Belleza, crisis y cultura según Apolo
Caza, dinero y oportunidad según Artemisa
Cuando el mundo se conmovía con el rescate de treinta y tres mineros desde las profundidades del desierto de Atacama; cuando se asistía a “una lección de vida para la humanidad entera” como lo ha definido el escritor chileno Rivera Letelier; cuando el empeño por el salvamento imposible se traducía en esfuerzo, posibilidad y éxito, siete diestros y dos ganaderos arrancaban una promesa al ministro de Interior de “iniciar en un corto plazo de tiempo” la transferencia de las competencias de los toros a Cultura, “una vieja reivindicación”, según estos protagonistas de la liturgia torera y del salvamento propio.
Cuando la mano de tecnología punta extraía luz desde los abismos sureños, la belleza rutilante de Apolo se alargaba por pasillos ministeriales con sus alegaciones taurinas. A ritmo del reclamo publicitario “porque yo lo valgo”, quieren -los tan habilidosos prototipos de la más alta jerarquía del estamento en cuestión- que la esencia de la hermosura de Apolo se sustancie en que los imagineros esculpan tallas de estas contadas figuras a semejanza del multifacético dios griego del sol, la belleza y las artes -entre otras analogías- porque se trata de una deidad genuinamente atrayente. Y porque lo valen, porque son artistas, quieren que el mundo adore su refinada planta simplemente porque dicen pertenecer por erudición, sabiduría, ilustración y formación a las exclusividades del Olimpo cultural.
Apolo ya no es el dios seductor que era. Está perdido para la causa. Ahora se presenta como arrebatador, juega a la bolsa, a la estrategia política aprovechando la ignorante coyuntura social y política. Listo como él solo, como ustedes pueden comprobar. Se cree todopoderoso, sibilino en Delfos y así se sigue vendiendo. El dios inspirado se dedica en cuerpo y alma -en exclusividad en definitiva- a efectistas posturitas propagandísticas y a comunicados de prensa, a salvar el culo para la posteridad, a saquear a los fieles, a cerrar el santuario, a convertir el sacrificio en la atracción de un parque temático, a pagar menos impuestos para obtener más beneficios, a reclamar la subvención para la vida venidera, circunstancias que no le crean un conflicto en sus intangibles entrañas, pues suple su despropósito con entregado taconeo artístico y que, por tanto, se siente llamado a reivindicar este elevado mundo no apto para tontos terrenales de remate, para estos mismos feligreses que esperan un milagro y que llenan los cepillos del templo con su devota insistencia.
Es muy paradójico, también lo más recurrente para estas figuras apolíneas, que el dios griego tiene a su cargo la representación de las cualidades de la belleza y del arte, pero también es el patrón y defensor de rebaños y manadas, faceta no tan conocida por los piadosos evidentemente. A estos virtuosos del arte taurómaco la condición guapa, los modales sin compromisos, su exquisita complicidad les ha puesto en lo más alto de los montes sagrados sin arriesgar un ápice en la batalla que escenifican con animales domésticos, -que no fieras como antaño-, deviniendo los quehaceres propios de reyes en abnegadas faenas de pastores. Tiene gracia, porque son incapaces de reconocer esta certeza, aunque la promueven y la publicitan con exquisito empeño especulador.
Los sumos sacerdotes del dios Apolo han hecho de esta deslealtad un dogma, una estafa sin disimulo, un descrédito de esta Fiesta a la que dicen defender con capa y espada; han conducido al abismo la singularidad que define a este espectáculo; han convertido en pornografía su verdad única; han hundido la pasión torera en el aburrimiento; han arruinado la casta y la bravura infectando con bonos basura borreguiles las dehesas y los ruedos universales; han pervertido el espíritu de la crianza del toro de lidia; han consentido y auspiciado el fraude, y de paso han promovido la imposibilidad de perseguirlo; han reventando cualquier regeneración de su oficio, el más hermoso de cuantos pueda desarrollar el ser humano (o divino); han echado de las plazas a los aficionados que les daba por exigir; y por supuesto se han montado en el negocio del siglo. Ahora buscan la rendición total a sus pies, a su cuerpo hercúleo, a su gracia innata. Pretenden revender los bonos basura, pagar menos en impuestos, y esperar rescates financieros de aquí y de allá. Y puede ser que lo consigan. El mal absoluto empieza a trascender desde las certezas del destino, pues no se conoce a nadie que ame desinteresadamente el mundo de los toros y admita al mismo tiempo este incestuoso cambalache que se llevaría por delante los ya mínimos resortes de control, regulación, vigilancia e integridad para ganar en maquillaje de bambalinas.
