viernes, 4 de abril de 2014

Previsiones a una temporada inédita (II)



Un torero en un plató



No oigo mucha algarabía después del paso de un torero por la televisión pública. Con lo difícil que es el hecho y ya nos estamos acostumbrando. Sucedió esta mañana. El plató en cuestión era el espacio Los desayunos de TVE, dedicado al repaso de la actualidad nacional y política a la hora del café para los que no madrugan; la figura del torero, Julián López, El Juli, encargado de ser la cabeza visible del mundo taurino; la excusa, ninguna; la cuestión, evidenciar que él y otros cuatro toreros más no están en los carteles de la Maestranza sevillana en su feria; la explicación, no se trata de aspectos económicos; la contradicción, no hablar de política en un espacio dedicado a la misma; la conclusión, a cuento de qué tantos topicazos y tanto postín al discurso gastado, recurrente e irreal que difunden del argumento taurino cuando la decadencia se impone a esta realidad. De temáticas manidas fue el asunto y, si me lo permiten, me gustaría explicarlo, aunque sea redundar en más de lo mismo y en la hartura de todos los que no somos personajes relucientes del firmamento ni estamos obligados a reiterar vacuamente cómo éstos “se juegan la vida”.

Me inflaman tantas y tan cacareadas proclamas de tantos y tan conocidos lugares comunes. La modernidad parece un territorio ignoto y lejano, aunque efectivamente apetecible por todo ser viviente. Viste al desnudo, da de comer al hambriento, provoca sueños al insomne, inspira poemas al gañán e incita a la despreocupación futura. A uno le llaman ladronzuelo y ni se inmuta. Pero, ¡ay!, le califican de antiguo y es capaz de renegar de sus ancestros más cercanos. Julián López, impulsor de la renovación vanguardista en la fiesta, también figura del toreo, insiste en que hay que modernizar el espectáculo puesto que de este propósito depende "su futuro". Lo que no sabemos es el cómo se va a imponer esta declaración de urgentes intenciones ni el soporte que utilizarán los gurús encargados de tan altruista misión. Habrá que estar atentos al twitter, quizá en 140 caracteres quepa el mensaje purificador. 

Yo por más que lo intento, no lo entiendo, maestro. Ni quiero entenderlo. Es decir, “que hay que adaptar el espectáculo a los tiempos modernos” porque “está anclado en un mundo antiguo” y, sin embargo, usted asegura estar en un momento profesional excelente y considera su manera de interpretar el arte excelso del toreo en el estilo “más antiguo, más cercano al clasicismo”. Pues algo falla, ¿no le parece? No le falta razón en una cosa: por un lado está el toreo como verdad y por otro la verdad que se da en el toreo. Sin la primera no existirá la segunda, aunque se estimule irresponsable y concienzudamente la virtualidad de aquella para la posibilidad de ésta.

Lamenta El Juli no estar en su plaza favorita de la Maestranza, o una de las más importantes en su carrera profesional y -al igual que sus otros compañeros en esta aventura reivindicativa (Manzanares, Perera, Morante y Talavante)- ha vetado a la plaza sevillana por “un problema de trato”. ¿Qué trato?, preguntó la presentadora. “Irrespetuoso y poco acorde con Sevilla”. Añadió el diestro que “el abuso no es bueno para nadie”. Por supuesto, insistió en que no era un tema de dineros. Yo no voy a entrar en las cuitas privadas y monetarias de las figuras del toreo, no porque crea que no se hace necesario saberlas (ahora estarían más justificadas que nunca ya que la crisis de verdad, la del dinero circulante, obligaría a exponer el balance de gastos y resultados) sino porque entraría de lleno en el recreo de “café para todos” cuando muchos intuimos que se pelean por los azucarillos. Que un torero gane, o quiera ganar, más o súper más, es legítimo. En el cómo y cuándo están las claves y las contradicciones.

 Y hablando de dineros y de crisis. Uno de los periodistas participantes le pregunta sobre “la crisis del concepto del toreo” y el hecho palpable, incluso para alguien ajeno a la afición, que las plazas de toros no se llenan. El diestro madrileño no está de acuerdo. “Las plazas se llenan”, dice. Y pone los ejemplos de Madrid y Pamplona (como todos sabemos la catedral del toreo no cuenta con la excelencia de antaño –tampoco se llena ya- y la plaza navarra no puede ser comparada con nada porque trasciende mediáticamente al ritual). Y completa: “El sector taurino goza de buenos números, números nada despreciables”. Discúlpeme, pero respecto a lo que usted percibe de los llenazos a mí se me escapan, aunque le aseguro que ese clasicismo de que habla sí que entra en las más negativas entendederas y, por tanto, pondría de acuerdo a todos.


Por último, vamos a la política. Dice que los toreros son apolíticos. Permítame que discrepe. Apolítico significa ajeno a la política y en este país ni se da ni se espera ningún personaje de estas características, y menos ahora. Entiendo que usted ha querido decir que los toreros no se quieren meter o identificar en determinadas maneras de hacer política, una circunstancia que precisamente sí se ha producido en los últimos tiempos con la formación de grupos de profesionales taurinos, algunos exclusivamente toreros, que se han personado en los despachos ministeriales y con las mismas han desplegado pergamino y desconsuelos. Estos son tiempos políticos, de gentes comunes y corrientes que se han puesto a opinar como sabios de alta economía e incontables ideologías porque les apetece y les toca el bolsillo. Discúlpeme si le digo que ni proscripciones reales, ni pragmáticas papales, ni prohibiciones animalistas han podido anular la fiesta de los toros, hasta el momento, claro. 

Por supuesto, hablo de la fiesta de emoción, riesgo y verdad y no de los espectáculos sucedáneos y simuladores que a pocos interesarán, y a éstos lamentablemente les incumbirá hacer con ella cuanto les plazca sin acordarse de naturales o verónicas, de lopecinas o volapiés. En un tiempo cercano hubo en Cataluña tres plazas de toros simultáneas y una afición que las llenaba. Pero no fueron los políticos quienes se empeñaron en hacerlas desaparecer. Fueron los taurinos los que se enamoraron de los turistas e idearon trastocar el padrenuestro de la fiesta. Tras el rezo, las súplicas y las rogativas llegó la condenación y nadie mejor que los creyentes para saber que del purgatorio se sale, pero de las llamas perpetuas del infierno jamás de los jamases. Y allá abajo algunos se fueron ricos, otros más pobres que las ratas y el resto se quedaron deambulando como ánimas penitentes y doloridas.

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