miércoles, 19 de marzo de 2014

Previsiones a una temporada inédita



Que nos den… tila


A quienes les quede un poco de afición que les den… tila. A quienes sientan algo de nostalgia, aunque sea aséptica, por este vapuleado mundo de toros, que se vayan preparando una dosis letal, que les va a hacer falta. Y a quienes pretendan hacernos comulgar con este fantoche de fiesta, por favor, que tengan la amabilidad de meterse en vena un jeringazo de pulcritud. Veamos.

La situación es la siguiente. Empieza el revoloteo de ferias; presentación de carteles de lujo que no hay por dónde cogerlos ni comprarlos; comunicados personales que se hacen públicos; y públicos que no se entienden; grotescas presentaciones de temporadas que dan poco que hablar; programaciones que nacen para ser reinventadas y dar una lección a los incrédulos; modernidades varias que huelen a rancio desatino; plazas que no se llenan ni regalando la entrada; figuras que no atraen ni a las moscas; toritos buenos que dan la risa tonta; es un no parar…

De tanto ajetreo, llevo varios días a base de tisanas dobles y tan placenteros efectos están surtiendo que ya me da casi todo igual. Vamos, que me resbala lo que antes me inflamaba o, mejor dicho, que si se empeñan en pasar el rodillo para dejar la fiesta más rasa que una noche de verano pues ¡adelante!, que no será por falta de ancho de vía. Que quieren hacer la cosa de esta farsante manera, ¡pues tienen Castilla a discreción! Pero no me cuenten milongas. No me digan que de ese público tan rico, tan mono, tan influido de tendencias saldrá el futuro aficionado porque ha presenciado una faenita de un presunto Superman a un probable toro y en la cual el primero ha molido a mantazos con su capa roja al segundo, sencillamente porque se dejaba. No me digan que la escena les excita hasta el delirio porque para mí que se aburren como todo quisque, incluso más. No me digan que esta fiesta es emocionante cuando la realidad invita a pasarse a las líneas enemigas y pirómanas. No me digan que todo este empeño de los responsables políticos, empresariales y demás personajes del estamento taurómaco responde a la voluntad de poner en lugar seguro y cultural la fiesta de los toros cuando yo lo que veo es un caso incontestable de invalidez, ineptitud e indecencia.

Sí, sí, todo muy in. Insomne, impotente e indefenso está el aficionado, tanto como la fabulosa  fiesta de los toros incomprendida, incendiada y que languidece por inanición; tanto como todos los personajes que mienten y engañan con rotunda traición aunque no se les pueda llamar ingratos, insufribles e imbéciles. Pues nada, ya pueden darse una dosis extra de (in)fusión en sálvase la parte torera. Tome tila, que es muy sana y muy barata, pues lo que tenga que ser, será. Y lo que será, queridos amigos, ya se ve: una plaza de toros sin toros y una fiesta de aficionados sin afición.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Carta a un amigo



Hay dos mundos ¡dos!
(Advertencia al aficionado ilustre en forma de epístola)

Querido amigo:

Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Yo voy tirando, gracias a Dios. Aprovecho estas líneas para ponerte al corriente de cómo van las cosas, pues sé de tu interés por conocer lo que pasa a este lado del mundo. Nada parece arreglado después de que el año taurino concluyera. Esta temporada iba a ser la catalizadora de la crisis en el sector taurino y al mismo tiempo debía convertirse en la restauradora de la confianza para este espectáculo con certificado de decadencia. Todos los sectores implicados en el estamento estaban pendientes de lo que sucediera en Madrid para configurar su agenda. Y lo que sucedió es nada, nada nuevo que no ocurriera en las últimas ediciones, nada que haga pensar en sinceras intenciones para regenerar la fiesta de los toros y encauzarla hacia el espectáculo veraz, auténtico y hermoso que debería ser.

