el vocablo, su toponimia, pero ¿esto no les suena a algo toda esta metáfora lingüística? Será que ya veo demasiado. Será, será. Porque con sinceridad veo por doquier leones rampantes con garras abiertas en posición de soltar mandobles a la decencia y al futuro, sobreexpuestos en las fachadas solariegas y agarrados como lapas a la piedra, asidos a su propio desatino. Veo a los mismos leones rampantes pasando bajo el arco del declive, casi en el derrumbe, pues las robusteces aparecen sesgadas, a punto de ser tragadas por las aguas y las corrientes que las mueven. 

Veo, veo. Pero no veo a las dichosas y preclaras figuras aleonadas -a los rampantes taurinos por extensión- en el último rincón del desván, ni el recóndito mundo interior de la sabiduría, ni superándose en discusiones de conocimiento para traslucir verdad. Así pues, como la manicura es un tratamiento estético que no se puede alargar mucho en el tiempo, pues habrá que agradecer que sea, al menos, un enjuague de horita corta.  Y a correr. O trepar.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Sobre la corrida de Partido de Resina en Madrid

Reliquias de un mundo que muere
Por Paz Domingo

La afición de Madrid estaba entusiasmada. Los lejanos pablorromeros volvían, aunque fueran subtitulados como encaste minoritario. Pero la cortesía de los amantes enamorados de la fiesta brava es cabal como no podía ser de otra manera en estos corazones de cultura absoluta. Es decir pablorromero y allá que va la afición a darse un gusto al cuerpo y empuje al alma torera. El banquete daba comienzo en el apartado matinal y concluía en noche cerrada bajo nubarrones que terminaron por refrescar el ambiente en la retirada a casa. Entremedias reaparecían los bellos ejemplares con lomos nevados y grisáceos, de estampa altiva y estilismo armonioso; de parejas y discretas fisonomías; y también de casta, aunque no rotunda, ni posiblemente tampoco de provocar locuras en esta desventurada fiesta. Pero casta, ¡ya lo creo! y también lo afirmo.   

Los tres diestros que componían el cartel pretendieron cumplir con el compromiso adquirido, incluso dejar algún apunte estilista. Sin embargo, la difícil papeleta de epatar ante estos altaneros animales quedó menguada por la escasez de recursos, de no estar placeados; de no imponer el dominio; de abandonar a los ejemplares a las armas toricidas de caballeros arteros; de no dar lidia de control; de no resolver con inteligencia; en definitiva, de tener voluntad para intentarlo pero sin poder rematar en la cadera. Para aquellos aficionados y aficionadas que ya han visto muchas cosas por este mundo del diablo, la valentía de estos tres toreros es infinitamente superior – por supuesto inalcanzable- a la de los figurantes del alto escalafón de la tauromaquia del pasito atrás, de la pierna robótica, de las afueras siderales, de los toritos bonachones, de inmaculadas orgías, y de mentiras que ya ni llenan la plaza. Porque esa es otra cuestión. Los tres toreros de la tarde de pablosrromeros no llevarían mucha gente a los tendidos pero tampoco la echan con atracos a muleta cargada.  

A los toros se les recibieron con aplausos por su magnífica presencia. Incluso, se les despidieron en el arrastre con reconocimiento. Tuvieron en general su faena. También su genio en el caso de algunos. También su bravura, en unas situaciones muy evidente. Y su mansedumbre. Y su resolución, aunque casi nadie apostó por esta banalidad. Y su complicación. Y sus lidias inexistentes y en terrenos equivocados. Incluso hubo aficionados que salieron satisfechos porque no se cayeron. Los tres diestros se quedaron muy cortos en ejecución. José María Lázaro estuvo en estilista con su destacable muñeca y temple, aportó voluntad y se dejó cruda la muleta. Quizá, a estas alturas ya se ha dado cuenta del gran error de incluir en su cuadrilla al jinete matarife –que para guasa se llama Cordero- que perpetró sendos asesinatos –unos titulares y otros de rebote- a dos cárdenos en forma de deslomes tras horripilantes varas percutoras, que barrenan y hacen palanca a la velocidad del rayo y a la altura de los riñones.

