Tercer festejo de la Feria de Otoño.
Madrid. Plaza de toros de Las Ventas, 5 de octubre de 2013. Toros de El Puerto
de San Lorenzo y La Ventana del Puerto (ambos hierros del mismo ganadero) para Alberto
Aguilar, Joselito Adame y Jiménez Fortes.
Cocinar al microondas
Por Paz Domingo
La crianza del toro bravo es una
incógnita. Los ganaderos están dándose mucha prisa para adaptar la genética
propia a los usos modernos que se supone exigen los tiempos contemporáneos. Han
cogido la cocina mediterránea, la han reconstruido y la exportan con toda la
parafernalia de la atractiva cocina rápida. Este criterio culinario se impone
porque las necesidades de la sociedad actual radican la escasez de tiempo. Por
tanto, el puchero y la cocción lenta pasan a la arcaica historia para dejar
paso a la practicidad del horno microondas y el calentón inmediato. Los efectos
son también parejos porque, aun no tenido un paladar exquisito, casi todos tenemos
abuela y sabemos de las contundencias de la sabiduría que mezcla y la paciencia
que cuece.
El prototipo de toro de lidia que abunda
en gran parte de las dehesas está ya reconstruido y de paso se ha estandarizado
en marca de los novedosos tiempos. Lo han llamado manso encastado y todos están
muy satisfechos con la denominación. Salen intratables al ruedo, abantos, flojos
de extremidades, bobos incondicionales, irascibles al trato para trastocarse en
seres entregadísimos a tundas repetidoras sin final. Y aquí radica la confusión
de los gustos. Un ejemplo pudiera ser los distintivos que atesoraban los atanasios de aquellos guisos de lumbre,
ásperos y sólidos, y a los que pertenecían los toros de esta ganadería
salmantina. La diferencia entre aquellos y los de ayer bien pudiera estar en el
calentón del horno expeditivo porque al plato le faltaban los ingredientes
propios como el desafío, la fuerza, la personalidad, la fijeza, la severidad,
la credibilidad para ser dominados.
Resultó una mezcla bien presentada pero
cuando se le hincaba el diente daba la impresión que el chef había dado al solomillo
varias vueltas a la intemperie abrasadora de la inmediatez. Los toros servían
para la muleta, que era de lo que se trataba, con esa movilidad que vuelve locos
a los pilotos de carreras pero como estaban crudos de varas, faltos de control
de lidia, ayunos de temperatura sosegada pues acabaron siendo los protagonistas
de la deconstrucción. Mientras, los matadores de la tarde conseguían a duras
penas hacerse con el control de la situación y eso que no tenían más que fiscalizar
bien los terrenos, poner el trapo en su sitio, templar la crudeza y aderezar
con especias al gusto. Se empeñaron todos en las mismas contradicciones y que
se fundamentaban en comenzar las faenas con exuberantes ayudados por alto, en
acompañar las embestidas a toda prisa volando la muleta por encima de los
pitones, en desorientar a los animales que hartos de tantas vueltas acabaron abrasados
en la desorientación y masacrados en los estoques.
Con matices, claro está. Alberto Aguilar
se empeño en que quería dar muchos muletazos cuando lo que debía hacer es
sencillamente torear, y lidiar como le hemos visto en ciertas ocasiones.
Tampoco puso orden en las tareas de control de lo que pasaba en el ruedo pese a
que era el encargado del cometido. Los hombres de su confianza, con su
apoderado al frente, se pasaron de erudiciones desde el callejón, y en muchas
ocasiones los propios protagonistas no sabían a qué rey debían obedecer. Este
torero valiente y arriesgado se equivocó en la preparación y se le indigestó
tanto énfasis a la cocina desestructurada. Joselito Adame llegó como una
tormenta tropical dispuesto a consolidar las expectativas de la pasada primavera
en Madrid pero un revolcón en su primer toro lo mandó a la enfermería con una
conmoción cerebral y rotura de algún hueso. Entró a los quites; bulló con mucha
valentía; quiso la colocación; arriesgó demasiado en la puerta gayola y casi le
cuesta la cabeza; pero también ambicionó copiar el consabido método del toreo
por arriba y en los medios cuando lo que procedía era elegir con el entendimiento.
Adame también quedó desbordado y desorientado. La desgracia se cebó con él y
aún pudo ser peor porque no se explica cómo le dejaron entrar a matar al animal
cuando era evidente que después del fuerte revolcón manifestaba una fuerte descoordinación.
Lo más inexplicable es el caso de Jiménez
Fortes ya que el torero de tantas expectativas para muchos es certero en la
vulgaridad, en el toreo al revés, en los mantazos al aire, en las cansinas
rotondas, en los espadazos horripilantes, en la personalidad insulsa e insufrible.
Y eso que traía una cuadrilla bien conformada con Carretero en la lidia y
Sandoval en el caballo.
Los sabios lo tienen dicho. Que no. Que gurús
de la cocina moderna sabrán mucho del reinvento ese del potaje de la abuela pero
para mí que no saben ni poner la sal. Y de los garbanzos ni hablamos. Ya saben…
buen provecho.
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