Como ya te has enterado, en la cruda travesía -taurina y políticamente hablando- se fueron dando traspiés considerables, tan mediáticos, tan políticos y tan peligrosos como la tapadera de la plaza que se hundió antes de su implantación; la iniciativa legislativa de bien de interés general que traspasó los ritos congresuales para convertirse en panfleto de reivindicaciones universales; o las indefiniciones ministeriales que jugaron a ‘quién pertenece a quién’; o el fracaso de todas las ferias, de todas sin exclusión; o la búsqueda de algún toro descomunal que dicen salió en algún ruedo del sur francés; o las nuevas asociaciones de figuras de toreo que quieren poner una pica en Marte mientras juegan al golf en Sotogrande; o los movimientos políticos salidos de no se sabe qué administraciones para ponerle cuentas a los dineritos del sector, drama a la crisis ganadera y persecución del fraude a las impolutas arboladuras bovinas. La pérdida de crédito en el espectáculo de los toros está haciendo más daño que cualquiera de las prohibiciones más sanguinarias, pues ha dejado al descubierto su desamparo, o lo que es lo mismo, la necesitad de una intervención traumatológica debido a una fractura medular.

Los neurocirujanos encargados de diagnosticar el alcance de la lesión estimaron que lo primero, y más urgente, era la inmovilización del paciente. Y así se hizo. La ausencia de iniciativas reformistas no ha tenido lugar. Las asociaciones de ganaderos de reses de lidia no han puesto en marcha una autoevaluación de emergencia, ni tan siquiera un análisis serio de las funestas consecuencias de la explotación intensiva de animales descastados, de la superpoblación de material unigenético inservible y de realizar trasplantes con células madre para recuperar la esencia antes de que el cáncer sea incurable. Y de pérdidas de encastes, mejor ni hablan. Además, -como ya habrás comprobado- está el juego súper vistoso de los mandamases del escalafón torero que reclaman café para todos pero se pelean por los azucarillos; los mismos empresarios de las mismas plazas que ponen sus reales sobre la mesa a garrotazo limpio y político; los garantes de salvaguardar la integridad del espectáculo han desaparecido del mapa, que no de la comedia; los posibles denunciantes de esta impostura convocan ruedas de prensa para departir sobre los colores que mejor favorecen al traje de luces; los responsables políticos han tomado placebos para paliar el dolor del enfermo crónico elaborando un metódico plan a base de calmantes cuya efectividad no va más allá de la relajación; y así, todo de vicio. De puro vicio.

Como ya sabes, en este mundo enviciado hay algunos que mantenemos la afición, o lo intentamos, cuando el tornado se ensaña sobre nuestra cabeza y tiene categoría de huracán. Bueno, no es nada nuevo, por otra parte. Tú mejor que nadie puedes responder por este temperamento que nos lleva a la dicha y a la amargura. Es verdad, sé lo que estás pensando, que también somos honrados, bondadosos y hasta caritativos con este bochornoso, indecente y corrompido simulacro que nos venden por fiesta de los toros. Y bien caro, por cierto. Para que te enteres de buena mano, aquí la gente ya no se mata por conseguir un abono en Las Ventas. Más bien, el problema era colocarlo si lo renovabas y ya hay muchos que han decidido cortar por lo sano. Bueno, ni abono aquí, ni en ningún otro lugar, ni tan siquiera les interesa ya la retrasmisión de la telebasura. Puedes imaginarte muy bien, que a estas alturas del año esté pensando en el siguiente, en qué demonios me saldrán de las entrañas cuando a la vuelta de la esquina tenga que pasar por taquilla. Mejor ni pensarlo. Igual para entonces los poderes de la mercadotecnia se han impuesto, deciden por mí, me lo ponen fácil, hacen realidad mis sueños, y me regalan con el paquete taurino un ipad mini; o un crucero por las islas Barbados para dos personas en régimen de todo incluido; o convertirme en accionista mayoritario de la empresa turística organizadora de las tournées taurinas  por las placitas francesas y, a ser posible, también en régimen de todo lo güeno y nada implícito.