Así pues, los hermosos cárdenos, de lomos plateados que le cayeron en suerte a Lázaro se fueron al desolladero inéditos. Y los dos de Pérez Mota, que desaprovechó un toro de faena sin compromiso y un toro con sus cuatro letras: hermoso, bravo, noble y de triunfo. Le dio una buena serie inicial y se acabó, pues es lo que pasa cuando uno enseña las cartas y el contrincante acredita que el apostante va de farol. Hay que reconocerle su voluntad de hacer las cosas, pero a los aficionados esto nos sabe a cuerpo quemado o pitón pulverizado. Respecto a Rubén Pinar su intervención fue al revés: de más a menos y de menos a la nada. Empezó con técnica lidiadora, circunstancia que se agradecía, en la lidia de un tercer ejemplar que tuvo su faena sin excesivos compromisos, a pesar de que el toro manseaba, apechugaba y se rajaba a la velocidad cambiante de los fogonazos de un rayo. Pinar insistió mucho y mal, ya que porfió en el tercio cuando se trataba de alejar al pródigo carácter de las tentaciones. En la última intervención de la tarde el diestro albaceteño no quiso ni ver al pablorromero de más genio y ambos se fueron por el camino de sus pasos inéditos y sin consistencia taurómaca.

Una tarde de reliquias en un mundo que muere. Las huellas de la grandeza de este espectáculo están remotamente escondidas en las entrañas de este encaste minoritario y olvidado, en la valentía obligada de los toreros que deben sacar de la necesidad una peripecia; de esta grandiosa afición que no se merece el noventa y nueve por ciento de bodrios que le preparan como si compusieran su obituario. Veo cosas raras en este mundo que se muere. Veo a las mismas autoridades en semejantes asientos privilegiados con iguales irresponsabilidades y con idénticas malas gestiones. Veo caras conocidas y tristes. Veo extrañas salidas del armario –léase tendido como referencia-. Veo algunos viejos amigos. Y veo sus oscuros pensamientos. Es decir, que ya veo demasiado.

Plaza de toros de Las Ventas.
Madrid, 21 de septiembre de 2014. Toros de Partido de Resina para los diestros José María Lázaro, Pérez Mota y Rubén Pinar.

Posdata: Les enlazo a las crónicas de las dos últimas corridas de los pablorromeros publicadas en este soporte digital. Que se diviertan.  
“Hoy estamos de suerte”. Por Paz Domingo. (22 de mayo de 2011) https://sites.google.com/site/toroaficion/san-isidro-2011/san-isidro-2011-13-festejo
 Que vienen los ‘pablorromero’. Por Paz Domingo. (22 de abril de 2010)

lunes, 8 de septiembre de 2014

La corrida de Moreno Silva en Madrid

Reaparición

Los saltillos de Moreno Silva reaparecían en Las Ventas para expectación de los escasos aficionados que quedan en este mundo de remota bravura. También, yo misma regreso a este soporte digital después de mucho tiempo de apatía taurófila. Y sin ánimo de hacer comparaciones -que como bien se sabe, suelen ser odiosas-, aprovecharé esta anécdota para establecer alguna similitud porque mucho tienen que ver, en mi opinión, los escasos recursos y alicientes que se invierten en la fiesta auténtica pues consiguen desmantelar entusiasmos poderosos, llevarse por delante todo caballero andante que se precie y provocar aflicciones difíciles de remontar entre aquellos pobres locos que pretenden desfacer entuertos y defender a su dama de dragones y encantamientos.

La sucesión de saltillos resultó desigual de presencia y de casta dejando flojos los ánimos, lejanos los recuerdos de aquella novillada vibrante y portentosa que nos regaló el ganadero hace unos años en San Isidro. Las explicaciones de los admiradores de los morenosilva a esta decadencia en los resultados de sus toros son muchas, según se lee en las redes sociales y en las críticas, pero posiblemente haya que buscarlas en la desatención a la fiesta o en la falta de seguridad en un escenario repleto de protagonismos comerciales y nada exigentes con la verdad.

Desde aquel derroche de casta y bravura el quijotesco criador de saltillos prácticamente no ha lidiado en territorios de la piel de toro; se ha dejado ver algo en plazas sureñas francesas; y, en definitiva, ha quedado sepultado por su apasionado instinto idealista. Ante estas circunstancias, el héroe se repliega, retrocede su posición, flaquea el ánimo, se oscurece su coraje. Y el cansancio se hace evidente pues no se atiende como se debiera a la empresa, a la inversión, al instinto y a los resultados.

