jueves, 6 de junio de 2013

Crónica. Corrida de la Beneficencia 2013

Feria de San Isidro 2013. Corrida extraordinaria de Beneficencia
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 5 de junio de 2013
Ganadería de Valdefresno (remendada con 2 toros de la ganadería de Victoriano del Río) para los diestros Juan José Padilla, Morante de la Puebla y Sebastián Castella

Abordaje a lo filibustero

Por Paz Domingo

El reiterado petardo histórico para la gran corrida de Beneficencia tuvo en esta edición muchos nombres propios y entre todos protagonizaron como filibusteros, enardecidos y hambrientos de tesoros, el fabuloso abordaje del galeón indefenso anclado en la deriva y a punto de hundirse en las calurosas aguas turquesas. Y como sucede en todo asalto cuerpo a cuerpo, ideado para estos guiones cinematográficos que tanto se aprecian en la posmodernidad de la piratería, el equipo corsario soltó un cañonazo por la popa que dejó al navío contrario listo para el hundimiento en vertical.

Dicen las malas lenguas que hubo un fantástico baile en los corrales madrileños. El desembarque de patrullas con mercancía de batracios con entrañas, presentaciones y cornamentas devaluadas, se sucedía sin límite. Se apañaron como pudieron. Se remendó la corrida con dos fenómenos que aportó el ganadero triunfador de la pasada edición en su mismo estilo personal sobre la crianza de supuestos toros de lidia y que consistió en mansos de recorrido plano sin nada para temer ni desarrollar, salvo la molienda que les puedan propinar por tontos. Y parecer ser, que algo sucedió. El presidente Muñoz Infante que estaba dispuesto para la encerrona planeada desapareció a la orden de cese inmediato. El lugarteniente Trinidad López-Pastor se hizo cargo del timón y se supone que con órdenes precisas para mantener el orden en el plató, además de no devolver ni a uno solo de esos figurantes con aspecto de toritos melancólicos que con tanto esfuerzo se habían conseguido recolectar.

Por orden de actuación, apareció abriendo plaza el comandante Padilla bajo una ovación incomprensible porque el vendaval que definía hace tiempo al impetuoso personaje se ha trasformado ahora en solanera insoportable. Tras haberse dedicado en cuerpo y alma al ponderado discurso en los altos foros, a Padilla le ha dejado de interesar la batalla, que no el asalto. La fama le ha hecho recapacitar en su osadía. Mientras, alentado por el espíritu de Frascuelo intenta desenvuelto el toreo periférico del mando inexistente, pretende porfía para dejar apacible su talento y consuela con su improductiva torería a quienes le quieran ovacionar, ver y escuchar. Aunque se llevara un susto, que se lo llevó, cuando ambos protagonistas -el cuarto bovino desventurado y el fenómeno de patilla recortada- peleaban en sus desventuras por asegurar quién sacaba la cabeza del agua. Pero los dos quedaron asidos a una nadería en medio del océano.

Después apareció el cautivador de la torería andante llamado Morante y apodado de la Puebla. Mitad poeta, mitad bandolero, conformado en divinidad cuando desplegó capote para suministrar maná al pueblo elegido de gorda corbata con dos medias preciosistas, un apunte verdadero de toreo a la verónica y sacar su coraje dormido para endilgar una faena que prometía acabar con el cuadro. Y casi termina con él, porque su desatino con el estoque ya trascendía en bronca irrefrenable en los tendidos poblados de incondicionales. Los mismos que disponen esperanzas, bolsillo y garganta para muchas espantadas fabulosas y algún esporádico arte. Si la media de Morante bien vale una misa, pues que repiquen con tiempo el día señalado, -dicen los demás no tan insobornables-, que allí irán como contribuyentes piadosos del cepillo parroquial, hartos ya de aguantar tantos sermones banales a la espera de la trasfiguración.

Ni Morante pudo devolver la horizontalidad al navío escorado, ni Castella poner el broche a la nefasta tarde con su ya habitual manera de entender el insustancial dominio siempre acampado en el centro del ruedo para después trajinar en la desorientación, ausentarse del entendimiento bovino y dejar ver al mundo su flemática figura de misticismo fingido. Tuvo algo más de materia en el sexto animal descastado que terminó con el cuadro bucanero, pero el maestro le propuso pases cambiados por detrás y también por delante, en circular y en las afueras, a diestro y siniestro. Ahí quedó el aburrimiento completo.  

Tan enviciada está la cosa de la lidia de los toros que ya parece difícil una tabla de salvación que saque de las profundidades el buque naufragado y pueda ponerlo de nuevo a flote. No es más que una fiel reproducción novelesca de aquellas historias de filibusteros que surcaban los mares del Sur, cometían mil abordajes, se retaban con bravuconadas por el dominio absoluto, se respetaban por su carácter sanguinario, llevaban pata de palo, se emborrachaban en la cantina guarecida y enterraban tesoros en oscuros paraísos.

