Plaza de toros de Las
Ventas. Madrid. 24 de mayo de 2013
Toros de Victoriano del
Río para Sebastián Castella; José Mari Manzanares y Alejandro Talavante. Decimosexto
festejo de la Feria de San Isidro 2013.
Talavante procesiona a hombros
de sus legionarios
de sus legionarios
Por Paz Domingo
Paseaba Manzanares su único
premio ferial por el albero madrileño en plena exaltación del gentío cuando, a
la altura del tendido que manifestaba la desaprobación por una faena aérea
marcada sin sustancia verdadera en los terrenos distantes, la mayoría
arrebatada imponía su fuerza con cañonazos vengativos dirigiendo escarnios a la
minoría ya excluida en el criterio general por molesta. Mientras, el espada magnetizador
no perdía el rictus sonriente. Daba comienzo el aquelarre. Una vez sentenciados
los herejes, los sumos sacerdotes procedían a la purificación del altar
prendiendo fuego a la pira, al chivo expiatorio de paso, para invocar el auxilio
de los dioses y ahuyentar los malos espíritus de la fiesta.
La catarsis se sucedió,
entre otras cosas porque estaba pensado. En tercer torito que salía por los
chiqueros era otro producto de diseño que, aunque hecho al por mayor, dio el
pego por su juego. El animal se tomó su tiempo fuera de los chiqueros; obligó a
los picadores fallidos a refrendar el ridículo; al maestro, las correrías por
todo el albero; a los subalternos, el juego del pilla-pilla; al presidente, el
olvido de las banderillas negras; al gentío, la evidencia que no sabían lo que
es el toro manso cuando le da por hacer mansadas, o no, en función de que sus entrañas
sean verdaderas, o no.
El enfrentamiento entre
hombre y animal resultó interesante, pero nunca divino, ni mucho menos salvaje.
Talavante entendió que las querencias las tenía hacia dentro, y los derechazos
a favor de las tablas tenían su magnetismo. El animal “galopaba” en los
estatuarios de entrada que expuso firme el diestro. Ambas cosas inusuales, como
algunos saben. La primera porque -que yo recuerde- los toros de toda la vida
tenían pies, fuerza, acometividad, pero trote, lo que se dice trote pues no se
conocía. Debe ser la superación genética y acelerada que se ha impuesto. Hemos
pasado del concepto “motor”, al galope tendido. Por tanto, iniciar la actuación
con un mansote (mejor este término) por arriba certificaba que Talavante hasta
ese momento no se había enterado que el animal metía la cabecita y que ya
jugaba al toreo de sí mismo si se le exponían los engaños encaminados a los
terrenos de las tablas.
En esos momentos, mientras
realizaba un toreo sin mucha profundidad, surgía la inspiración a rachas, que
en realidad fueron dos naturales y mucha decisión para matar a favor de la
querencia en el hilo mismo del callejón. Su mérito es esa iluminación que brota
en un instante para esconderse con la misma rapidez. Su historia, que le cuesta
horrores entrar en materia para después afianzarla, rematarla, creérsela y
continuarla. Aunque parece que el crédito a Talavante ya no le hace falta. Con
tantos amigos que tiene el muchacho le sobran los entendidos y allí le sacaron por
la Puerta Sagrada de Madrid, en una catarsis histérica; con el rostro
trasfigurado; con la herida sangrante que supuró durante una semana ya taponada;
en imitación tremenda de romería rociera, llevado en volandas por brazos que
emergían entre el atropello pero que auparon al Resucitado con fuerza pasional,
tal y como se procesiona al Cristo de Mena por los miembros legionarios en la Semana Santa
malagueña.
La fragmentación de las
almas fue un hecho. Allí, los creyentes de las parábolas superfluas muy
enfrascados en mensajitos por el twitter en ciento cuarenta caracteres para
cantar el milagro del cielo que se abrió. Aquí, los que reniegan de esa abismal
ponderación mediática, extemporánea,
inoportuna y altamente nociva porque si algo tuvo mérito se hace innecesario
argumentarlo. Pero las cosas son de esta manera, es decir, a contra corriente,
aunque el torrente impetuoso sea más riada que atmósfera húmeda. Es puro
desasosiego, es pura entelequia, o quizá es que estemos equivocados:
-
quienes vimos
a unos toros desdibujados por su presentación a medias (mitad y mitad, ya me
entienden), de juego galopante (confundido con casta y nobleza), de mansedumbre
que se tiene por fiereza y porque optan a los premios de la nada. Quienes vimos
a un Talavante con las mismas carencias resolutivas en el toreo pero que sacó
inspiración en un juego que no dominó y que después no quiso enfrentamiento
verdadero con el animal que hizo sexto, con más convicción para un hipotético resultado
que no se produjo, aunque arrollara al subalterno Luján y la puerta de la Gloria
le esperara de par en par;
-
quienes vimos
a un Manzanares en su línea periférica, por supuesto muy bien dibujada por
estética, efectista y preciosista pero que tampoco pudo, o quiso, contienda
auténtica con el grandullón quinto ejemplar con sangre algo encastada y creíble
en el fondo de sus querencias;
-
quienes vimos
a un Castella en la reiteración del repertorio, sin variación posible, sin
sitio verdadero, sin belleza en tantas vueltas de sartén para al final dejar
cruda la tortilla y con mucho teatro para controlar la temperatura;
-
quienes vimos
las mismas deplorables varas dentro de ceremonias grotescas;
-
quienes vimos
el potencial impositivo de las mayorías, en su griterío atronador y en su
ingenuo analfabetismo que nos está haciendo polvo a los aficionados, por mucho
que ellos crean en su contribución al salvamento de la fiesta de los toros, por
mucho que le pongan andas a Talavante y palio a los demás.
De nuevo, mi aplauso, Paz. ¡Gran crónica!
ResponderEliminarEnhorabuena. Repito que alguien debe enterarse que la titularidad de la sección de EL PAÍS debería ser para ti.