Mi querido amigo, siento envidia de tu soledad remota; de tu silencio provocado; de tu alejamiento alimentado. Eso sí que es jugarse la afición a una sola carta. Te pido miles de excusas por no escribirte a menudo pero ando buscando alguna gruta en la que guarecerme y tomar fuerzas. Te deseo siempre lo mejor, ya sabes, esas crónicas de siglos pasados, esas historias ancestrales que hablaban de plazas, aficiones, toros y toreros. Aprovecha para tomar las aguas cálidas en alejados paraísos meridionales y no te preocupes de cómo encontrarás esto a tu vuelta. (De todas maneras esto ya no lo reconocen ni los mismos inventores). Que seas muy feliz, tengas insultante salud y no te olvides de esta amiga que tanto te añora. ¡Vivan los toros! (Allá donde estén)      

lunes, 7 de octubre de 2013

Crónica. Cuarto festejo de la Feria de Otoño



Cuarto festejo de la Feria de Otoño. Madrid. Plaza de toros de Las Ventas, 6 de octubre de 2013. Toros de Adolfo Martín para Antonio Ferrera, Javier Castaño e Iván Fandiño


Mudanza

Por Paz Domingo
Es tiempo de mudanza. El letargo se presenta y da paso al sosiego de las crónicas antiguas. Un momento para echar la vista atrás, visto lo visto. Lo que aconteció en el día de máxima expectación con la decepcionante corrida de Adolfo Martín y con la insegura actuación de los diestros de mayor cartel para los aficionados invita a la reflexión porque el agotamiento toca fondo. No es suficiente comprobar que existen voluntariedades, además se hace imprescindible que los resultados se impongan. Hay que constatar, de una vez por todas, que se toman medidas para reconducir la decadente fiesta de los toros en una posibilidad.
No puede caer toda la responsabilidad ganadera por la decrepitud de la cabaña brava en una sola ganadería. Tampoco, la exigencia máxima a los toreros, que por su momento y condiciones, pueden aportar verdad en este simulacro en que se ha convertido el toreo. Pero, lo cierto, es que cerramos la temporada en la primera plaza del planeta de los toros con el único balance contundente de la interpretación al natural de El Cid y la actuación de la cuadrilla de Javier Castaño por extraordinaria y profesional. (¡Que se dice pronto!) Mientras, nos hundimos más en un espectáculo agotado; sorteamos amenazas de tapaderas muy lucrativas para algunos; se intenta argumentar parlamentariamente que hay que blindar la fiesta; pagamos más por estos espectáculos deprimentes y simuladores; la integridad ha pasado a ser historia; las entrañas bravas y auténticas se han manipulado hasta la imposibilidad; y nos divorciamos de la opinión pública taurina y oficial que va por el lado que nada tiene que decir, ni plaza que llenar. Las preguntas son obvias: ¿Cuál es mi interés en todo esto? ¿Quiero seguir alimentando esta parodia a costa de mi afición? ¿No hay nadie –divino, terrestre o marciano- que reconduzca con verdad la fiesta? ¿No es el momento de la consideración?
Y poniendo la vista en lo pasado, lo cierto es que nos quedamos fríos en la tarde de máxima expectación en esta feria otoñal. Los toros de la vieja estirpe de los albaserradas salieron de presentación desordenada, algunos flojos, casi todos distraídos y los más convertidos en piezas de cemento e imposibles de movilidad, escasos de casta y tan mansos que hasta barbeaban las tablas. De esta apatía en resultados se contagió casi todo el mundo. Antonio Ferrera abría plaza y tuvo varias oportunidades claras con los dos animales que le tocaron en suerte. El primero fue el animal de mayor carácter de todos sus primos hermanos, miembros de las varias camadas presentadas, y algunos