¿Sabe usted lo que es citar?
Por
Paz Domingo
Permítanme
que Rafael Ortega lo clarifique con instinto y gracia sureña en
su dogmática tauromaquia de El toreo puro. Decía así:
El
toreo puro me lo definió muy bien Domingo Dominguín, padre, que fue apoderado
mío:
-
“Es
como cuando llega un señor y le saludas: “¿Cómo está usted? Muy bien, gracias.
Vaya usted con Dios”.
Eso
es: citar, parar y mandar. Se le echa al toro el capote o la muleta para
adelante, y es el cite. Luego, usted para al toro. Y luego, usted lo manda, lo
lleva y lo despide. Yo sé que en la tauromaquia de Belmonte se dice: parar,
templar y mandar, y también sé que Domingo Ortega añadió parar, templar, cargar
y mandar, que es lo que da pureza al toreo. Pero para mí es importante algo
previo, citar, o sea echarle el trapo para adelante al toro. (…) Así que lo que
yo veo, para hacer el toreo puro, es esa continuidad: citar, parar, templar y
mandar, y a ser posible cargando la suerte.
En la
segunda corrida de este ciclo de evidencias se clarificó el axioma. Hubo quien
lo hizo y se retrató quien no supo hacerlo. Entre los primeros citaremos por su ejemplaridad en la
perfección de citar o de echar el trapo –en este caso se trataba de la pica- al
toro, contener el impulso del animal, medir la sujeción y desahogar el encuentro
permitiendo la salida limpiamente del toro una vez concluido el dominio. Pedro
Iturralde y Tito Sandoval mostraron técnica en la sentencia de citar. Y ambos nos
dejaron soñar con el toreo puro.
Iturralde
con el toro ensabanado que hizo el segundo en el orden de lidia, que realizó
dos arrancadas majestuosas al encuentro del castigo. Bajó la vara templada; contuvo
sublime; paró decidido; y soltó con pulcritud y medición. Dos encuentros, dos
lecciones. Con la misma justeza de técnica se puede reseñar la actuación de
Sandoval en el sexto, aunque los hurtos a que nos tienen acostumbrados los
artífices de viles argucias taurómacas -que pretenden deliberadamente esconder
la verdad de las verdades- solo pudimos
disfrutar de un puyado en toda regla pues el siguiente quedó arruinado en la
estratagema de embocar con estrépito al animal al derrumbe bajo el peto.
Los
maestros restantes, a pie y a caballo, escondieron la belleza del cite y que se
hizo fundamental en la lidia de los dos toros mencionados anteriormente. El toro
ensabanado, ovacionado en el arrastre, casi se va inédito en su glorioso final
si no hubiera pasado Iturralde por los últimos instantes de su vida. Hay que
tener suerte hasta para ser toro bravo, ya se sabe. Desde luego. En lo primero,
influye la familia donde uno viene al mundo y la de Agitador anda enroscada en
la mediocridad comercial y descastada. Toro bravo fue, como un garbanzo blanco que
nace en la espesura y en la sorpresa hasta para un ganadero que no sabe lo que
tiene en la dehesa y posiblemente tampoco le interesa. A Paco Ureña le tocó en
su lote. Y después de llamar gentilmente a los medios y de acudir el toro con
prontitud, le puso la muleta en el hocico sin despegársela un instante. Tras
muchos mediocres pases encimistas, en los perfiles del sitio verdadero; sin
llamarle con el cuerpo, adelantar la pierna contraria, poner la muleta en la
arrancada; sin conducir el viaje al remate en la cadera; sin hacer caso a las
protestas del animal cuando demandaba seriedad; y, lo que fue más grave, sin
darle la técnica merecida en su final, dejó un bajonazo escandaloso. Aún pedía justicia
Agitador allí mismo en el centro del albero, mientras que Ureña se empeñaba en
hacer bonitos los insufribles galletazos que le daba con el verduguillo.
No
fue el único que mató a la manera garrafal. Los tres matadores están
suspendidos en cites, en sitios, en cánones y en estoques. Terminaron por
aburrir descaradamente. No hay muchas explicaciones que dar de César Jiménez
que no dijo nada salvo que quiere volver a los ruedos y de Octavio García,
llamado El Payo en tierras españolas y El Güero en las planicies originarias mexicanas, dejó verse con mucho empaque en el
toreo de salón pero igualmente desnortado en las afueras del sitio necesario. Y
si sirve de consejo a este hombre de aparente ganas, no vuelva a esconder a un
toro con algo bueno en las entrañas –como en el sexto de la tarde- porque, entre
otras cosas, el riesgo de enseñarlo le hará más sabio y los aficionados sabrán
reconocérselo. Aunque resulte muy presuntuoso lean El toreo puro y
estudien la tauromaquia universal de aquel torero dotado con un sobrenatural
instinto llamado Rafael Ortega que contribuyó
con su conocimiento a la completa definición de las reglas del arte de torear. Mientras,
que el ganadero, como otros muchos, se deje de experimentos vacuos y
terroríficos, que si ayer sonó la flauta, el resto de la camada a mansalva que
lidia por ahí no sirve ya ni para molerlos a pases, pues ni tienen fuerza, ni
tipo, ni agallas.
Por
cierto, tres puntualizaciones. La plaza está medio vacía, que no medio llena. Que
los presidentes revisen esos relojes que van al ralentí y hasta los más tontos
se están dando cuenta de que los tiempos en las faenas no son los que deberían
ser. Y la última, déjense de componendas con los sobreros del hierro
titular, más propio de pueblos que de la primera plaza del mundo.
Plaza de Las Ventas. Madrid, 9 de
mayo.
Segundo festejo de la Feria de San
Isidro 2015.
Toros de Fuente Ymbro para los
diestros César Jiménez, Paco Ureña y Octavio García, El Payo.
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