Gentrificación
Por
Paz Domingo
El
cartel no estaba nada mal entre tanto desfalco premeditado. Y por supuesto,
tampoco decepcionó. Los toros impusieron un ritmo diferente a todos los
experimentos toreables habituales y
deprimentes. No eran carretones de insipidez pero tampoco eran mansos de libro.
Los animales de la ganadería que crían los hermanos Lozano tenían su lidia, su
faena, su casta en pequeñas proporciones, su enfrentamiento y hasta su
lucimiento si se les hubiera hecho frente con cierta perspicacia.
Pero
fallaron los maestros y aún estamos preguntado cuál es el motivo de tanto
desperdicio. Curro y Juan afectados por el mismo arte, por idéntica cualidad,
por similar empaque, por semejante predicamento, por equivalente sutileza para
hacernos creer en la hermosura del toreo y por semejante manera de alejarse de
ella y del sitio verdadero. Increíble pero cierto. Y no es porque no tuvieran
toro, que lo tuvieron para engancharlo en la muleta, para llevarlo, para
dejarlo en los terrenos adecuados, para medir bien las tandas necesarias…, para
lo que estuvieran dispuestos. Tampoco es porque no sean capaces de hacerlo,
pues Curro
ya se dejó ver en las alturas con una faena a un manso de Torrealta (de
libro, por supuesto) hace ocho años en la Feria de Otoño y Juan del Álamo, sin
ir más lejos,
también lo realizó el año anterior con un complicadísimo Acurrucén.
Pero
en cosas del arte, el misterio es un aliciente y Joselito Adame se puso en
artista y en torero como nunca. Aunque también a medias, porque la excelencia la
destrozó con un soberbio bajonazo. Nunca antes lo habíamos visto con ese gusto,
profundidad y hasta entendimiento. Con sitio y con técnica; con sabiduría y con
temple; con naturales y con trincherazos; con verdad y con dominio. Hasta con
división de opiniones porque gran parte del público y él mismo se pusieron muy
gallitos para que el presidente concediera una orejita después de una
cuchillada en los bajos que escandalizó a todos los santos del cielo y de los
tendidos.
Estuvo
muy artista Joselito. El torero bullidos se sangre caliente y mexicana se había
transfigurado para nuestro gusto y afición. Sin embargo, la ley es la ley,
incluso la no escrita. Si nos la saltáramos a conveniencia no se haría necesario
ir a la guerra para defenderla. Quizá, hay mucho personal que necesita aprender
esta premisa. Y no hablo solo de los hermanos independentistas, sino de los
nuevos espectadores de los toros que ni saben de sus reglas y premios ni falta
que les hace aprenderlas. Infestados están los tendidos aprovechando la
desafección de los aficionados. Beben, gritan, te parten en dos la espalda, te
insulta y además te dan lección de toros. ¡Hay que fastidiarse! Bueno, eso o no
volver más. Depende del gran nivel de hartazgo o de la extraordinaria corpulencia
que está adquiriendo el engaño en que se ha convertido la defensa de la fiesta
porque sí.
La
gentrificación de los tendidos de la plaza de toros es una realidad. No hace
falta pico y pala para devolver al barrio el esplendor perdido y hacerlo
renacer de sus cenizas en un espectro cargado de diseño. Con unos cuantos hooligans,
un espectáculo infumable y una mentira mil veces contada por los líderes torticeros
de opinión mediática ya está lista para su sentencia final. Y el final está
cerca. Al menos, así lo veo yo.