próximos a cumplir seis años aunque no lo parecían, pero se fue inédito porque Ferrera lo escondió todo lo que pudo con su insistente terapia de punteo de la muleta, de cambiar los terrenos para que el animal apretara hacia dentro, de levantar el testuz en vez de corregir abajo. Y así convenció porque el público triunfalista -que ayer terminó por llenar los tendidos- creyó en la parafernalia, le aplaudió y quedó preparado para aplaudir el circo que tendría lugar con el toro que hacía cuarto en orden de lidia, por cierto, que también sirvió para la muleta, el único que empujó algo bajo los petos. Lo bonito que hizo Ferrera fue recoger al toro sin intermediar pausa el distraimiento del animal a la salida del caballo. Muy atento, a la antigua, es cierto. Pero lo que se dice torear, no dio ni un pase bueno. Ni con la ejecución en banderillas, todas al retorcimiento y al desahogo; ni con el misterioso trance de poner el capote a modo de carpa en los medios que no sirve para nada salvo para darse mucho pote; ni con la muleta siempre retrasada, muy ventajista, jugando al péndulo y al escondite; ni cuando mató, después de pinchar, en un reventón que expuso como si fuera Lagartijo que hiciera rodar al toro en doble vuelta de campana; ni cuando le dio por el símil de los viejos diestros de antaño que se sentaban en el estribo y tan campantes esperaran que se les izara al cielo. Algunos tomaron el circo como si su vida dependiera de esta comedia y, ayudados por el presidente Julio Martínez, le dieron cancha al espabilado diestro con el regalo de una oreja. Otros, protestaron, entre otras cosas porque procedía sobreponerse al escándalo y la irresponsabilidad de estos actos que tanto perjudican a todos. Ferrera lo que debía haber hecho era torear, que tuvo ocasión y no lo hizo. La aberración de las aberraciones las comete cuando le da por correr para atrás parando al toro con la mano entre los pitones -creyéndose Julio Cesar conteniendo al senado romano- en el acto más humillante y absurdo que pueda exhibir cualquiera que quiera llamarse torero, además de demostrarlo.  
Javier Castaño está literalmente agotado. Dio muestras de indefensión, de una lucha descomunal contra sus ya debilitadas fuerzas –los toros le han castigado mucho este año- y contra el poderío del estamento taurino que le ha baqueteado cuando ha podido sencillamente porque aportaba a este decaimiento una cuadrilla tan formidable, tan profesional y tan torera que se ha hecho merecedora del reconocimiento de los aficionados. Pasó muchísimos apuros este hombre sobre todo a la hora de matar, hasta el punto que fue incapaz de dejar el estoque en sucesivos intentos sin fuerza, tino y concentración. Recurrió al descabello cuando la imposibilidad quedó certificada después de sus honradas actuaciones con dos pedruscos considerables. Este es el colofón a un año muy interesante porque este torero ha demostrado dos cosas indispensables de las que debería aprender todo el escalafón al completo: ha formado un equipo extraordinario, compacto, serio, profesional y mágico, y lo ha hecho con honradez. Si esto no es fabuloso, que venga Dios y lo firme.
La feria pasó sin el protagonismo de Fandiño. E Iván Fandiño anduvo ayer de paso. Se esmeró, desesperó y perdió los nervios y el tino de la suerte suprema con un animal muy corto de embestida que no humilló nada. Después, dejó pasar de largo a otro insulso toro para dejar unos borrones considerables con la espada. Porque era Fandiño, estaba ya a punto de anochecer y teníamos ganas de salir corriendo del espanto, que si no daban ganas de colocar puntilla y sanseacabó.  

