Los toros y la crisis que se avecinan
El pasado domingo, en la madrugada taurina, me llamó la atención las declaraciones del veterinario Julio Fernández en el programa La Divisa. Después de realizar unos breves apuntes de la situación de las ganaderías en este año que ya concluye, con la temporada ya cerrada, Julio Fernández avisaba de lo que se viene encima, es decir, con el aumento de reses de ganado bravo con el guarismo 7 respecto a otros años, preparadas por edad para ser lidiadas en el próximo ciclo. Esta circunstancia numérica (y comprobable pues todos los nacimientos de ganado bravo deben estar registrados) es una contrariedad, un problema de difícil solución y un resultado de la especulación disparatada de la que venimos. Julio Fernández añadía que el acomodo se hará muy complicado después de considerar los datos de esta temporada respecto al descenso considerable del número totales de festejos, tanto de orden mayor, menor o rejones.
Se supone que la crisis avanza, que en el año 2011 la situación económica será aún más complicada, y todo hace predecir –según el autorizado veterinario- que se quedarán muchos toros en el campo, que es lo mismo que decir que supondrá muchas pérdidas entre los ganaderos. Estos empresarios del campo bravo tienen muchas complicaciones burocráticas, sanitarias, incluso sociales. Es verdad. Pero, la crisis vendrá para algunos, mientras otros pocos seguirán lidiando camadas inmensas a mogollón, sin corresponder el volumen con la calidad de sus productos exclusivos.
Aquellos polvos trajeron estos lodos. Se supone que hace cinco años no se era consciente de la crisis venidera. Que se tiró de explotación ganadera a lo grande, pero no por ello desajustada en parámetros de cordura, crianza y selección. Mucho de este excedente ganadero venía de cinco años más atrás, cuando estaba boyante los pelotazos urbanísticos e inmobiliarios que desarrollaron nuevos ricos, los cuales lavaban nombre y dineros en fincas de emblemas con tronío. Y se desorbitó el equilibrio. Los ganaderos de toda la vida tuvieron que sucumbir al ritmo trepidante de la contienda mercantilista, aguantar si su hacienda se lo permitía, o desaparecer.
Hay un problema muy grave en el campo de bravo. Un problema que las autoridades administrativas (o comunitarias con las subvenciones) no podrá solventar. Son los propios miembros del sector los que deben ser valientes. Los ganaderos de bravo deben asumir la situación caótica de los intereses del sector. Deben tener un organismo aglutinador dispuesto al trabajo humilde y concienzudo fuera de protagonismos e intereses propios circunscritos en determinadas asociaciones. Deben apostar por la casta y la selección en la crianza del este exclusivo animal. Deben olvidarse del corazón y sacrificar el excedente de borreguismo causante en gran medida de la inflación de presunto bravo. Deben plantear un plan de rescate para los encastes minoritarios en la cabaña, a la que la gran mayoría del sector ha condenado al ostracismo (incluso a la desaparición) porque muchos de los empresarios ganaderos han apostado por el monoencaste, consecuencia que ha conducido -en una distancia muy corta- a un situación muy triste, desvalorizada y aburrida. Deben afrontar su situación sobresaturada en la mediocridad que ha terminado con la emoción y la afición, haciendo prácticamente irrecuperable la singularidad y variedad de este animal poderoso, llevándose por delante el oficio, el suyo, el más hermosos de cuantos puede haber imaginado y desarrollado el ser humano.
Deben asumir como jabatos que hay que salvar los trastos. Pero no de cualquier manera. Jabatos a la verdadera usanza. Al buen criterio, al trabajo, a la humildad, a la verdad, a la calidad, a la integridad, a no especular, a estar dispuesto a ganar menos pero a costa de hacerlo mejor, al derecho que el mundo entero reconozca lo decisivo de su gestión para atesorar la autenticidad y emoción que desarrolla el ganado bravo, por supuesto con el esfuerzo en el amor interesado por la verdad del mundo de los toros.
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