Las aportaciones de la terminología del mundo de los toros ha enriquecido el castellano, no solamente en cantidad sino también en cotidianeidad, desde que en este planeta del español se asumió la fiesta taurina como parte integral de nuestra cultura e idiosincrasia. Dicho todo esto, una obviedad que a nadie se le escapa, la trasformación de este rico lenguaje sigue produciéndose, hasta el punto de hacerlo irreconocible. Es decir, que desde los agentes encargados de llevar a cabo esta aportación –o enriquecimiento espontaneo- no viene de la naturalidad en su uso, sino que obedece al amañado discurso de los mismos expertos del lenguaje taurino empeñados sistemáticamente en desfigurarlo hasta la obscenidad cuando la verdad no se quiere detallar.
Debido a este espectacular avance en la transformación del espectáculo, hasta hacerlo irreconocible, dichos agentes también han influido decididamente en su léxico propio. Por esta razón me decido ingenuamente a recoger algunas perlas que bien pueden dar ejemplo de la tergiversación del más excelso castellano taurómaco. No pretendo enmendar la plana a nadie, sino ponerles al corriente de lo que tienen qué decir -o de lo que no-, cómo se utiliza -y en qué circunstancias-, o si usted puede pasar por un cursi del metalenguaje –o incluso por un entendido en lides léxicas taurinas propiamente dichas-.
Al toro.
Uno de los términos que más se está desfigurando debido a la proyección mediática –que actúa a modo de megáfono- es la utilización de “falta de raza” cuando en realidad la buena aplicación del término taurino sería la “ausencia de casta”, o mejor dicho “descastado” y cuya definición según la Real Academia de la Lengua en su tercera acepción referida a la tauromaquia se dice “de un toro, que no responde a las cualidades de su casta”, es decir, a las formas inherentes a su condición única como animal de poderío, respuesta al castigo, preparado para la lucha heroica y resistente al sometimiento hasta el final. Por tanto, la ausencia de casta en un toro de lidia sería una condición excluyente a su naturaleza propia, pues la casta, que puede ser buena o mala, tiene que ser inherente a su naturaleza singular. A modo de ejemplo, es algo así como si se pretendiera lidiar a una vaca lechera, y viendo las imposibilidades naturales para este menester, dijéramos que tiene falta de raza. La raza la tiene, en su origen y linaje, pero pertenece al grupo diferenciado dentro de las especies biológicas y bovinas cuyos caracteres propios se perpetúan por herencia, y entre los cuales no se encuentran la de ser apta para el espectáculo taurino. Y si me permiten, para rizar el rizo les adjunto la definición que desde el punto de vista científico ha realizado el genetista y veterinario Javier Cañón, y que se recoge en la publicación Variabilidad genética de la raza de lidia inferida al ADN, las siguientes conclusiones sobre el concepto de raza:
- La raza de lidia debía ser considerada como una raza de razas, una meta-raza, con una gran diversidad genética entre las unidades genéticas (encastes-ganaderías) que la constituyen.
- Dentro de la raza de lidia, la distancia genética entre encastes es, por término medio, casi tres veces mayor que la distancia que hay entre cualquier pareja de razas del bovino europeo.
- La forma en que los ganaderos de lidia han gestionado esta raza, aplicando técnicas genéticas de forma empírica, ha hecho de esta raza un gran experimento genético que ha dado lugar a una explosión de familias, líneas o encastes, muchos de ellos en serio peligro de extinción.
Ya saben. Los pregoneros de esta frase edulcorada de “falta de raza”, sin quererlo, están poniendo definición a la verdad imperante en este espectáculo deformado en su razón de ser porque evidentemente se están refiriendo a la multitud de toros descastados, desnaturalizados de esencia verdadera y objeto de manipulaciones pastueñas, condiciones todas excluyentes de la singular raza de lidia. Es decir, que están más cerca de cualquier raza bovina que de la suya propia.
Señores: "Al toro, lo que es del toro".
Hasta otra.
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