La emoción manchega y torera
En la Mancha manchega hay mucho pan, mucho aceite y muchas almas toreras. Allí, entre las planicies que acaricia el Júcar, entre la austeridad de líneas horizontales, entre la rotundidad de su despejado cielo, entre la espontaneidad de sus robustos genios fuimos a calentar una vez más nuestro espíritu en estos días cálidos de febrerillo loco. En Tarazona de la Mancha hay mucho que vivir. Sin ir más lejos su pasión por los toros que ofrecen al mundo entero. Sabrán de qué hablo si tienen vivencias personales al respecto, porque los manchegos son así, sin explicaciones, porque quieren, porque presumen de su inmensa amplitud.
Pues bien, en estos paraísos singulares han celebrado su vigésima segunda edición de las Jornadas Taurinas y lo han hecho a lo grande, con sabiduría y desbordando su inmensa afición. El presidente de la Peña Taurina, Isidoro Ruiz, presentaba el libro sobre la historia taurina de este rincón albaceteño. Nada más y nada menos que mucho tiempo de recorrido taurómaco, tanto como siglos tiene este mundo taurino, tantos como una plaza de toros que ya ha cumplido 150 años, la más antigua de la provincia y también con abundante solera dentro del universo geográfico. Este monumento es una joya arquitectónica, una de las más hermosas por derecho merecido. Impactante, maciza, sobria, vetusta, de categórica construcción, embellecida por una adecuada remodelación, simplemente porque respetaron su esencia natural y campechana. Sin más. No hace falta más.
Fue una reunión muy emotiva, en la que confluyeron el recuerdo, la magia, la generosidad de una afición que alimenta decididamente su virtuosismo torero. Los protagonistas así lo afirmaron. Isidoro Ruiz recordó aquellas tareas que se impusieron un grupo de amigos hace ya algunos años y cómo todas las promesas se iban cumpliendo. Eran sueños sencillos pero altivos. Soñaban con vivir apasionadamente su devoción torera y han demostrado cómo se hace grande el trabajo humilde, han certificado que cuando el impulso es irremediable obedece a la verdad, a la sabiduría y al entendimiento para que este espectáculo se desarrolle, fortalezca y perdure en el tiempo infinito. Como todos ustedes bien saben nada hay gratuito, el esfuerzo nunca viene solo, y en la tauromaquia nada tiene comprensión si no nos remostamos al primer envite que salió de la imaginación del ser humano cuando dominó con inteligencia la fuerza descomunal de la fiereza.
Precisamente de atrevimiento habló Juan Mora. Este “inmenso torero y mejor persona” (como le definió el periodista Emilio Martínez, alma máter de estos certámenes taurinos), relató su vida en el mundo de los toros, que para él ha sido tan desafiante como agradecida. Con paso lento, con el temple suspendido, con la humildad de quien sabe reconocerla, con el torero de frente, con dramática gallardía Juan Mora fue desmenuzando su historia. Su primer enfrentamiento con una vaquilla a los seis años; su decisión arrebatadora, su alternativa con Manolo Vázquez de padrino y Curro Romero de testigo en la Maestranza; su paso por los terrenos que le estancan; su terrible sufrimiento cuando las escasas fuerzas tienen que superar al olvido; sus recuerdos tan especiales a su padre, al hombre y al torero. Al hombre que le enseñó a ser torero. Al torero que le instruyó en la fidelidad, aquella que un hombre debe a la verdad y a uno mismo.
Al maestro le sucedió en la tribuna otro maestro. Rafael Cabrera Bonet aportó la técnica y el dominio en esta tarde de rezos y comunión. Las múltiples facetas de este “erudito” son bien sabidas, pero su paso por el periodismo taurino en la tribuna de la COPE le ha convertido en uno de los colosos del panorama informativo, un mérito que debe a su independencia e intencionalidad crítica, y que él mismo explicaba como un compromiso asumido desde la cadena radiofónica de trabajar porque el mundo de los toros tuviera el “espíritu de normalidad” que le corresponde por importancia y magnitud social. El tema propuesto en esta tarde torera fue la perspectiva para la Fiesta para este 2011 y Cabrera Bonet se reafirma en que este futuro próximo será muy complejo por el contagio que provocará la prohibición de las corridas de toros en Cataluña; por el estado calamitoso de las ganaderías actuales, desaparición de encastes y abundancia de procedencia juanpedro, mayoritaria en las dehesas (de las cuales excluyó El Pilar y Victoriano del Río en resultados); un escalafón protagonizado con la regularidad de El Juli, la peculiaridad de Morante, un Ponce relegado, la espera en la reaparición de José Tomás y un grupo de toreros que no terminan de traspasar la línea de la plenitud en las alturas. El periodista y escritor empezó su intervención reafirmando la certeza de que el “mal de la Fiesta está dentro”, en un mundo dominado por el estamento taurino donde el papel de los aficionados está fuera de las decisiones que determinan su futuro. Cabrera mostró su escepticismo, pero también recordó la capacidad de supervivencia de esta Fiesta que ha superado a los múltiples avatares históricos que pretendieron acabar con ella, incluso de los cuales ha salido reforzada. Es un camino de esperanza, un trayecto más politizado e inseguro que nunca, pero el que toca atravesar. Con su voz modulada, absolutamente radiofónica, con brío entusiasta, con pasión torera, con la atención del aforo completo del salón de actos del cine Sanchiz, Cabrera Bonet infundía optimismo asegurando que el futuro de la Fiesta es posible. Difícil, pero posible.
En la jornada del domingo la cuestión que se exponía a debate era la última temporada de toros en Cataluña antes de la prohibición con fecha de 1 de enero de 2012. Intervinieron en el acto el crítico David Guillén, actual jefe de prensa de la federación de entidades taurinas catalanas, el torero Juan Luis Rodríguez y el pintor López Canito exhibiendo una vitalidad maravillosa con los setenta años cumplidos y exponiendo su personal trabajo a los asistentes del certamen.
¡Ay, Tarazona, Tarazona! Me gustan tus planicies manchegas, tu ánimo festivo; tu devoción repartida entre Blas y Bartolomé, entre meses extremos y costumbres férreas; tu balconaje de madera volado entre los ángulos certeros de la plaza; tu vanidad que se recrea en el gran casino Pascasio Quílez; tu peculiaridad renacentista en la iglesia; tu glorioso pasado torero y tu presente que trabaja para engrandecerlo; tu centenaria plaza acostumbrada a ímpetus ganaderos; tu recuerdo al genial Pepe Isbert; tus sentidos que huelen a cuerva, que saben a bizcochos blancos y mojicones, que llenan con gazpachos. Así es Tarazona, la de la Mancha manchega, un paraíso, un gran lance torero.
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