Ayer, amigos, era tarde de comparaciones. De nostalgias. De verdades. Del reflejo de esta España cañí. Un palco que no tenía desperdicio pero tan enjundioso que no puedo resistirme a su descripción. En representación de “la más alta institución del país”, según se asegura, se encontraba la infanta aficionada, muy bien escoltada por su ya mediático secretario personal y su jefe de comunicación muy atento a las proyecciones también telemáticas. Flanqueada estaba Elena a su derecha por el presidente de Madrid, el mismo que un día fue responsable directo de los asuntos taurinos y que ahora, como propietario de hecho de la plaza madrileña, no le interesa un pimiento ni la plaza, ni las nefasta gestiones que él avala, ni la verdad, ni abordar la regeneración y limpieza de las aguas caribeñas ya putrefactas. A su izquierda, Wert, el ministro amante de la tauromaquia, el mismo ideólogo que se ha propuesto un plan de salvación para mayor gloria de la gran familia taurina pero que ha cerrado a cal y canto el patio de butacas a los interesados verdaderamente por el futuro. También, en un rinconcito aparecía la delegada del Gobierno autonómico y que, por cierto, casi presenciaba en directo uno de los más formidables conatos de rebelión aficionada. Y digo casi, porque ella iba a lo que iba: a ver a Morante y punto. Ella y el resto. Y a todos les importa la fiesta, -de verdad, de verdad-, un pepino. 
Eso sí, salieron de la plaza echando humo. La gran ovación se la llevó el maestro Paula, emboscado en el tendido alto del 7 (que como saben es el público condenado al ostracismo por aficionado, molesto y protestón) y que se dio a ver después de que las posibilidades de Morante se diluyeran como la espuma. Saludó derbordando torería al respetable. Y porque estos aficionados saben hacer las cosas y mantener la calma, si no hoy estaríamos hablando de cómo procesiona un lobo de mar de otra época. Algunos estaban dispuestos a todo, como evidentemente se vio.

domingo, 2 de junio de 2013

Crónica. Último festejo de la Feria San Isidro 2013

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo tercer festejo y último.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 1 de junio de 2013
Toros de Celestino Cuadri para los diestros Fernando Robleño, Javier Castaño y Luis Bolivar

Hay torero, hay cuadrilla, hay magia

Hoy se estaría hablando de los difíciles toros de Cuadri aunque se impone afirmar la maestría poderosa del torero Javier Castaño y de su cuadrilla. Juntos hicieron del arte de lidiar toros la expresión máxima de belleza y enseñaron honrada, generosa, limpia, sabiamente la grandeza del toreo. Fue lo nunca visto en plenitud armoniosa porque no hubo ni un solo instante de sus valentías que no se superaran en emoción. Desde el principio hasta el final acontecían en los tercios los empaques, las galanuras, los desafíos, los misterios, los saberes, las verdades, las noblezas para trasfigurar la técnica en naturalidad plena. Un momento de magia que es eterno para mayor gloria de la auténtica fiesta y de nuestras almas aficionadas.

Han pasado dos días desde que la conjunción de estos hombres se consumara en una de las más fabulosas interpretaciones que se pueda hacer del toreo cuando se manda de frente, por derecho y con verdad. Hoy fue la continuación de tanta gloria, una vez materializa en épica, cuando el público emocionado les reclamaba la vuelta triunfal para encumbrarles como las grandiosas figuras que son y reconocerles como a soberbios titanes que sujetan los pilares taurómacos. Quienes no han intuido nunca lo que es torear, hoy lo han visto. Quienes no entendían los argumentos de la lidia, hoy conocen su sentido. Quienes no son aficionados, hoy era el día para el estudio de la física cuántica. Quienes lo son, hoy todo cobra fuerza y se agiganta, y no cabe en el pecho. Y con toros. Unos señores toros cuajados, de imponentes trapíos, de complicados comportamientos, de dificilísimas resoluciones, de casta seca que, aunque no pisaron los terrenos de las querencias, desbordaron en aprietos, obligaron a comprometidas situaciones y dejaron claro que el toreo era casi inadmisible.

Son cinco hombres para el recuerdo. Cinco toreros de los pies a la montera. A la cabeza, Javier Castaño, el diestro honrado que se la juega todas las tardes sinceramente y exprime hasta la última gota de posibilidad, como sucedió en su primera intervención tragando con las negativas a pasar de un incierto, parado, desafiante, pero muy orientado animal y al cual citaba dando el medio pecho para arrancar medios naturales, sortear derrotes de los que parten en dos, jugarse la cornada y no enmendarse un ápice. No se pudo estar mejor. Es Castaño un diestro generoso que deja exhibir la profesionalidad de sus subalternos; que ha sabido darles su sitio, su evolución y los ha puesto a disposición de la humanidad; que se ha descubierto como un sabio estratega que sabe ordenar y mandar porque en función de las cualidades de los ayudantes ha conseguido convertir una centuria en legión; y que grandiosamente les ha capacitado para el triunfo.