Entre viejas reivindicaciones para que el organismo ministerial más adecuado a las condiciones taurómacas sea el de Cultura, entre perfumes exclusivos y trajes caros Apolo se reencontró con Artemisa, su hermana gemela para más señas. Almas divinas que ahora vuelven a palpitar unidas a un mismo cordón umbilical y a la misma condición poderosa. La diosa sabe cazar, y sabe un rato, por supuesto. Tanto, que los dioses del Olimpo han visto como los mortales taurófilos ya no confían en la protección divina todopoderosa auspiciada por Zeus, pues ya están escarmentados después de aguantar muchos desaires y alguna licencia impropia de divinidades, y han encomendado la espera a la diosa de mejor perspectiva, de mayor expectativa. La presa es muy jugosa. Cotiza y mucho. Será ofrendada para su inmolación, en el fuego purificador para que se limpie su olor a rancio. Artemisa contribuirá con menos manjares al banquete celestial y para el sacrificio vale con un toro al que nadie mandará al corral por sospechas en sus cornamentas. Los dioses seguirán jugando con la suerte de los mortales, que para eso son dioses ¡qué caramba! La oportunidad está. La diosa se apunta el tanto y el toro.
De felino a gato, de toro a carnero, de dios a figurante. El hermoso Apolo, prototipo de la capacidad de riesgo en sus artes adivinatorias, de su instinto para hacer sublime la esencia de la hermosura, de tener la dimensión colosal capaz de provocar atracción, que sedujo por igual a musas y a labriegos, al arte y al perecedero mundo, aquél hermoso Apolo es ahora un fachendoso personaje que confunde la pureza con el manoseo obsceno, pero quiere ser artista antes que enfrentarse de frente a la crisis planetaria de los toros y abordar un plan de rescate (para la Fiesta se entiende). El narcisismo no encontró límites para los sumos sacerdotes de la liturgia torera. La lira suena desafinada. Las divinidades y las ninfas ya no cantan. El monte Parnaso es un espacio desvirtuado y hambriento de gloria. Las dulces aguas que brotaban de la fuente están podridas provocando con sus vertidos tóxicos la imposibilidad de regeneración de la vida en las hermosas dehesas. La pira purificadora se enciende, comienza su rápida consumación.
La curación es quizá posible. No así. Así, es irrealizable con esta pantomima asquerosa. El restablecimiento de la condición indiscutible de la Fiesta de los toros debe sustentarse en la autenticidad del toro de lidia, la integridad del espectáculo, la exigencia de su calidad, la persecución del fraude, el reconocimiento de su singularidad, la defensa de la verdad y el compromiso de reivindicarlo, estudiarlo, fomentarlo y desarrollarlo, de alguien o algo que tutele, oblige, vigile y asegure su esencia. Lo demás son correrías de bailarines rumbosos por pasillos ministeriales cortejando a divinidades y vendiéndose barato. Una juerga que nos va a salir muy cara de enmendar, imposible de remontar, evidente como mal absoluto, que destruye nuestra afición, que nos deja en la miseria y descarnada nuestra alma torera. Ya les podía haber dado por tocar las palmas en tablaos de alcurnia artística en vez de hacer compraventa por los despachos. Eso, o ponerse delante de la verdad, afrontarla, pelearla y vencerla. Quieren taconeo y lo tendrán. Descuiden. Entonces será muy tarde para arrepentirse. Pandora abrió la caja de los truenos. Como ustedes, representantes despóticos, no divinos, e ineptos ignoran, una vez abierta ya no se puede cerrar.
¡Vaya vaina! ¡Carajo!
¡Viva Chile, mierda!
Eso es ARTE. Arte puro.
ResponderEliminarUna leccion de verdad para figurillas tramposas que se créen Apolo, pero que solo les interesa el dinero amontonado, burlandose de los aficionados que quitan las gradas definitivamente
Muchisimas gracias de haberme dado el placer de leer un articulo que debriamos distribuir a los "espectadores" tontos que no tienen ninguna aficion,excepto la de aplaudir y pedir orejas, rabos, y indultos, de crabas descastadas débiles.
Un saludo cariñoso de Pedrito