jueves, 6 de mayo de 2010

Una feria de lo más triste

Arranca el ciclo de San Isidro 2010. Codiciado por los tiempos hermosos del mes más taurino, pero no por los contenidos. Así, se da inicio a una de las ferias programadas más triste de las que han acontecido en muchos años. Abatida antes de comenzar, pues la ausencia de rugosidad legítima ha fulminado cualquier expectativa generosa; cualquier atisbo de regeneración de la Fiesta ha sido despreciado de antemano; cualquier arrojo de intuición es un deseo imposible; cualquier esfuerzo por rentabilizar la autenticidad ha caído en saco roto; cualquier ímpetu por devolver a los aficionados una realidad reparadora se ha convertido en una tarea inabordable; cualquier responsabilidad ha siso relegada a historietas de cómic por aquellos que tienen la obligación de responder en sus competencias; cualquier crítica ha sido despreciada; cualquier indecencia es procedente; cualquier esperanza de la afición conspicua ha sido masacrada; y cualquier compra de las entradas, o renovación de abonos, corresponde más a un timo que a un peaje.
Hay grandes ausencias que no voy a enumerar. Y también hay grandes mentiras. La más importante, por trascendental, es la farsa montada sobre los cimientos de lo que debería ser la autenticidad, es decir, sobre la exactitud absoluta en la que se sustenta este espectáculo y que no es otra que la esencia verdadera que conforma al toro de lidia. Hay grandes especulaciones, y ninguna es gratuita, precisamente porque sacar partido de la mediocridad es más rentable que proponerse eliminarla. Hay muchas y variadas indecencias, todas disfrazadas de tesis doctoral. Hay infinidad de despropósitos en un momento tan delicado -por decisivo- para el desarrollo, continuidad y fortalecimiento en la fidelidad que fundamenta la cultura taurómaca. Hay a muchos que esto les da igual, pues se trata de saquear lo poco que queda de decencia y de dinerito. Para algunos, muy escasos, que sufrimos con inmenso desánimo, que aún alimentamos nuestras almas toreras con reivindicaciones quijotescas, creemos en una fuerza sobrehumana que esté dispuesta a contribuir con honradez y trabajo en la salvación de algunos resquicios de verdad entre tanta decadencia.
A todos los que crean que aquí no pasa nada, me queda recordarles que no se recreen en las adulaciones que proliferan, porque como decía el clásico es “nada de nada”. A todos los que confían en la gloria bendita que echen un vistazo a su bolsillo y comprueben que no les falte nada. Y a los que saben de qué va esto, les acompaño en el sentimiento por este sublime tinglado inmoral en el que estamos expuestos.

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