Buenos y extraños miuras
Por Paz Domingo
Terminó la feria taurina más larga de
cuantas se puedan programar y está visto que no es la mejor en resultados.
Agotados ya, arrastramos los cuerpos y las almas después de tanto suspenso, de
incontables tardes ayunas de credibilidad. Miura volvía a Madrid después de nueve
años. Reverdecía la afición y se puso el cartel de no hay billetes para ver los
ejemplares de la legendaria ganadería que fundara el más famoso de los
sombrereros hace 165 años. Sus toros altivos, correosos, metódicos en sus
peculiaridades y tan suyos que no hay quien los entienda, atraen al personal. Sin
embargo, estos miuras no parecían miuras porque salieron alejados del prototipo
temperamental propio de la casa. No se encampanaban. No se volvían sobre la
grupa como cuerpo fustigado. No estudiaron incansables derrotes.
Los miuras eran miuras bonitos y contenidos
de genio, de presentación impecable, cárdenos todos, bien rematados y con
cabezas considerables, incluso algunas parecían cuidadas con fundas protectoras.
También con casta, cierta bravura y creíbles para las faenas de muleta. Por
ejemplo, tres de ellos: segundo, tercero y cuarto, hicieron las delicias
exigentes de los aficionados. Los tres recibieron aplausos en el arrastre y
pusieron la media del examen en un notable alto para el regreso de la mítica
divisa. Estos tres toros se repartieron como buenos hermanos entre los tres
diestros. Uno para cada uno, y ninguno de los tres puso el rumbo adecuado para
sobreponerse a la nobleza, casta, acometividad y posibilidad de dominio. El que
más gustó fue el segundo ejemplar. Se lanzó a los petos tres veces, superando
la distancia progresivamente y también empujando cada vez menos, poniendo la
discusión en un tono muy alto sobre la diferencia que existe entre ir al
caballo y que se empuje contra la cabalgadura, un debate que queda para otro
momento.
A estas alturas ya se ha hablado mucho de
los escasos resultados que obtuvieron los diestros ante animales de posibles, y
que en el fondo no deja de ser una contradicción pues es en Madrid donde se
valoran las proezas. Únicamente queda resaltar la gran talla de la cuadrilla a
las órdenes de Javier Castaño, que aguanta carros y carretas en este afanado
universo taurómaco. Precisamente, la afición propuso una ovación a Marco Galán
para que se desmonterara en reconocimiento de su extraordinaria capacidad para
lidiar pues es un lujo ver cómo la exhibe con técnica, inteligencia y discreción.
En estas dos últimas temporadas han dado una gran lección y ojalá les dejen
seguir haciéndolo.
Se cierra por esta temporada un ciclo ferial
que desgraciadamente no ha servido para ganar terreno a la decadencia, ni ha
ofrecido valentías, ni sorpresas, ni soluciones. En fin, un tiempo valioso que
se ha esfumado como la espuma. Y si quieren buscar culpables, búsquenlos donde
se dejan ver, que no se esconden. Pero, no echen la culpa de esta
decrepitud que destruye la fiesta a los aficionados que pagan por un
espectáculo decente. Y no se olviden, que sin afición no es posible la
recuperación.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 8
de junio. Trigésimo primer y último festejo de la Feria de San Isidro 2014. Toros
de Miura para Rafaelillo, Javier Castaño y Serafín Marín.
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