Hay quien ve en esta apuesta un problema para el aguerrido general porque tiene que repartir los vítores con sus centuriones. Precisamente, lo que se traslució en el mágico momento del quinto toro de la tarde fue más bien un equipo compacto en confianza y respeto máximo al hombre que ha impuesto el trabajo serio, la valentía en la batalla y el sosiego de la satisfacción. Después, pase lo que pase, la soledad del cuerpo a cuerpo está reservada para el matador y Castaño se enfrentó a un animal de mucha bronquedad, que entraba con su largura a medias en el engaño, que al tercer pase derrotaba, que se paraba para ser imposible. El diestro en su osadía se cruzaba a pitón contrarío mientras el animal soltaba un gañafón que le desgarró la nariz y pudo haberle arrancado la cabeza. Con tanta naturalidad, intensidad y desafío trascurrió la lidia que la gente pareció ver en el toro ciertas maneras incluso para el toreo. Nada más lejos. Castaño bien se enteró e hizo lo que tiene que hacerse: intentarlo por ambos lados, primero para sacar algunas tandas cortas con esfuerzo y dominio por el pitón derecho y después por el izquierdo en el que se descubrió un toro muy diferente, más desapacible y peligroso. Volvió a exponer de nuevo la otra mano cuando el animal ya estaba muy orientado en el cuerpo. Apuró hasta la última posibilidad con un riesgo pasmoso. Y una vez más no pudo concluir su soberbia actuación. Volvió a fallar con la espada. No se puede saber si esta frustración le pasará factura pero lo que sí se puede asegurar es que su colosal fuerza e inteligencia en esta feria valen más que cien conquistas.

Con el segundo nombre tenemos a Tito Sandoval para realizar el toreo a caballo más preciosita que se pueda imaginar. Se deja ver. Se pavonea. Maneja las riendas sin extraños. Llama; cita de frente; pasa; llama de nuevo; mueve la cabalgadura como si el jamelgo se tratara de un Pegaso alado; se arranca en provocación; desliza la vara; y coloca en sitio certero. Tanta exactitud y mérito fueron tan colosales como sus esperas caballerosas cuando era necesario que el animal regresara al peto y no tocarle cuando no se debía. Aquí empezó la intensidad a romper los corazones, porque no había pase que no se colocara con exactitud; no hubo capotazos; nadie se descolocó.

Las trascendentales tareas de brega eran sublimabas por Marco Galán que con suavidad de algodones echaba delicias al imponente animal para fijarlo, colocaba con majestuosidad el velo abierto a ras de tierra, giraba levemente la seda para que, sin ninguna ruptura del alado movimiento, el animal quedaba dispuesto. Hasta establecía la lidia a cuerpo limpio. Y jamás le rozó. Tal prodigio de originalidad, mesura y temple es digno de enorme admiración. Tanta como las que se merecen las gallardías de David Adalid y Fernando Sánchez que con sus personales estilos cautivaron por su elegancia, poderío y destreza. El primero, en el toreo de frente con compostura clásica, llamando con el cuerpo, andando donoso, dejando impetuoso; y el segundo, componiendo el paso de los corceles, en acompasado ritmo de piernas y palos, en su graciosa vistosidad, en apurar al máximo, en colocar al quiebro para salir altivo y en silencio.  

Surgió la magia. En la plaza no cabía más torería. Ni más orgullo de ser torero. Ni más afición. Y lo que tiene la magia y la torería cuando surge es que no se habla de otra cosa. Fernando Robleño y Luis Bolívar posiblemente también querrían haber estado en la lista de los hombres victoriosos y, sin embargo, fuera se quedaron. Dejémoslo así. Así, en lo más hermoso, en lo más profundo del alma. 

sábado, 1 de junio de 2013

Crónica. Feria de San Isidro 2013

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo segundo festejo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 31 de mayo de 2013
Toros de Samuel Flores para los diestros Antón Cortés, Pérez Mota (que confirmó alternativa) y Rubén Pinar

¡Que no estamos receptivos!

Por Paz Domingo

Oiga, ¡que no estamos receptivos! ¡Que no! A ver si se enteran de una vez. Que no estamos por perder el tiempo, la afición y la salud con estos espectáculos asquerosos que ustedes preparan para mayor desastre de la fiesta. Que no queremos esta ganadería repleta de mansedumbre que juega a los experimentos selectivos en los que se deforma el tipo, se potencia la cornamenta de los cérvidos y se descasta la esencia por criterios de advenedizos, manipuladores y que encajan en la alta sociedad a la que le importa un bledo la autenticidad. Que no estamos dispuestos a justificar su fechoría porque unos toreros necesitados de sitio en el escalafón se jueguen el tipo delante de esos morlacos, aunque lo hagan con la mayor sinceridad. Que no aprobamos a tantos veterinarios, presidentes, empresarios y demás gurús de la posmoderna economía de mercado taurino que nos meten de matute esta basura. Que este cortejo con traje de seda y cola de pavo real no nos interesa. Que se enteren.

