El silencio sevillano se ha roto
Suenan trompetas de bodas reales. Atruenan las protestas entre los silencios maestrantes. Las prudencias sevillanas revestidas de misticismo han saltado por los aires, como petardo movedor de nubes de polvos. El público del coso piadoso ya no se contuvo. Ayer, en la tarde de la victorinada, explotó. Después de cinco festejos consecutivos buscando nimias excusas para ponderar el tronío inexistente; después de cinco bodrios ganaderos afamados; después del aguante de los pocos inocentes que pagaron, de los muchos incautos que aprovecharon el regalo; después de infernales tiempos muertos a base de entrañas putrefactas que ahora llaman toros de la época moderna; después de matadores afamados ejecutando el torero al revés; después de aspirantes a figuras dibujándose más al revés si se puede; después de las ponderaciones televisivas de tan entusiasta estafa a precio de forrar riñón; después de la que está cayendo; después de esta bazofia que arrebata hasta la conciencia; pues después hay quién se empeña en seguir mintiendo, en justificar esta debacle como simple mosqueo y en apurarlo como circunstancia pasajera.
Y Sevilla no se llenó en las cinco tardes. Tomen nota.
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