domingo, 6 de octubre de 2013

Crónica. Tercer festejo de la Feria de Otoño 2013

Tercer festejo de la Feria de Otoño. Madrid. Plaza de toros de Las Ventas, 5 de octubre de 2013. Toros de El Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto (ambos hierros del mismo ganadero) para Alberto Aguilar, Joselito Adame y Jiménez Fortes.

Cocinar al microondas

Por Paz Domingo
La crianza del toro bravo es una incógnita. Los ganaderos están dándose mucha prisa para adaptar la genética propia a los usos modernos que se supone exigen los tiempos contemporáneos. Han cogido la cocina mediterránea, la han reconstruido y la exportan con toda la parafernalia de la atractiva cocina rápida. Este criterio culinario se impone porque las necesidades de la sociedad actual radican la escasez de tiempo. Por tanto, el puchero y la cocción lenta pasan a la arcaica historia para dejar paso a la practicidad del horno microondas y el calentón inmediato. Los efectos son también parejos porque, aun no tenido un paladar exquisito, casi todos tenemos abuela y sabemos de las contundencias de la sabiduría que mezcla y la paciencia que cuece.   
El prototipo de toro de lidia que abunda en gran parte de las dehesas está ya reconstruido y de paso se ha estandarizado en marca de los novedosos tiempos. Lo han llamado manso encastado y todos están muy satisfechos con la denominación. Salen intratables al ruedo, abantos, flojos de extremidades, bobos incondicionales, irascibles al trato para trastocarse en seres entregadísimos a tundas repetidoras sin final. Y aquí radica la confusión de los gustos. Un ejemplo pudiera ser los distintivos que atesoraban los atanasios de aquellos guisos de lumbre, ásperos y sólidos, y a los que pertenecían los toros de esta ganadería salmantina. La diferencia entre aquellos y los de ayer bien pudiera estar en el calentón del horno expeditivo porque al plato le faltaban los ingredientes propios como el desafío, la fuerza, la personalidad, la fijeza, la severidad, la credibilidad para ser dominados.
Resultó una mezcla bien presentada pero cuando se le hincaba el diente daba la impresión que el chef había dado al solomillo varias vueltas a la intemperie abrasadora de la inmediatez. Los toros servían para la muleta, que era de lo que se trataba, con esa movilidad que vuelve locos a los pilotos de carreras pero como estaban crudos de varas, faltos de control de lidia, ayunos de temperatura sosegada pues acabaron siendo los protagonistas de la deconstrucción. Mientras, los matadores de la tarde conseguían a duras penas hacerse con el control de la situación y eso que no tenían más que fiscalizar bien los terrenos, poner el trapo en su sitio, templar la crudeza y aderezar con especias al gusto. Se empeñaron todos en las mismas contradicciones y que se fundamentaban en comenzar las faenas con exuberantes ayudados por alto, en acompañar las embestidas a toda prisa volando la muleta por encima de los pitones, en desorientar a los animales que hartos de tantas vueltas acabaron abrasados en la desorientación y masacrados en los estoques.
Con matices, claro está. Alberto Aguilar se empeño en que quería dar muchos muletazos cuando lo que debía hacer es sencillamente torear, y lidiar como le hemos visto en ciertas ocasiones. Tampoco puso orden en las tareas de control de lo que pasaba en el ruedo pese a que era el encargado del cometido. Los hombres de su confianza, con su apoderado al frente, se pasaron de erudiciones desde el callejón, y en muchas ocasiones los propios protagonistas no sabían a qué rey debían obedecer. Este torero valiente y arriesgado se equivocó en la preparación y se le indigestó tanto énfasis a la cocina desestructurada. Joselito Adame llegó como una tormenta tropical dispuesto a consolidar las expectativas de la pasada primavera en Madrid pero un revolcón en su primer toro lo mandó a la enfermería con una conmoción cerebral y rotura de algún hueso. Entró a los quites; bulló con mucha valentía; quiso la colocación; arriesgó demasiado en la puerta gayola y casi le cuesta la cabeza; pero también ambicionó copiar el consabido método del toreo por arriba y en los medios cuando lo que procedía era elegir con el entendimiento. Adame también quedó desbordado y desorientado. La desgracia se cebó con él y aún pudo ser peor porque no se explica cómo le dejaron entrar a matar al animal cuando era evidente que después del fuerte revolcón manifestaba una fuerte descoordinación.   
Lo más inexplicable es el caso de Jiménez Fortes ya que el torero de tantas expectativas para muchos es certero en la vulgaridad, en el toreo al revés, en los mantazos al aire, en las cansinas rotondas, en los espadazos horripilantes, en la personalidad insulsa e insufrible. Y eso que traía una cuadrilla bien conformada con Carretero en la lidia y Sandoval en el caballo.

Los sabios lo tienen dicho. Que no. Que gurús de la cocina moderna sabrán mucho del reinvento ese del potaje de la abuela pero para mí que no saben ni poner la sal. Y de los garbanzos ni hablamos. Ya saben… buen provecho. 

sábado, 5 de octubre de 2013

Crónica. Segundo festejo de la Feria de Otoño 2013

Segundo festejo de la Feria de Otoño. Madrid. Plaza de toros de Las Ventas, 4 de octubre de 2013. Toros de Victoriano del Río y Cortés (ambos hierros del mismo ganadero) para Manuel Jesús, El Cid, Iván Fandiño y Sebastián Ritter, que tomaba la alternativa.

