Reflexiones sobre un desigual
fin de semana taurino
Siento una gran admiración por todos los hombres y mujeres que han decidido hacer frente al oficio de matar toros de lidia. Este arrojo poco cotidiano radica en el valor para superar el miedo y en la inteligencia para convertirlo en maestría. Sin lo uno ni lo otro tiene sentido la seducción que desarrolla esta actividad tan singular llamada tauromaquia. Admirable puede llegar a ser este enfrentamiento y aún se queda corto si se tiene en cuenta la grandeza que reside en la crianza de toros de lidia establecida en la práctica de dotar a estos animales de fuerza, resistencia al sometimiento y hermosura.
Este misterio de la vida se da y se mantiene a modo de milagro. Son escasas las manifestaciones verdaderas y completas que condensan en un instante la capacidad extraordinaria de trasladar el dominio de un animal poderoso a la excelsitud del arte. Tan extraños son, tan difíciles pueden llegar a ser, que hasta se ha hecho necesario recrear un mundo paralelo donde el enfrentamiento escasamente creíble ha pasado a ser colosal por imperativo urgente ya que este presente desdibujado en la esencia tiene pocas posibilidades de futuro. Es decir, que termina por ser grotesco si no ofrece el convencimiento de su grandeza. Esta reflexión carece de optimismo para casi todos los personajes involucrados en este actual mundo de toros, al mismo tiempo que preocupa a los que ven derrumbarse su afición y sus ganas de desarrollarla.
La tristeza, la desmotivación y la incertidumbre que intranquilizan a los aficionados no tiene su causa principal en el estado comatoso en que se encuentra la credibilidad del espectáculo taurino, incluso tampoco por el cobarde ímpetu de los responsables sociales y políticos dedicados a la explotación interesada de sí mismos. Aunque todo suma. Pero, no lo crean. No es pesimismo. No es venganza. No es resentimiento. Es, sencillamente, una cuestión de saber que todo se acaba, que acabamos engullidos por la idiocia más perniciosa de cuantas son imaginables.
Esto viene al caso porque en el trascurso de este pasado fin de semana ferial se ha podido constatar qué peligrosa amenaza define nuestro destino. El viernes, en el día de la resurrección de Alejandro Talavante, la masa se convirtió en hueste. Un ejército entrenado en la ponderación de su autoestima, arrojado a la catarsis por estímulos mediáticos, transfigurado en populista benefactor, amparado en soberbia irascible, exaltado en su vanidad y reivindicado en su fuerza irracional provocó un espectáculo turbador por peligrosísimo que hasta sorprendió a los ideólogos de tan deformada doctrina moderna. Pues bien, el infernal batallón vino a confirmar que daba igual cuál fuera la verdad en la arena porque lo que valía era la imposición mayoritaria que excluye a la minoritaria por molesta, exige su propio triunfalismo, obliga a la sumisión incondicional, no atiende a las riendas programadas y provoca el pánico resguardándose en la fuerza bruta. Los viejos en el lugar han visto muchas manifestaciones contrarias a la lógica. No sorprende que se desate un estado pasional espontáneamente, ni mucho menos que se promueva desde el mismo estamento taurino, pero lo que nos ha dejado el alma en vilo es que la masa informe se ha convertido en horda y, por tanto, ha traspasado la legitimidad de los números para ser orgía de saqueo.
Los protagonistas y amigos múltiples de tan divertidos juegos florales aseguraban muy ufanos que había que darle al César lo que le pertenece. A saber: tener exenciones por ser patricio, organizar las luchas de gladiadores, dirigir legiones y practicar la conquista, desvirtuar el Senado romano, cruzar el Rubicón, cortejar a Cleopatra, no cuestionar la improductividad del generalato y atesorar auctoritas por los siglos de los siglos. Todos estos intérpretes piden respeto porque aseguran que los toreros “se juegan la vida”. ¡Como si no fuera verdad que unos más que otros! ¡Como si los bomberos, marineros, mineros, pescadores de alta mar, astronautas… no se la jugaran! ¡Como si los perros se ataran con longaniza! No frivolicemos, por favor. Que el primer error es hacer creer a la multitud ignorante que la responsabilidad y el riesgo para un torero es el divertimento de una tarde de paseo. Ustedes son los culpables de este topicazo que no hace sino ahondar en la insustancialidad y no reconoce con justicia la grandeza y la tragedia de la fiesta. Y así nos va.
Les reto a la travesura de la metáfora. Observen quienes ponderan tanto riesgo. Escuchen a estos desinteresados interlocutores. Piensen si saben de qué va el asunto. Pregunten el motivo de tal manifestación. Porque es probable que encuentren coincidencias entre quienes aseveran y entre quienes no saben de verdad lo que es jugarse la vida, incluso en el mejor de los casos, ya olvidaron de qué va esto. Y esta alegoría es amplia. Sirve para un roto y un descosido, tanto para cubrir la plaza con artilugios insalubres como para permitir el fraude en las esencias auténticas de un toro de lidia.
El domingo llegó Alberto Aguilar y se hizo el toreo, por supuesto poniendo juego verdadero aun a riesgo de su vida. No había toros que “se dejasen dar un pase”. Ni hordas desatadas porque salieron encauzadas por la tronera como almas que lleva el diablo. No hubo corona de laurel para el vencedor de la lucha. Pero quedó el honor, la entrega, el conocimiento, el mando y la resignación para el centurión Aguilar y de paso para la cohorte de aficionados que reconocemos a un gran general y sabemos de qué va la guerra.
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