La afición, ¡presente!
Los afectos al toreo adulterado no sabían
qué argumentar de la corrida que presentó en Madrid el simpar ganadero
Victorino y ponían mucho énfasis en asegurar que el toro cárdeno –que salió en
quinto lugar, con 538 kilos- y de nombre Majito
no era una alimaña, que no servía para la muleta, que era tan manso que no había
lugar para el lucimiento de Antonio Ferrera. Fue un auténtico patetismo ver cómo
estos gurús de la posmodernidad del toreo hacían del arte de la mentira la
sublimación del padrenuestro.
El día anterior habían proclamado el toro
de la feria al animal que hizo tercero en orden de lidia de la ganadería del
Puerto de San Lorenzo. Ya tenían confeccionada la lista para el premio y no la
cambiarán, por supuesto. Pero a lo que llamaban bravura, nobleza y casta estos
adictos de la probatura del círculo taurómaco el día anterior, ayer
apostillaban que los cárdenos victorinos traían mansedumbre, bronquedad, peligro
sordo y demás apóstrofes que fueron colocando sin rubor ninguno gracias a su
gran talento embaucador. Y la realidad, que siempre supera a la ficción, era
que los victorinos empujaron en el
caballo aunque sin exagerar, algunos quedaron deslomados por los terribles varetazos que recibieron;
que tres resultaron apañaditos para el toreo; que los otros tres eran fenómenos
de casta, necesitados de dominio, de
lidia buena en la cara; que llenaron los corazones y las esperanzas de quienes
ven en este espectáculo emoción, técnica e inteligencia. Y lo más hermoso fue
ver a estos animales cómo buscaban incansables el engaño, persiguiendo su
instinto, vivaces, con un descomunal criterio, en una infinita acometida.
Pero la afición de Madrid estaba allí.
Llenó la plaza sin necesidad de beneficencias, toreros majos e indoctas sabidurías.
Y esta afición – a la cual estos gurús embusteros se quieren cargar porque les
da la gana torera- certificó que los todos los animales que fueron desfilando
en el ruedo merecían aplausos, y hasta ovaciones, en el arrastre. Todos
empujaron de diferentes maneras en el caballo y eso que esta sufrida afición se
quedó sin verlos bien bajo los petos, a pesar que se desgañitaban para que los
maestros colocaran a los animales en la distancia y acorde con las ansias de
bravura que cada uno portaba. Esta afición de Madrid, única en el mundo parece,
también escondida, cuando sale un toro por la puerta de chiqueros ya sabe que
es un toro, señala, observa, asiente y reverencia y lo proclama como si fuera
su propio rey. Esta afición de Madrid, ayer ¡presente! vio toros para quitarse
los sinsabores de puertas grandes sin olés, de casquerías de toreros de
alcurnias y de entronizaciones insuficientes y, por igual, pasaba por sus mentes
aquel Ruiz Miguel y cómo sabía hacerle las cosas bien a los victorinos.
Eso es lo que se ha oído siempre. A los
toros del ganadero de Galapagar, listo como él solo y como los ratones
coloraos, cuando salían tobilleros, listos, de los avispados, de los que se
enteran, de los que aprenden al primer muletazo, de los que persiguen, de los
que planean, de los de profundidad intensísima, de los que saben vender muy
caras sus entrañas, pues había que hacerles las cosas bien. Y para los que no
vieron aquellas faenas y no sepan en qué consiste la sabiduría de controlar la
resistencia al sometimiento que aportan estos poderosos animales, hacer las
cosas bien es someter al primer muletazo, colocar el engaño sin titubeos ni ensayos
de pitones, cachetear certero en la cara, no descansar y, lo más difícil,
aguantar el sitio y exponer verdad.
Es lo más difícil, cierto. Pero Ruiz
Miguel, y algunos pocos más, nos dijeron que había lidia para estos animales, que podía haber talento para esta pasada de
casta, que era posible el enfrentamiento verdadero de un hombre con un toro en
igualdad de capacidades y fuerzas. Por tanto, esta denostada afición de la
plaza de Madrid sabe que a unos victorinos, como los descritos en esta tarde de
marras, que no eran alimañas, ni broncos, ni adolecían de mansedumbre, había que hacerles
la lidia adecuada. Ni más, ni menos.
A Uceda Leal le tocaron dos animales
buenos para lucirse toreando, de los que llegaron a la muleta del gusto de los
afectos al posmodernismo, pero como se ha empeñado en no hacerlo pues hasta la
vista. A Antonio Ferrera le cayó en gracia y en maldición un victorino de cada clase. El cárdeno que
hizo segundo fue con todos los honores aprovechable, como se dice ahora. Le
pidieron a Ferrera que colocara bien el toro al caballo y que, por favor, lo
hiciera con vocación. Puso sus correspondientes banderillas a estilo remanguillé
y practicó la descolocación en los terrenos de chiqueros y en las afueras de
los viajes de una posibilidad para aprovechar, y que no hizo.
Después de esta lidia, salió Vengativo, convirtiéndose en el rey de
la fiesta. Su codicia fue creciendo proporcionalmente a las imprecisiones de
Aguilar que aunque muy valiente, con gran decisión, no pudo poner en su sitio a
este animal encastado y crecido en conocimientos y el diestro terminó desbordado y sufridor
de su desacierto. Mató como pudo. Apareció el cuarto que desesperó al personal
porque Uceda le dio el visto malo y se escondió en el callejón. El quinto, Majito, con un remate espectacular y un hermoso
lomo plateado, terminó apoderándose de la plaza, del alcalde y del pueblo. Era
impresionante ver la acometida del animal tras la muleta y del pulso incansable
que mantenía con su instinto. Pero Ferrera cometió traición y se puso a darle
trasiego desconcertante otra vez en la puerta de chiqueros. Intentó el trasteo,
pero mal. Lo que procedía era lidia en la cara y no en mantazos que despiertan
el mal genio. Así, entero el animal y repleto de resabiada sabiduría, dio una
lección de carácter y de casta porque se impuso al acoso de los diestros que
impedían la muerte altiva que se merecía. Dio una cornada al puntillero, se
levantó con inusitada energía, lentamente aguantó en un hilo la agonía y la plaza
puesta en pie ovacionaba la grandeza de un animal único en el mundo que es
capaz de morir con una dignidad propia de dioses.
Al final, estuvo Aguilar aperreado –como decían
los clásicos- con un toro imponente en genio y complicación. En estos casos no
bastan las valentías, ni las heroicidades, pues se hacen necesarias las
técnicas y las reminiscencias de aquel Ruiz Miguel que con una inusual maestría
ponía firme al más pintado de los victorinos. En cualquier caso, los toreros de
esta tarde son mucho más toreros, más valientes, más hombres y más dioses que
cualquiera de las figuritas que exponen nada y lo quieren todo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 6
de junio de 2014
Vigesimonoveno festejo de la Feria de San
Isidro 2014.
Toros de Victorino Martín para Uceda
Leal, Antonio Ferrera y Alberto Aguilar.
Muy bien Paz. Si esta crónica la publica tu diario, más de uno se enteraría realmente de lo acontecido en la corrida de Victorino. Sigo reclamando la titularidad de esa tribuna para ti porque creo sinceramente que te la mereces.
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