Una izquierda prodigiosa

Por Paz Domingo
Se reveló el toreo al natural. Surgió el milagro en aquella izquierda prodigiosa que permanecía encerrada en el recuerdo. A la mente regresó la memoria y El Cid se acordó de sí mismo, de un tiempo que había quedado lejano y de la interpretación de la más hermosa manifestación torera de naturalidad, una cualidad soberbia que nace del instinto, vive del pulso controlado del ritmo, se nutre del movimiento templado, se impone por verdadera y se expande en elegancia sin igual.
Hay muy pocos hombres que puedan realizar el toreo natural, incluso habían desaparecido quienes querían enseñarlo. Esto mismo había pasado con Manuel Jesús, El Cid, y con él también regresaban del olvido todas las evocaciones de acontecimientos fabulosos que tenemos los aficionados. No se puede asegurar cómo retoñó esa extraordinaria mano izquierda para interpretar el toreo al natural, la única en todo el escalafón que se impone por rotunda, pero lo cierto es que el torero se arrancó como un despojo la vulgaridad cochambrosa, retorcida, ventajista e insoportable y vio la luz como si se tratara del tullido de las parábolas cristianas que recobra la vista, la dignidad y la fe.
Puede ser que el milagro no fuera de tanta profundidad de otras ocasiones, pero sí fue el milagro más bello. El destino se coló en la ganadería de Victoriano del Río con un animal de obediencia extrema, de una nobleza entregadísima, con mucha cara y pocas carnes, bonito de capa pero que no se acercó a las provocaciones caballerescas puesto que ni él mismo ni el maestro estaban por la labor descarnada. Era un ejemplo de eso que los castizos taurómacos denominan “ir al toque”, de la muleta, se entiende.
El grado de belleza trascendía en luminosidad y se colaba por el cielo repleto de nubarrones como si surgiera del rompimiento de gloria. Vio claro en el capote acompasado y rematado con media desmayada que caía por debajo de la cadera. Se picó con el quite por gaoneras algo precipitadas de Fandiño e inició sin prolegómenos la exposición de la muleta desmontada desde el primer instante. Embarcada con sutileza, atraía al animal cuando se salía, templaba con gusto extraordinario la suave cadencia del caminar del toro, desplazaba envolvente el grácil vuelo de un pájaro, se erguía en la rectitud mientras hacía girar la muñeca de su mano izquierda hasta la delicadeza, vaciaba la suerte en el pase de pecho como si un imán arrastra la ligereza al cielo, se adornaba con trincherazos y evocaba la naturalidad del baile perfecto. Así, repetidamente. Así, perfectamente.
Así, una vez más, el diestro de izquierda prodigiosa se volvió a equivocar en la resolución. Sabía del momento decisivo pero tomó tantas precauciones que, también una vez más, se desvanecía la rotundidad. Desoyó la petición que le hacía el animal para morir en la suerte natural. Se perfiló precipitadamente. Y en ese instante fugaz el toro se le arrancó mientras que El Cid dudó y no actuó con el estoque para matar recibiendo, en lo que hubiera sido la perfección más apropiada. Volvió la memoria a hacerse presente. Aquel hombre abatido que lloraba hace años en el estribo, después de no poder rematar la más extraordinaria belleza del toreo, se quedaba como siempre desarmado en la imposibilidad.
El Cid resultó ser el torero que nunca debió olvidar. Se reveló como antaño, con poderío, facultad e impotencia. También con milagro porque después de vislumbrar la actuación a su primer torete parecía que se iba a cortar la coleta allí en un arrebato de pundonor y dar por finalizada esta deriva en el toreo más ramplón, tan cotidiano y aburrido, al que había llegado por apetencia suya.
Y es lo que tiene el toreo bueno cuando se ve, que lo que antes parecía colosal se queda relegado en el olvido. Atrás quedó la oreja que obtuvo Iván Fandiño con su actitud para comerse el mundo y la puerta grande de Madrid que tanto se le resiste. Todos le esperaban. Citó desde los medios con la temeridad que le es innata. Aguantó los ayudados por alto sin enmendar su gran valentía. Puso el entusiasmo en el graderío para después ir decayendo la faena en intensidad, sitio y resolución. Hubo petición de premio para Fandiño, pero no fue mayoritaria y en el paseo por el albero se produjo el verdadero momento de inflexión de la tarde porque todos, excepto el presidente del festejo, se dieron cuenta que en los tendidos no se sentaba un público cualquiera. El pulso de la verdadera afición lo tomó a partir de ese instante mágico, como queda dicho, El Cid con su mano izquierda que forcejeó con su instinto y poderío. Una revelación que no está al alcance de cualquiera, ni torero ni aficionado, y para algunos advenedizos en el arte taurómaco la faena basada en la naturalidad será su referencia, su memoria y el alimento de su alma torera.
Por último queda formular una pregunta al destino. ¿Será capaz la afición de esperar a que la madurez de Sebastián Ritter rompa y se manifieste? Este torerillo colombiano, que en esta tarde otoñal del Madrid torero tomaba la alternativa, tiene una seriedad extraordinaria, una compostura clásica fuera del común de la novillería anodina, un sitio certero para componer la profundidad y, sobre todo, aporta una verticalidad de las que enamora por verdadera. Su asombroso temple interno lo dejó claro en el día más complicado de su experiencia torera puesto que a El Cid le dio por torear y a Fandiño por llevarse las expectativas. Con dos toros tan dispares de genio, fuerza y presentación tuvo que lidiar el diestro inmutable. El primero, inválido, nobletón y distraído. El segundo, imposible, morlaco y descomunal. Pues a pesar que el sorteo fue tan traicionero, Ritter no se descompuso. Estuvo en torero que ya es mucho agradecer. Ya era hora que alguien con aspiraciones no porfíe en el tremendismo, la parafernalia, el retorcimiento, la ignorancia, la falta de personalidad y en la vulgaridad que inunda tan abultado escalafón novilleril y del que ha dejado de serlo.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

