Alguien se olvidó de los toros
La tarde era para los aficionados. Los dos toreros que habían causado revelación en la temporada se anunciaban mano a mano en el cartel. Había expectación por presenciar el duelo de los potenciales toreos que estos dos hombres se han empeñado en demostrar y a los que les falta el triunfo absoluto que les puede dar la plaza de Madrid. El tibio sol otoñal anunciaba que podía tratarse de una tarde mágica. Los tendidos llenos. Las almas toreras ardientes. La ovación al romper el paseíllo. Los brindis recíprocos que se tributaron ambos diestros en ceremonia antigua. Y salió el toro. Bueno, el toro de pega -más bien-, porque aquello no era toro sino cuarto y mitad de carne bovina sin cara, sin tocado, sin fuerza, sin acometida, sin clase y sin vergüenza. Alguien se olvidó de los toros, de su importancia y trascendencia, y en un ímpetu descarado echaron por la puerta de chiqueros los pollitos sin hacer, descastados, inválidos y aburridísimos, para cumplir con dos ejemplares imponentes. Fue cuando, precisamente, volvió al ruedo la poca verdad que queda en este artificial mundo taurómaco. Al inicio del festejo se volvía a insistir en la recogida de firmas para que este fabuloso mundo se pueda blindar. No me digan que no es una paradoja.
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