Por Paz Domingo
Aquí pasa algo raro. Es todo tan
mediático, que por mucho que se jure que no es de plástico no hay quién pueda
creerlo. Por ejemplo los toros que salen como toros en esta temporada tan
renovadora por la puerta de chiqueros de la plaza de Madrid, esa que los cursis
afectados reconocen como la cátedra del toreo con mayúsculas, no son toros. Que
no los hemos visto, y eso que llevamos ya pasado la mitad del abono de feria.
Lo único mencionable fueron dos toros de La Quinta el primer día del ciclo y
los novillos de El Montecillo que fueron más toros de tipo y carácter que
cualquier ejemplar de este subgénero que está desfilando todos los días.
Así salieron ayer, y anteayer, y anteayer
de anteayer. Novillos por toros, tan afectados por una blandura
congénita que cualquier apretón con la puya los descoyunta con alevosía y tan
dóciles a los engaños que dan ganas de elogiar tanta maestría selectiva y
ganadera. El escándalo que puede ser estratosférico se queda en considerable
porque los aficionados se desgañitan una y otra vez pero la autoridad
competente no hace nada para enviarlos al olvido de los corrales. Lo más
extraño es que parecen todos estos toritos clónicos, clónicos,
independientemente de la edad –pues las hay de todos los escalas posibles-; de las
ganaderías en liza –aunque predomine la que todos saben-; de las selecciones y características
de estirpes bovinas –ya que salen con caritas de buenos novillotes imberbes-;
incluso de los comportamientos mansurrones y escurridizos, aburridos e
insulsos, desesperantes y predecibles.
Esta circunstancia está aireando el
verdadero drama de la fiesta, y que no es otro que la evidencia que necesitamos
animales resistentes al sometimiento, pero también se está tapando con algunos
hechos tan puntuales como escasos y cortos de motivación. Por ejemplo, vemos a
toreros con clase sobrada para la excelsitud del toreo sin recursos para manejar
o superar esta situación en el triunfo fácil como son Curro Díaz, David Mora,
Paco Ureña, Roca Rey, Diego Urdiales, Morenito de Aranda… Y si algo se ha
remediado ha sido por asuntos puntuales como la genialidad de un Talavante
inspirado a ratos, la sorpresa y esperanza en el clasicismo de Ginés Marín y
algunos toros que se cuelan entre tanto remanente y se transfiguran o bien en pavos de categoría (como el sexto de
Perera), o bien en nobilísimas ánimas.
Y con todos estos hechos consumados no
cabe otra cosa que decir que el nuevo veedor de la moderna empresa tiene
fijación por este molde aséptico que selecciona en las dehesas del orbe taurino.
Creerá que está habiendo muy bien su trabajo de selección –tan pareja como acomodada-
pero en realidad lo que hace es un flaco favor a esta fiesta que más que nunca
necesita de credibilidad pues la componenda de tipos y caracteres empequeñecen
cualquier sueño de esplendor en el espectáculo en general y en la feria de
Madrid en particular.
Muy pocos hombres y mujeres afines a esta
fiesta saben que los veedores –de plazas y de toreros- cobran entre un cinco y
un diez por ciento por las corridas que se lidian, es decir, un canon
institucional que carece de control fiscal y de responsabilidad moral.
Y así nos va. Allá ellos y desventurados
de nosotros.