La cuestión es desmoralizante. Tanto como las pocas ganas en detallarla y más después de salir por los chiqueros el día anterior toros de materia precisa, única y verdadera en el valor universal de la fiesta. Era deplorable ver como se sucedían bueyes bajos de agujas, que topaban en terrenos de mansedumbre y berreaban en las contra querencias, que corrían como alocados ñus, que cortaban la atmósfera –incluso más que el frío viento-, que exhibían cuernos como alces rústicos, de esos que son muy bonitos para cortarles la cabeza y después ponerla en los museísticos salones de la finca del propio ganadero. El más impresentable de todos fue devuelto, sencillamente porque se necesitaba devolver algo de tanta chatarrería. Y salió un sobrero de Aurelio Hernando, un toro veragüeño con pelo en pecho, con capa hermosa, con seriedad, con los años cumplidos y con artrosis por falta de ejercicio. Gracias a que tenía ímpetu, cierta casta y difícil nobleza -la cual también se fue apagando- se impuso la ruptura y con ella la posibilidad de creer en la primera regla sustentada en la credibilidad que rige este espectáculo.        


En los primeros lances de muleta que Rubén Pinar retrasaba, aunque se colocaba cerca del sitio, el toro de capa antigua le empaló por la pierna, derribó al diestro y ambos quedaron en un duelo, cara a cara, en lucha angustiosa. Salieron del combate con pelo y traje rebozados en sangre, concluyendo la pelea por parte de los dos oponentes en parones que imponían el torero con su encimismo y el toro con su temperamento desorientado. Y esto fue lo más destacado de la tarde. Atrás quedaba Pérez Mota, un diestro que necesita curtirse en la brega pero que dejó algunos derechazos buenos y una elegancia para no descomponerse en tan traicionera encerrona. No tan cortés estuvo el diestro de homónima definición, porque no encajó las pitadas merecidas por tan infortunada actuación que consistió en confirmar y matonear, es decir, asesinar a traición a sus dos bichos con sendas cuchilladas. Demasiado discreto fue el respetable con este artista del pellizco puntual, además de muy agradecido a Mota y Pinar. Respecto al ganadero, mejor ni recordarlo.    

viernes, 31 de mayo de 2013

Crónica. Vigésimo primer festejo. Feria de San Isidro 2013

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo primer festejo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 30 de mayo de 2013
Toros de Adolfo Martín para los diestros Antonio Ferrera, Javier Castaño y Alberto Aguilar (que sustituía a Iván Fandiño)

Ya llegaron los toros

Ya llegaron los toros pero no se ataron todos los cabos. La corrida de Adolfo Martín fue en presentación una de las mejores que se recuerdan; en entretenimiento, una de las más completas; en expectación, tan esperadísima como en idénticas pasadas ediciones monocromas y fallidas; y en contradicciones, tan gratificante porque propone diversidad de juicios. Esta vez había toros muy parejos en caracteres y de parecida materia: casta sin rotundidad, enfrentamiento complicado, empuje discreto bajo los petos, con poder, mucha credibilidad y respeto que llegaron al último tercio mostrando una dureza tan reservona como aplomada, tan peligrosa como difícil, quizá ciertamente alejada de lo que es la esencia albaserrada por parte de madre y de saltillo por parte de padre. Y esta vez había toreros que les podían andar por derecho, siendo Javier Castaño y su cuadrilla los más claros exponentes de esta soberbia pelea catalogada a la antigua.  

Sucedió en el sexto ejemplar que cerraba la larga tarde torera después de dos horas de intensidad, cuando la luz tibia del atardecer ponía luces tornasoladas. El turno de lidia se había alterado en el quinto porque Javier Castaño había recibido una sutura de emergencia en su mano derecha y salió de la enfermería dispuesto a poner en lo más alto la maestría en el arte de lidiar toros. La cuadrilla con él. El toro acompañaba con aire de estampa añeja, con genio y defensas que se vuelven hacia los lomos, con el mismo color del cielo anochecido. El varilarguero toreaba a caballo, citando con la pica en alto, llamando de frente con desenvoltura. Protestó el veleto animal en el primer encuentro con el peto pero no se resistió a dos más porque el reclamo estaba bien colocado y la pelea bien medida. Los subalternos bregaban con temple y dejaban verse altivos en el cuerpo a cuerpo de las banderillas. ¡Qué hermoso es el toreo de frente!, el acercamiento gallardo; el miedo controlado; la exposición verdadera; el cite ponderado; el encuentro ganado; la fuerza vaciada; la retirada tranquila, la suerte bien hecha. Así fue tres veces.

Faltaba ponerle la muleta al cárdeno que alzaba su trapío desafiante. Fue a su encuentro Castaño. En los primeros lances iba desgajando uno a uno sucesivos naturales sacados a fuerza de poder, desafío y peligroso sitio. No se afligían ni uno ni otro. El animal irrumpía en desaires violentos que rebañaban la silueta del otro cuerpo cuando lo sentía cerca. El torero le esperaba sin rectificar. Ponía el engaño de nuevo perseverando, y aguantando, sin que los gañafones le quitaran del sitio. Era cuestión de poder. De poder a poder. De Castaño a Marinerito. De poder con el cuerpo cuando el miedo tambalea las piernas. De poder con la cabeza cuando se hace imposible controlar el instinto. De poder aguantar el aliento en el estómago. De poder tener alma torera.