Se sucedieron ejemplares desiguales en presentación de más a menos, y también en resultados en cuanto a casta se refiere. Hay que puntualizar que casta tuvieron, hasta mucha se podría asegurar, incluso no pisaron los terrenos de chiqueros, salvo en última instancia el toro que se lidió en sexto lugar que apuntó maneras barbeando las tablas de salida. El comportamiento también varió. Quedó el segundo con la nota más alta en bravura, casta de la buena, nobleza repetidora y prontitud en las acometidas, incluso contó con el factor suerte pues cayó en el lote de Encabo, el cual pudo saborear unos buenos lances con el capote, demostrar oficio en la posesión con la muleta, más varios trincherazos con clase y algún natural. Sin embargo, dejó a Soriano –cárdeno aldiblanco-  insuficiente de dominio, con un tercio de banderillas en las postrimerías de la buena colocación y le faltó ajustar la distancia correcta. Con el segundo de su lote, el diestro madrileño se escondió. El toro resultó más incierto, aunque algo tendría que ver que el matador le desatendió bajo los petos y se le diera lidia de alivio, aunque fuera Ángel Otero el encargado de ofrecérsela.

Marcos Serrano, nacido en Nimes, confirmaba alternativa en Madrid con un animal precioso de lámina y de esencia buena en las entrañas, que empujó en el caballo y que se fue al desolladero con un magnífico pitón izquierdo desaprovechado, muchos pases sin sustancia y con una casta de utilización inédita. El polémico quinto de la tarde fue a caer en su lote. Se le protestó de salida por la justeza de presencia, aunque su tipo era de coqueto saltillo. La mayoría de la afición creyó ver falta de materia en el animal porque al contacto con la vara se desentendía alocadamente. Pero se trasformó, sin que nadie se lo propusiera, persiguió el engaño con listeza y puso en el mayor de los apuros a Serrano que tenía ningunos recursos para pararlo y templarlo. Dos toros en definitiva de importante consideración para realizar el toreo, aunque para algunos no estuviera tan claro. Y si está permitido una ligera observación, sería deseable que el diestro apuntara maneras en la suerte suprema en vez de salir despavorido envuelto en sus propias turbulencias, tirar el engaño y dejar el hocico del inocente animal pespunteado a navajazos.  

Joselillo ganó la partida en desorientación torera. Al tercero le dio capea. El animal -que necesitaba cintura para depurar su relativa fijeza- se maleó a conciencia pues las compañías del peto toricida y las reservadísimas maneras toreras del diestro hicieron posible el desacierto. Con el último saltillo, el más anodino del encierro, también el más hondo de hechuras, permaneció desbordado en pases aéreos. Concluyó con el estoque por debajo del aprobado.

A estas alturas de la tarde –y del ánimo- muchos se fueron decepcionados por los ansiados saltillos. La corrida, al margen del recuerdo y de clasificaciones míticas, tuvo su interés. Y hasta su grandeza, si se tiene en cuenta que la engloban en esa piadosa catalogación de encastes minoritarios y que hay que dar salida para que las críticas a la abusiva competencia en un mercado único sean inoperantes. Es cierto que el festejo podía haber salido mejor en resultados, pero hay que ponerse en escudo grisáceo que envuelve la armadura de estos viejos hidalgos; imaginarse a lomos de su rocín flaco; salir al alba para desfacer entuertos; y salvar a la dama en apuros, deshonrada por malhechores, acosada por algún que otro dragón y encerrada tras imponentes almenas. Lo dicho. Hay que ponerse en su lugar.

Plaza de toros de Las Ventas.
Madrid, 7 de septiembre de 2014. Toros de Moreno Silva para los diestros Luis Miguel Encabo, Marcos Serrano y Joselillo.


miércoles, 25 de junio de 2014

Sobre plazas y acontecimientos de toros en Granada




Historias de aquella plaza de toros alhambreña
Los estudiosos Alcantud y Rozúa enseñan la existencia de un coso de madera ubicado en el palacio árabe a principios del siglo XIX

Granada tiene una plaza de toros de estilo mudéjar, como no podía ser de otra manera. Se realizó su construcción por iniciativa popular y arquitectónicamente fue puesta en pie por la pericia del arquitecto Ángel Casas en 1928. Heredaba el nombre -Real Maestranza de Caballería de Granada- del anterior coso que se había consumido bajo el fuego en el amplio solar de la actual Plaza del Triunfo. Este paraje hermoso que es Granada, enclavado entre corrientes de agua que descienden voluptuosas abultando la contención de sus paredes verticales, calcáreas y rojizas, no fue nunca ajeno a la fiesta de correr toros -y correr cañas- pues “gozaba de una gran popularidad y servía para subrayar la celebración de cualquier solemnidad”, como sostiene Inmaculada Arias Saavedra en su estudio La Real Maestranza de Granada y las fiestas de los toros en el siglo XVIII.

