Cuarto festejo de la Feria de Otoño.
Madrid. Plaza de toros de Las Ventas, 6 de octubre de 2013. Toros de Adolfo
Martín para Antonio Ferrera, Javier Castaño e Iván Fandiño
Mudanza
Por Paz Domingo
Es tiempo de mudanza. El letargo se
presenta y da paso al sosiego de las crónicas antiguas. Un momento para echar
la vista atrás, visto lo visto. Lo que aconteció en el día de máxima
expectación con la decepcionante corrida de Adolfo Martín y con la insegura actuación
de los diestros de mayor cartel para los aficionados invita a la reflexión
porque el agotamiento toca fondo. No es suficiente comprobar que existen
voluntariedades, además se hace imprescindible que los resultados se impongan.
Hay que constatar, de una vez por todas, que se toman medidas para reconducir
la decadente fiesta de los toros en una posibilidad.
No puede caer toda la responsabilidad
ganadera por la decrepitud de la cabaña brava en una sola ganadería. Tampoco,
la exigencia máxima a los toreros, que por su momento y condiciones, pueden
aportar verdad en este simulacro en que se ha convertido el toreo. Pero, lo
cierto, es que cerramos la temporada en la primera plaza del planeta de los
toros con el único balance contundente de la interpretación al natural de El
Cid y la actuación de la cuadrilla de Javier Castaño por extraordinaria y
profesional. (¡Que se dice pronto!) Mientras, nos hundimos más en un
espectáculo agotado; sorteamos amenazas de tapaderas muy lucrativas para
algunos; se intenta argumentar parlamentariamente que hay que blindar la fiesta;
pagamos más por estos espectáculos deprimentes y simuladores; la integridad ha
pasado a ser historia; las entrañas bravas y auténticas se han manipulado hasta
la imposibilidad; y nos divorciamos de la opinión pública taurina y oficial que
va por el lado que nada tiene que decir, ni plaza que llenar. Las preguntas son
obvias: ¿Cuál es mi interés en todo esto? ¿Quiero seguir alimentando esta
parodia a costa de mi afición? ¿No hay nadie –divino, terrestre o marciano- que
reconduzca con verdad la fiesta? ¿No es el momento de la consideración?
Y poniendo la vista en lo pasado, lo
cierto es que nos quedamos fríos en la tarde de máxima expectación en esta
feria otoñal. Los toros de la vieja estirpe de los albaserradas salieron de presentación desordenada, algunos flojos,
casi todos distraídos y los más convertidos en piezas de cemento e imposibles
de movilidad, escasos de casta y tan mansos que hasta barbeaban las tablas. De
esta apatía en resultados se contagió casi todo el mundo. Antonio Ferrera abría
plaza y tuvo varias oportunidades claras con los dos animales que le tocaron en
suerte. El primero fue el animal de mayor carácter de todos sus primos hermanos,
miembros de las varias camadas presentadas, y algunos próximos a cumplir seis
años aunque no lo parecían, pero se fue inédito porque Ferrera lo escondió todo
lo que pudo con su insistente terapia de punteo de la muleta, de cambiar los terrenos
para que el animal apretara hacia dentro, de levantar el testuz en vez de
corregir abajo. Y así convenció porque el público triunfalista -que ayer terminó
por llenar los tendidos- creyó en la parafernalia, le aplaudió y quedó
preparado para aplaudir el circo que tendría lugar con el toro que hacía cuarto
en orden de lidia, por cierto, que también sirvió para la muleta, el único que
empujó algo bajo los petos. Lo bonito que hizo Ferrera fue recoger al toro sin
intermediar pausa el distraimiento del animal a la salida del caballo. Muy
atento, a la antigua, es cierto. Pero lo que se dice torear, no dio ni un pase
bueno. Ni con la ejecución en banderillas, todas al retorcimiento y al
desahogo; ni con el misterioso trance de poner el capote a modo de carpa en los
medios que no sirve para nada salvo para darse mucho pote; ni con la muleta
siempre retrasada, muy ventajista, jugando al péndulo y al escondite; ni cuando
mató, después de pinchar, en un reventón que expuso como si fuera Lagartijo que
hiciera rodar al toro en doble vuelta de campana; ni cuando le dio por el símil
de los viejos diestros de antaño que se sentaban en el estribo y tan campantes
esperaran que se les izara al cielo. Algunos tomaron el circo como si su vida
dependiera de esta comedia y, ayudados por el presidente Julio Martínez, le
dieron cancha al espabilado diestro con el regalo de una oreja. Otros,
protestaron, entre otras cosas porque procedía sobreponerse al escándalo y la
irresponsabilidad de estos actos que tanto perjudican a todos. Ferrera lo que
debía haber hecho era torear, que tuvo ocasión y no lo hizo. La aberración de
las aberraciones las comete cuando le da por correr para atrás parando al toro
con la mano entre los pitones -creyéndose Julio Cesar conteniendo al senado
romano- en el acto más humillante y absurdo que pueda exhibir cualquiera que
quiera llamarse torero, además de demostrarlo.
Javier Castaño está literalmente agotado.
Dio muestras de indefensión, de una lucha descomunal contra sus ya debilitadas
fuerzas –los toros le han castigado mucho este año- y contra el poderío del
estamento taurino que le ha baqueteado cuando ha podido sencillamente porque
aportaba a este decaimiento una cuadrilla tan formidable, tan profesional y tan
torera que se ha hecho merecedora del reconocimiento de los aficionados. Pasó
muchísimos apuros este hombre sobre todo a la hora de matar, hasta el punto que
fue incapaz de dejar el estoque en sucesivos intentos sin fuerza, tino y
concentración. Recurrió al descabello cuando la imposibilidad quedó certificada
después de sus honradas actuaciones con dos pedruscos considerables. Este es el
colofón a un año muy interesante porque este torero ha demostrado dos cosas indispensables
de las que debería aprender todo el escalafón al completo: ha formado un equipo
extraordinario, compacto, serio, profesional y mágico, y lo ha hecho con
honradez. Si esto no es fabuloso, que venga Dios y lo firme.
La feria pasó sin el protagonismo de
Fandiño. E Iván Fandiño anduvo ayer de paso. Se esmeró, desesperó y perdió los
nervios y el tino de la suerte suprema con un animal muy corto de embestida que
no humilló nada. Después, dejó pasar de largo a otro insulso toro para dejar
unos borrones considerables con la espada. Porque era Fandiño, estaba ya a
punto de anochecer y teníamos ganas de salir corriendo del espanto, que si no daban
ganas de colocar puntilla y sanseacabó.
Gran crónica, Paz. Por fin me he enterado de qué pasó en Madrid el domingo.
ResponderEliminarGracias