Castaño, el torero descomunal de enfrentamientos verdaderos, lo había hecho todo salvo dar muerte a la primera. Salió vivo de la suerte después de pinchar y de que le esperaba Marinerito con la lección aprendida y la cabeza altiva. Se apagaron los aires triunfalistas. No hubo oreja a una faena que en sí misma vale más que cien conquistas. Posiblemente a muchos les importe esta circunstancia tanto como a los pulcros presidentes que miden los trofeos según sus propias apetencias pero el caso es que Castaño disparó la valentía a cotas de grandeza y dio la vuelta al ruedo como general que pasa revista a su tropa.

El trofeo se lo había llevado Antonio Ferrera en su segunda actuación. El otro momento de la tarde. Más bien podría definirse como el momentazo porque no se había visto jamás unos tercios de tan larga duración en las crónicas pasadas (al menos en mi experiencia). Pueden echarle quince minutos en el primer tercio, más de veinte para el segundo y otro tanto para el resto. La cosa fue como sigue. El toro estaba bien presentado, también veleto, cornivuelto y de testuz acarnerada. Algo flojo parecía. Capoteó Ferrera airosamente, muy fresco y sin conceder terrenos rematando con media buena, arrollada y enroscada a su figura. Llevó al ejemplar galleando con mucha teatralidad agachando el cuerpo y arrastrando cuidadosamente el capote en forma de cebo en las pezuñas bovinas. Se arrancó. Le hundieron la vara en la columna vertebral. Derribó. El susto que se llevó el jinete provocó que Ferrera se empeñara en hacer las cosas como debían ser (él mejor que nadie sabe cómo hay que hacerlo, entre otras cosas porque lleva muchas corridas a sus espaldas con animales de esta temida naturaleza). Entendió bien las apetencias del público, tanto como el control de la situación. Daba órdenes de colocación al desorientado jinete que desobedecía sistemáticamente una y otra vez. No quería ni oír al maestro de lidia, ni llamar al toro cornivuelto, ni levantar la vara, ni hacer nada. Mientras Ferrera daba chicuelinas o galleaba vistoso. Tardó el toro en llegar de nuevo al segundo encuentro del peto y, cuando lo alcanzó, el caballero picó en el aire, atrapó en la carioca y aprovechó para rebañar un poquito.

Se descubrió Ferrera con arte para la representación dramática. Cogió palos y capote. Fue al centro del ruedo. Colocó la seda a modo de don Tancredo, o de tienda de campaña, como prefieran. Se dejaba ver. Se paseaba. El tiempo corría. Los minutos se alargaban. Se preparaba. Ponía garapullos. Jugaba a movimientos sensuales de cadera en la cara del toro y dejó, después de larguísimas pausas, un par al quiebro por los adentros bastante meritorio en ejecución, todo sea dicho. Los corazones empezaron a acelerarse tras dos tandas -más o menos ligadas y más o menos realizadas-. Nos enseñó la preferencia por los terrenos centrales que tenía el ejemplar de Adolfo Martín. Luego, le dio por el parón, por echarse encima y dejar una estocada en lo alto. La oreja cayó del lado de Ferrera, menos rústico que de costumbre y al que descubrimos facultades para la escena.  

Recurrió también a los tiempos muertos en la lidia del soberbio toro–recibido con aplausos- al que correspondió abrir plaza. Desaprovechó el pitón potable y los primeros instantes de recorrido para terminar ambos parados y escondidos en la puerta de chiqueros. Dejó una estocada desprendida y pedía con frenéticos espasmos la oreja que no concedieron. Uno saludó desde el tercio mientras el otro se fue en el arrastre sin que le hubieran aguantado lo que merecía.

La complicación del comportamiento del ganado dejó fuera de la escena a Alberto Aguilar que no pudo revalidar su heroísmo del pasado domingo. En su primera intervención retrasó la muleta, desaprovechó el lado bueno cuando el toro estaba dulzón, y ambos terminaron ensimismados, achicados y parados. Después, en el que hizo quinto en el orden de salida, se arrugó tanto en el intento de faena como se había desorientado la cuadrilla en los quehaceres de la lidia, circunstancia que permitió al animal enterarse, espabilarse y crecerse. Pasaron muchos apuros los subalternos en banderillas, obligados a poner una a una. Los mismos aprietos padeció el joven diestro que comprobó de buena mano que estos toros tienen mucha retranca cuando uno se descubre a la primera oportunidad. El toro no parecía tener tanta mandanga, como tampoco se podía creer que Aguilar no fuera capaz de hacer frente a la papeleta después de saber de su gran arrojo torero. Pero así quedó la cosa: en tablas.