Esta historiadora habla de dos puntos neurálgicos, aunque no fijos -la plaza de Bibarrambla y el Campo de los Mártires, junto al Generalife-, donde se alanceaban toros y se practicaba el rejoneo en el siglo XVII, hasta que los mismos nobles fundaran en 1686 la Real Maestranza de Caballería. El toreo a caballo había experimentado entonces cierta decadencia, pero en 1725 los festejos taurinos resurgían ya que los distinguidos promotores obtuvieron privilegios para la organización de los espectáculos, y que a partir de 1739 se realizan con regularidad. Alentados los maestrantes granadinos por la construcción de plazas de maderas de emplazamiento fijo como Sevilla y Madrid, decidieron poner en marcha su construcción en la Plaza del Triunfo pues hasta la fecha de 1768 –en que fue inaugurada, incluso con considerables oposiciones al respecto- se montaba y desmontaba un coso de madera puntual a los espectáculos en las inmediaciones del puente del Humilladero, junto al río Genil y el paseo conocido como de la Virgen.




En este fabuloso recorrido de la fiesta de toros granadina a lo largo del siglo XVII y XVIII Inmaculada Arias de Saavedra asegura en su estudio que el coso de madera en la plaza del Triunfo “sería el único existente en Granada hasta su destrucción por un incendio en 1876”. Sin embargo, tras esta afirmación ha salido un estudio que aclara y matiza que en la capital andaluza sí se dieron festejos con toros de muerte con carácter fijo, aunque la aventura durara apenas cuatro años. Los matices los exponen José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa en el número 34 de la Revista de Estudios Taurinos -en la tesis Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural- y se hacen relevantes porque demuestran que hubo otro espacio para realizar celebraciones con toros, que estuvo ubicado en el bello palacio árabe, que tenía forma cuadrangular y era de madera y que lo construyó el maestro de obras del recinto mudéjar Thomás López Maño.

La importancia de la tesis de González Alcantud y Barrios Rozúa consiste en aportar el motivo para el que estuvo justificado este coso y que se fundamentaba en la recaudación de los festejos para después reinvertirla en las obras de restauración de la Alhambra. Así lo explican: “El gobernador de la Alhambra renovó en solitario en 1800 la propuesta de celebrar corridas para recaudar dinero y fue aceptada, probablemente porque los temporales habían agravado el estado de la ciudadela”. Esta noble iniciativa no estuvo exenta de presiones por parte de los miembros maestrantes y las instituciones religiosas y locales que también promovían este tipo de festejos para recolectar fondos y, sin embargo, estuvo en pie desde 1800 a 1804, tres meses antes de que la Real Cédula de Carlos IV (febrero de 1805) prohibiera “absolutamente en todo el Reino, sin excepción de la Corte, las fiestas de Toros y Novillos de muerte, mandando no se admita recurso ni representación sobre este particular.”







El ruedo situado en la Plaza de los Aljibes, paralelo al palacio –y no en el interior circular como sería previsible imaginar-, se estructuraba de manera cuadrangular, “con las esquinas achaflanadas y cerrado por una barrera”, con dos cuerpos y con la peculiaridad de que el segundo no se elevaba “finalmente en el costado oriental para evitar que la plaza ocultara la fachada del palacio” de Carlos V. “De esta manera la fachada principal del palacio carolino quedaba despejada y desde sus balcones se veían perfectamente las corridas. En el centro de uno de los lados de la plaza estaba el balcón de mando”.

A continuación, se recogen algunos párrafos de este revelador estudio de la plaza de toros de la Alhambra, mezclados con un reportaje gráfico del actual ruedo granadino de estilo mudéjar, como no podía ser de otra manera, realizado el año pasado durante una visita guiada. 





“La popularidad de las corridas tenía una componente no solo pasional sino igualmente material, como demuestra sus pingües beneficios. Lo vemos reflejado en Granada, sin ir más lejos: en esta ciudad sólo el alquiler de las ventanas que daban a la plaza de Bibarambla producía tales cantidades que cuando se suprimía una corrida, como en 1747, quienes perdían tan suculentos beneficios pleiteaban” (…) A la vista del negocio creciente los nobles decidieron intervenir. En Granada la Real Maestranza recibió el privilegio de celebrar corridas en la ciudad, o mejor dicho extramuros de la misma”.
Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.






“Durante veinte años la plaza de la madera de la Maestranza estaría extramuros de la ciudad, al igual que la definitiva construida también en madera en 1768 en el campo del Triunfo”. Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.





“Entre 1740 y 1756 se alternan los permisos y las prohibiciones para celebrar corridas en La Alhambra, todo relacionado con las necesidades culturales de las hermandades existentes en la misma o más frecuentemente con la conservación, y también con prohibiciones generales como la de 1754. No podemos dejar de hacer notar que la Alhambra mantenía una autonomía, o independencia jurisdiccional, frente a la ciudad de Granada, con su propia alcaldía y gobierno”.
Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.

