Parezco tonta. Les
cuento. En la noche del domingo las radios taurinas exponían un debate sobre
la cubierta, o tapadera, que ya están colocando en Las Ventas, la primera plaza
del mundo si de toros se trata. Pues piqué. Me quedé a oír qué pasaba. El
argumento, según parecía, era reclamar la opinión de los oyentes sobre la
techumbre tan sicodélica y si los aficionados estaban de acuerdo con ver toros bajo
tan preventivo armatoste. Todos los testimonios a favor de la plataforma
volante se sostenían en que era más cómodo, es decir, que se está más
calentito, no te mojas si llueve y permite no perderse las faenas por culpa de
las inclemencias del tiempo.
Una servidora, que como
les digo, es muy tonta, ha hecho su encuesta particular entre los conocidos más
o menos cercanos –taurinamente hablando-. Pues, ¡qué quieren que les diga! Que
no hay uno solo de los que me han dicho –verbalmente- que están a favor de este
atentado estético y que sean asiduos a las corridas de toros. Es decir, que ven
los toros por la tele y muy calentitos desde sus silloncitos. Aunque, eso sí,
son muy altruistas con los demás, con los que sí vamos a las plazas, con los que
sí pagamos en taquilla, con los que sí tenemos un compromiso presencial y taurómaco.
No me digan que no es casualidad, que tampoco conozca a ninguno de todos los
personajes sufridores de las “asperezas y molestias de la intemperie” que quieran
sobre sus cabezas este insufrible paraguas anti-todo. Anti-estético. Anti-humano.
Anti-salubre. Anti-decente. Anti-dos dedos de frente.
Las respuestas más
formidables al respecto no puedo pasarlas por alto. Las mejores, según mi
criterio, eran aquellas sustentadas por “los que son de la opinión de” dar una
oportunidad a los promotores del invento para saber si funciona. ¡Vaya que si
funciona! Ya les digo yo que no hay nada que mejor funcione que un atentado en
toda regla. Y si acaso hubiera contratiempo humano, o divino, allí está Dios todopoderoso
para crear un nuevo mundo en seis días -sin descando, por supuesto-.
Por cierto, hablando de
reglas, nadie -en los programas que me detuve- se cuestionó que las obras de
tan generosa iniciativa protectora se hayan comenzado sin licencia; que no
exista informe de Patrimonio de la Comunidad para cargarse estéticamente,
legalmente y socialmente un monumento por el cual pagamos, demandamos respeto y
admiramos para que siga siendo tal y como se hizo antaño; que tan ingenuas
mentes crean que esto se hace por nuestro bien, para que los pobres desgraciados amantes de asunto tan
anacrónico no nos mojemos. De poco beneficio, señores, nada de nada. De beneficio,
todo. A arrasar, que es lo que toca. A reinventarse el Antiguo Testamento.
¡Faltaría más!
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