Entre medias existió la fabulosa lidia al segundo de la tarde por la cuadrilla de Castaño, el más completo equipo en torería de cuantos circulan por el orbe de la tauromaquia. Le sacaron todo lo que pudieron de bueno, el más terciado, abanto y protestado -por flojo- de la tarde. Las cosas se le pusieron muy difíciles al diestro que sorteaba  gañafones directos al cuerpo en forma de ganchos pugilísticos. A pesar del riesgo que le puso no caló en los tendidos. Salió de la peligrosa aventura con un puntazo en la palma de la mano que descompuso mucho la colocación del estoque y que, después, le arrebató el triunfo pleno cuando la luz tibia del atardecer ponía luces tornasoladas.

Una vez más la corrida de Adolfo Martín tiene su polémica porque el círculo sigue sin completarse y el juego de los toros no convence con plenitud, pero ahora el guión era más apasionado, la interpretación protagonista más creíble y el desenlace, en definitiva, resultó poderoso. 

jueves, 30 de mayo de 2013

Crónica. Vigésimo festejo de San Isidro 2013

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo festejo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 29 de mayo de 2013
Anunciada la ganadería de Jandilla y remendada con dos de Las Ramblas y un sobrero de El Torreón para los diestros El Fandi, Daniel Luque y Jiménez Fortes.

Cualquier cosa

A cualquier cosa le llaman toro. Seis sucedáneos marcados con tres hierros diferentes nos dieron de propina en este día también estampado para la decadente fiesta que se ha montado sin vergüenza torera. Seis bovinos de asco de los que cotizan con altos impuestos; de los que alimentan con pienso vitaminado; de los que protegen sus defensas para lucir pitones resquebrajados como mondaduras de plátanos; de los educados en buenos colegios pero resultan ser batracios en resultados; de los que se quedan molidos antes de recibir la muerte; de los que dan coces en vez de embestir; de los que hacen aborrecer hasta las inquietudes más ingenuas.

A cualquier cosa llaman tauromaquia. Tres ejemplos: un tratado desmedido y dos estudios aún no impresos. El primero corresponde  al compendio taurómaco de este torero especialista en movimientos alegres llamado El Fandi, el mismo que exhibe sus reglas enciclopédicas de carreras hacia atrás para convertirlas en un epítome insoportable por pésimo. Hasta fracasaron sus facilidades porque allí dejó su impronta fallida que enredaba con tiros a puerta a la chilena, sus regates citando con “sálvese la parte”, con retóricas a balón pasado. Atrás, cita. A la zaga, reclama. A la cola, quiebra. A las espaldas, corre parando el golpetazo. Esto es en resumen, el tratado taurómaco del diestro de maneras disparatadas que al primer animal moribundo le endosó desatinos de ninguna enjundia, aunque pueda haber alguien que sea capaz de tragarse con beneplácito esta antología cantaora. Satisfecho no parecía El Fandi. El cuarto producto de alquimia bovina, -harto de tantas correrías y crudo en el caballo-, se dejó (como dicen ahora) que le asaran como las doradas “a la espalda” que, como se sabe, cuecen emparedadas en sal gorda. El diestro le endilgó garapullos con regates al envés, bastonazos en el destoreo de rodillas, palmaditas a la grupa, arrebatos rústicos con el estoque de mentira en forma de bofetadas y bajonazo al estilo del regate que ha hecho famoso a El Fandi. Si llega a dejar el estoque como las banderillas -en la extraordinaria facultad de llamar, correr, poner y frenar dando los cuartos traseros al sucedáneo ejemplar- sale encumbrado a mayor gloria de lo que fue Paquiro.

En el segundo ejemplo se puede considerar la mala racha de Daniel Luque que no le salen las cosas rodadas y no puede mostrar al mundo de lo que lleva dentro. Tres tardes completas. Seis faenas de nada. Muy rotundo en el adorno periférico; muy templado en la estética; muy hábil en las tareas de primeros auxilios al sobrero de El Torreón a pesar de que no llegara, una vez más, su arte basado fundamentalmente en el terreno distante. Dejó el diestro una estocada caída, tras dos pinchazos, que provocó derrame y en su segunda actuación -a un animal de la misma raza- entró al descabello sin haber dejado el acero. Después, daba Luque puñetazos a las tablas manifestando su contrariedad por tanto infortunio cuando debía estar agradecido que no le hayan corrido a gorrazos después de tanto empeño por esa disertación en oblicuo que demuestra y por lo el toreo bueno que se guarda.

En el tercer recorrido universal está Jiménez Fortes. Bueno está, también, bien colocado en la cartelera de sesión doble porque lo que es delante de lo que hay que estar parece un torerillo que no sabe de cargar la suerte. Con su pierna atrás, como un figurín que llama en las distancias, pierde los engaños y se tira de cabeza al arrimón con juegos pendulares.