 

“La división de opiniones en el seno de la Iglesia católica a propósito de la licitud de las corridas de toros era antigua, afectando al propio papado, habiendo dado lugar a lo largo del tiempo en su seno a una oposición en su seno a una oposición entre taurófobos y taurófilos (Pereda, 1945)”.
Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.




“A estos problemas hubo que añadir otros, que indican en sí mismos la preocupación por la conservación monumental en cuanto tal. (…) Pero la Alhambra tenía necesidades imperiosas ligadas a su deterioro y subsiguiente conservación…” Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.





“En 1795 el deterioro era tan acentuado y los recursos tan escasos que el gobernador, Francisco González Mojena, solicitó permiso para celebrar corridas de toros… El recurso de las corridas estaba encima de la mesa de los corregidores y gobernadores para sostener las necesidades del urbanismo y ornato públicos".
 
Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.




“Contra toda lógica de fundamento analógico, las plazas alhambreñas fueron cuadrangulares, como las del resto de España, en lugar de redondas, como parece invitar la circularidad del patio del Palacio de Carlos V. El gobernador de la Alhambra renovó en solitario en 1800 la propuesta de celebrar corridas para recaudar dinero y fue aceptada, probablemente porque los temporales habían agravado el estado de la ciudadela”. (…) No se trataba de competir con el coso granadino, regentado por la Real Maestranza, más estable, sino de elevar una estructura económica que pasados unos lustros, los necesarios para restaurar la ciudadela y sus murallas, pudiera desmontarse liberando a la Alhambra de su presencia, ya que no se consideraba natural su emplazamiento en el recinto. El autor del proyecto presentado fue Thomás López Maño, maestro de obras de la Alhambra desde 1782”. Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.

 



"La plaza, anfiteatro o circo, que de las tres maneras es denominada en la documentación, era un rectángulo, casi cuadrado, con las esquinas achaflanadas y cerrado por una barrera, circundada por un “callejón de inter barreras” y finalmente el graderío de dos cuerpos de alzada, el primero inclinado –o “graderíos de subir”- y el segundo cubriendo la mitad superior del primero. El segundo cuerpo tenía las llamadas “ventanas o tertulias” –también se denominará este espacio como galerías-, con suelo plano. Este cuerpo no se elevaría finalmente en el costado oriental para evitar que la plaza ocultara la fachada del palacio. De esta manera la fachada principal del palacio carolino quedaba despejada y desde sus balcones se veían perfectamente las corridas. En el centro de uno de los lados de la plaza estaba “el balcón de mando”.

Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.



“La construcción de la plaza de toros de la Alhambra indignó tanto al Ayuntamiento como a la Real maestranza, que tenían privilegios en la celebración de corridas, internas y externas a la ciudad”.
Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.




“La estructura levantada en 1800 era tan endeble que necesitaba continuos reparos”. Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.
  



“A la Alhambra le fueron concedidos el 18 de abril de 1800 “espectáculos de corridas de toros encaromados, volatines y fuegos artificiales”. Los espectáculos incluían “toros de muerte”. La real orden concedía seis u ocho corridas de toros al año, para la conservación de la Alhambra, aunque se harían más”.
Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.

 



“Corridas de toros, novilladas, rejoneo y toros embolados se celebraron en la plaza de madera instalada en la plaza de los Aljibes desde el 8 de julio de 1800 hasta diciembre de 1803; se celebraron espectáculos taurinos casi todos los meses, estando a veces acompañados por castillos de fuegos artificiales. En enero de 1804 los espectáculos cesaron y el 5 de octubre de ese año las autoridades de la Alhambra tomaron la decisión de desmantelar la plaza y vender sus materiales. El 27 de febrero de 1805 se hizo inventario de materiales y en los meses siguientes la desmanteló el carpintero Luis del Águila. El fin de las corridas de toros quedó certificado en 1805 por una Real Célula que prohibía una vez más los toros en España, por lo cual la mayor parte de los lidiadores andaluces de toros fueron licenciados. Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.



“La restauración de la Alhambra con el producto de las corridas de toros ofrece un balance algo decepcionante. Esto nos lleva a plantearnos una pregunta: ¿tan poco dinero se recaudó pese al elevado número de corridas de toros y novillos celebradas? Revista de Estudios Taurinos. Nº 34, Sevilla, 2004. Toros en La Alhambra entre la conservación monumental y la metáfora cultural, por José Antonio González Alcantud y Juan Manuel Barrios Rozúa.