¡Caray, lo bien que se vive sin televisión!


Fotografía de Paco Sanz



Pues yo vi toros. Lo digo con gran satisfacción. En ese día clave que fue el pasado domingo, tan mediático y componedor, todavía dando tanto de sí en el cante por bulerías del torero de las encerronas, me encontraba en la pequeña plaza portátil de Cerceda, a la falda del Guadarrama, entre el resol de la tarde que cae y la majestad gótica de Santa María La Blanca. Nada de casualidad. Ni por asomo se me ocurrió anclar mi espíritu al abrigo de tanta algarabía propagandística.  

Hubo novillada. Pequeña de formato y de presupuesto porque contemplaba cuatro únicos novillos de la ganadería Flor de Jara y criados, por cierto, entre cercanos canchales. ¡Caramba con los novillos! ¡Verdaderos toros, diría yo, con oficio de embestir! En presentación: fuertes, cuajados en la armonía, badanudos, de musculosa caja, de cabeza importante, de resplandeciente seriedad. En temperamento: con casta, con resistencia, impetuosos, celosos y de una nobleza que perseguían los vientos acariciando la temperatura suave del crepúsculo. No había dioses mitológicos para librar batalla con ellos, como tampoco héroes que necesiten coros para insoportables tragedias griegas, pero sí puedo dar fe de este grandioso detalle convertido en fastuoso. Pero no todo fue perfecto porque los bravos toros de Flor de Jara y la extraordinaria afición enraizada en la historia ganadera de este paraje madrileño se enfrentaban como jabatos a la más abismal de las ignorancias. Y son muchas. O tres principalmente. Tantas como la impericia de la presidencia del festejo que no tuvo en cuenta los asuntos más cruciales de la normalidad reglamentaria, aun tratándose de una plaza portátil pues ya se sabe que el conocimiento no seca la mollera. Tantas como los bochornosos espectáculos de los subalternos de las cuadrillas que, puestos en situación tras el turno del correspondiente maestro, levantaban con ostentación de manera articulada los deditos índice y corazón mientras se dirigían al palco, se dejaban ver, y manejaban el asunto orejudo como comparsas licenciosas. Tantas como el dineral que cuesta en seguros, pagos, alquileres, prevenciones médicas…

Tres asuntos escandalosos que deberían tener en cuenta para las próximas ocasiones porque todas las grandezas de los aficionados y todos los esfuerzos de la comisión que se empeña en estas modestas programaciones, aunque torerísimas, decorosísimas y muy decentes novilladas, se topan con muros de grosor considerable. El cabezazo es irremediable. Y éste sí que seca la mollera.
           