Y llovió. Hizo mucho frío. Y los tendidos se despoblaron aprovechando la excusa de la llovizna que calaba en el desánimo. Allí se quedaban los empresarios escondidos y los hombres de discurso políticamente correcto tapando la verdad inconfesable. De allí se fueron a casita los aficionados como alma que lleva el diablo. No se extrañen. Sus cuerpos molidos no están por la insoportable paliza diaria y tienen apetencia de cualquier cosa, menos de esto. 

martes, 28 de mayo de 2013

Crónica. Decimoctavo festejo. Feria de San Isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. Lunes, 27 de mayo de 2013.
Novillos de Carmen Segovia para Tomás Campos, Curro de la Casa y Sebastián Ritter. Decimoctavo festejo de la Feria de San Isidro 2013.

El oficio para matar toros de lidia

Por Paz Domingo
Hoy se habla del arrimón tan formidable que protagonizó el novillero colombiano Sebastián Ritter al final de la tarde, precisamente cuando todo estaba dicho y los titulares estaban dispuestos. El animal de mansedumbre y descastamiento a lo grande posiblemente no ofrecía más lucimiento que el desafío cuando uno es aspirante a torero de alternativa, además de nuevo en la plaza. Nada sorprendente, salvo la manera en que el novillero realizó la provocación de incitar la inútil embestida del animal tocándole con sus piernas y estómago. Resultó poderoso Ritter, sin enmendarse, sin retroceder, sin afligirse por la mala suerte al intentar la lucha con un mulo de tan alta consideración.

Los aficionados estaban pendientes del joven. Algunos porque ya han visto algún detalle prometedor en sus maneras y otros porque saben que Corbacho es su director artístico. Y es que este apoderado tiene un currículo avalado por los descubrimientos de José Tomás y Alejandro Talavante, además de concebir y trasportar a sus pupilos una manera alejada de la heterodoxia de la escuela tradicional y que él entiende desde la técnica, la inspiración y el misticismo.

Transmitía Ritter. En su manera elegante en el manejo del capote que movía despacioso, ambicioso, variado y bueno. Andaba seguro dejando naturalidad en sus movimientos. No perdió la compostura aún cuando los dos novillos que le tocaron en suerte eran dos regalitos vacíos de contenido. Y hasta pareció humano cuando se equivocó en su primera actuación porque arrastró al animal a terrenos alejados de sus apetencias descastadas. Dejó las mejores estocadas, si es que se puede decir que fueron medianamente aceptables después de ver las que propinaron sus compañeros de terna en el desconocimiento de los tres tiempos de la suerte suprema, la técnica para ejecutarla y el lugar donde colocarla. Y es suprema, entre otras verdades, por ser la dispuesta para este oficio: matar toros de lidia a estoque.

A Curro de la Casa, también nuevo, desaprovechó los dos ejemplares que tenían algo de beneficio. El primero con una nobleza desnaturalizada y el segundo porque presentó más poder en la muleta. Con uno se limitaba a acompañar y con el otro a evidenciar que no pudo aguantarle ni matarle, pues dejó varias estocadas en los costillares y se libró en el último segundo de la vergüenza de la devolución a los corrales. Aún así, a pesar del sufrimiento, tiene cuerpo para recomponer las buenas maneras. Tomás Campos pasó casi idénticos apuros pues alguien le ha enseñado a acomodar figura y toreo de salón pero nadie le ha contado cómo se maneja el arma mortal y desdibujó dos faenas similares a un manso convencido y a un animal que tenía algo de credibilidad por sus hechuras de toro.

Respecto a la ganadería de Carmen Segovia no me queda más que lamentar el mal estado en que se encuentra, posiblemente por este afán muy común de acomodar temperamentos con posibilidades. Y eso, que el pasado domingo remendó la corrida de Fermín Bohórquez con un toro encastado y que en la mala suerte casi ni se vio. La confusión de la granizada unida a la insustancial faena de Juan Bautista se llevaron el interesante juego del ejemplar por delante.

Hoy también me acordaba de la afición de Sebastián Miranda cuando largaba su entusiasmo sobre las novilladas. Decía el escultor asturiano que siempre se puede descubrir a una figura de interés. Por supuesto, a él le había ido de perlas, al encontrase a la primera de cambio con Juan Belmonte, con una figura máxima del arte torero en el día de su presentación en Madrid. Nosotros tendremos que esperar a otra; o conformarnos con esta planicie en el panorama de aspirantes a la torería; o rezar para que la ilusión de estos jóvenes no se estrelle contra el muro del estamento ganadero y empresarial. 

Feria de San Isidro 2013

Reflexiones sobre un desigual 
fin de semana taurino

Siento una gran admiración por todos los hombres y mujeres que han decidido hacer frente al oficio de matar toros de lidia. Este arrojo poco cotidiano radica en el valor para superar el miedo y en la inteligencia para convertirlo en maestría. Sin lo uno ni lo otro tiene sentido la seducción que desarrolla esta actividad tan singular llamada tauromaquia. Admirable puede llegar a ser este enfrentamiento y aún se queda corto si se tiene en cuenta la grandeza que reside en la crianza de toros de lidia establecida en la práctica de dotar a estos animales de fuerza, resistencia al sometimiento y hermosura.

Este misterio de la vida se da y se mantiene a modo de milagro. Son escasas las manifestaciones verdaderas y completas que condensan en un instante la capacidad extraordinaria de trasladar el dominio de un animal poderoso a la excelsitud del arte. Tan extraños son, tan difíciles pueden llegar a ser, que hasta se ha hecho necesario recrear un mundo paralelo donde el enfrentamiento escasamente creíble ha pasado a ser colosal por imperativo urgente ya que este presente desdibujado en la esencia tiene pocas posibilidades de futuro. Es decir, que termina por ser grotesco si no ofrece el convencimiento de su grandeza. Esta reflexión carece de optimismo para casi todos los personajes involucrados en este actual mundo de toros, al mismo tiempo que preocupa a los que ven derrumbarse su afición y sus ganas de desarrollarla.

La tristeza, la desmotivación y la incertidumbre que intranquilizan a los aficionados no tiene su causa principal en el estado comatoso en que se encuentra la credibilidad del espectáculo taurino, incluso tampoco por el cobarde ímpetu de los responsables sociales y políticos dedicados a la explotación interesada de sí mismos. Aunque todo suma. Pero, no lo crean. No es pesimismo. No es venganza. No es resentimiento. Es, sencillamente, una cuestión de saber que todo se acaba, que acabamos engullidos por la idiocia más perniciosa de cuantas son imaginables.

Esto viene al caso porque en el trascurso de este pasado fin de semana ferial se ha podido constatar qué peligrosa amenaza define nuestro destino. El viernes, en el día de la resurrección de Alejandro Talavante, la masa se convirtió en hueste. Un ejército entrenado en la ponderación de su autoestima, arrojado a la catarsis por estímulos mediáticos, transfigurado en populista benefactor, amparado en soberbia irascible, exaltado en su vanidad y reivindicado en su fuerza irracional provocó un espectáculo turbador por peligrosísimo que hasta sorprendió a los ideólogos de tan deformada doctrina moderna. Pues bien, el infernal batallón vino a confirmar que daba igual cuál fuera la verdad en la arena porque lo que valía era la imposición mayoritaria que excluye a la minoritaria por molesta, exige su propio triunfalismo, obliga a la sumisión incondicional, no atiende a las riendas programadas y provoca el pánico resguardándose en la fuerza bruta. Los viejos en el lugar han visto muchas manifestaciones contrarias a la lógica. No sorprende que se desate un estado pasional espontáneamente, ni mucho menos que se promueva desde el mismo estamento taurino, pero lo que nos ha dejado el alma en vilo es que la masa informe se ha convertido en horda y, por tanto, ha traspasado la legitimidad de los números para ser orgía de saqueo.

Los protagonistas y amigos múltiples de tan divertidos juegos florales aseguraban muy ufanos que había que darle al César lo que le pertenece. A saber: tener exenciones por ser patricio, organizar las luchas de gladiadores, dirigir legiones y practicar la conquista, desvirtuar el Senado romano, cruzar el Rubicón, cortejar a Cleopatra, no cuestionar la improductividad del generalato y atesorar auctoritas por los siglos de los siglos. Todos estos intérpretes piden respeto porque aseguran que los toreros “se juegan la vida”. ¡Como si no fuera verdad que unos más que otros! ¡Como si los bomberos, marineros, mineros, pescadores de alta mar, astronautas… no se la jugaran! ¡Como si los perros se ataran con longaniza! No frivolicemos, por favor. Que el primer error es hacer creer a la multitud ignorante que la responsabilidad y el riesgo para un torero es el divertimento de una tarde de paseo. Ustedes son los culpables de este topicazo que no hace sino ahondar en la insustancialidad y no reconoce con justicia la grandeza y la tragedia de la fiesta. Y así nos va.

Les reto a la travesura de la metáfora. Observen quienes ponderan tanto riesgo. Escuchen a estos desinteresados interlocutores. Piensen si saben de qué va el asunto. Pregunten el motivo de tal manifestación. Porque es probable que encuentren coincidencias entre quienes aseveran y entre quienes no saben de verdad lo que es jugarse la vida, incluso en el mejor de los casos, ya olvidaron de qué va esto. Y esta alegoría es amplia. Sirve para un roto y un descosido, tanto para cubrir la plaza con artilugios insalubres como para permitir el fraude en las esencias auténticas de un toro de lidia.

El domingo llegó Alberto Aguilar y se hizo el toreo, por supuesto poniendo juego verdadero aun a riesgo de su vida. No había toros que “se dejasen dar un pase”. Ni hordas desatadas porque salieron encauzadas por la tronera como almas que lleva el diablo. No hubo corona de laurel para el vencedor de la lucha. Pero quedó el honor, la entrega, el conocimiento, el mando y la resignación para el centurión Aguilar y de paso para la cohorte de aficionados que reconocemos a un gran general y sabemos de qué va la guerra.