¡Caramba con la afición de Cerceda! Pues sí, ahí está. Pueblo enclaustrado en territorio ganadero, en miles de historias bravas, en ensueños frescos de longevidad, que no hace casual el brote de almas duras y aficionadas, ancladas férreamente a su propia sangre torera como los pedruscos se agarran a la gravedad. Lo certero, siento presumir por esto, es que cuando hay alguna verdad en el mundo de los toros, aunque sea remota, o pequeña, o sencilla, es porque siempre hubo almas toreras que no se descolgaron en el devenir de las generaciones, que han perpetuado las ensoñaciones para que sean cortejadas, admiradas y seducidas por héroes y que salieron victoriosas de abismales derrumbaderos.

Posiblemente no haya muchos humanos que acierten a poner en su justa medida lo que significa dar mando prolongado a la tradición taurina, a considerarla como un tesoro, a darle la escena digna de representación tremenda, incluso sencillamente a dignificarla. Y quienes tengan en sus corazones alguna desazón en este sentido, por desgracia, tampoco ya son capaces de considerarla. El día que sean conscientes los miembros del estamento taurino del gran daño que le han hecho a la memoria, a la suya propia y a la histórica, despreciando las auténticas aficiones de pequeños pueblos sencillamente porque les parecían poco modernas, nada rentables y de ningún interés televisivo, pues bien, ese día les van a entrar ganas de hacerse monjes cartujanos. Y parece que la metamorfosis se producirá pronto al paso que vamos en éxitos estrepitosos. Ni rescoldos van a encontrar.   

¡Caray, lo bien que se vive sin televisión!

 

jueves, 1 de agosto de 2013

Inclemente segundo festejo en Azpeitia


Segundo festejo de la feria de San Ignacio 2013
Azpeitia, 31 de julio de 2013
Toros de Palha para los diestros Manuel Escribano, Alberto Aguilar y Paco Ureña.

Inclemencias

Interminables resultaron las dos horas y pico que duró el festejo en la bombonera coqueta de Azpeitia en su día grande de feria. Derretidos nos quedamos en el apogeo de una insoportable canícula cuando los abanicos y las bebidas frías eran insuficientes para mitigar el agobio ambiental. Fue un esfuerzo cuesta arriba mientras la ausencia de casta se sucedía en los ejemplares del ganadero de más cartel en esta feria poderosa en carácter torista. Eran hermosos de hechuras, impetuosos de salida, mansos de libro, para terminar rajados y apalancados como piezas de mármol. Cuando ya el aire faltaba, cuando el cuerpo se deshacía, cuando la pesadez contaminaba las entrañas surgió una brizna esperanzadora a la altura del quinto ejemplar que cayó en manos de Aguilar, quien puso mucho oficio certero de muleta en la cara del animal, quien porfió en naturales arrancados con maestría hasta concluirlos en ligazón, quien resultó con dominio de las complicadas repeticiones, quien arriesgó todo en el intento de colocar el estoque en lo alto y que terminó fallido.
Escribano puso folclore en banderillas, aunque desajustado, acompañó los viajes cuando se produjeron y demostró poco mando a la hora de matar, cosa que realizó como pudo a los animales ya muy aquerenciados en tablas. Paco Ureña pudo aliviarse más con un público a su favor pero en definitiva tampoco destacó en resolución, circunstancia que se le presentó con el último toro de la pesada tarde porque su exceso de ingenuidad le dejó a merced de sucesivos vaivenes.
Muchos creen que Azpeitia puede ser una plaza donde todo vale. Todo como las moliendas a traición bajo los petos. Todo como las lidias a mogollón sin orden ni concierto. Todo como los espectáculos espeluznantes. Pues que tengan claro que no. Que si no ardían los ánimos es porque nos asábamos en la intemperie de la canícula.