viernes, 9 de abril de 2010

Siempre Joaquín Vidal

Todos los abriles, en su día décimo, los aficionados conspicuos nos sentimos tristes. El genial crítico taurino Joaquín Vidal moría en Madrid. Han pasado tan solo ocho años -y parecen ocho interminables siglos-, los que nos han privado de su presencia, intuición, verbo y soberanía. Son momentos de melancolía. Hoy es un día para un buen recuerdo. Y a los que quieren avivar el espíritu de nuestras almas toreras les ofrezco un texto sobre el cronista de El País que se publicó en el soporte digital http://www.opinionytoros.com/. Entonces Antolín Castro, con gran esfuerzo y bizarro auspicio, congregó a un buen número de textos en el homenaje que realizara para el aniversario del fallecimiento del colosal periodista taurino. Este artículo -que se sucede a continuación- es el que entonces se publicó y el que hoy les ofrezco.

Ilustre, visible y sobresaliente
Joaquín Vidal

Por Paz Domingo
De la primera crónica de Joaquín Vidal que leí no recuerdo quiénes eran los protagonistas del texto, ni dónde se celebraba el festejo. Sí puedo asegurar que desde entonces comencé la lectura de la prensa diaria por la última página de la sección de Cultura del diario EL PAÍS. Entonces estudiaba periodismo y ya sentía curiosidad por lo que sucedía en el planeta de los toros. Fue en Las Ventas donde oí hablar del maestro por primera vez. En el tendido le reconocían como “el crítico”. El único, claro está. Y Vidal correspondió llamándoles afición conspicua. Una genialidad de las suyas. No perdía la ocasión de seguirle –literaria y taurinamente– por todas las ferias y no dejaba de hacerme preguntas cuando escudriñaba en sus textos. ¿Cómo se tiene la capacidad para amar este espectáculo? ¿Cómo la inteligencia para defenderlo? ¿Cómo la sabiduría para entenderlo? ¿Cómo la integridad para respetarlo? ¿Cómo el humor para desdramatizarlo? ¿Cómo se tienen las palabras precisas? ¿Cómo se escribe sin fisuras? Y ¿cómo se hace todo a la vez? Ahora, en la distancia larga, sé lo que significa Joaquín Vidal. Si mi abuelo me enseñó el respeto a la fiesta y a su liturgia, al maestro le debo la comprensión de este espectáculo en toda su dimensión, de la única manera posible: desde la afición, el lenguaje, la técnica, la estética, las normas, las maneras, la pasión y la independencia. No le conocí personalmente hasta mi incorporación a la redacción de EL PAÍS. Me lo presentó Esteban Barcia, gran amigo suyo y de todos, además de aficionado. Y le dijo: “¿Qué crees que tenemos en común con la niña?”. “Serán los pocos años que tenemos”, respondió irónicamente Joaquín. “Pues que seremos dos en empapelarte el ordenador”, contestó. Y es que Esteban, cuando un torero en concreto (que no diré el nombre) obtenía triunfos sonados en plazas alejadas de los referentes taurinos importantes –evidentemente, no del gusto del cronista–, metía el teletipo en la fotocopiadora, lo ampliaba un trescientos por cien, pegaba pacientemente los trozos dándoles orden, y empapelaba el ordenador de Joaquín al grito de: “¡Va por usted, maestro!”. Vidal participaba en la broma con su inmenso sentido del humor y con carcajadas sonoras. La última vez que hablé con él fue en la habitación del Hospital de la Fundación Jiménez Díaz, a la que había regresado ante el agravamiento de su enfermedad. Le comenté que éramos muchos los que le echábamos de menos, que necesitábamos su vuelta. Con la misma educación de siempre, con la misma cortesía, me respondió: “Se hará lo que se pueda”.
Siempre fiel a sus pensamientos, a su pasión taurina, a la vida, a sus amigos, al periodismo y a la verdad, Joaquín Vidal se marchó. Su compañía fue todo un lujo. Aprendimos con él. Disfrutamos de su presencia, sus charlas, su paciencia ante comentarios taurinos ingenuos e imprecisos. Se mantuvo firme con discreción, integridad e independencia frente a todas las amenazas, que fueron muchas. La campaña infame, cruel y descomunal de que fue objeto, gestada en el taurinismo oficial y pregonada por algunos medios de comunicación, ha sido tan cobarde como miserable. Aún hoy, siguen intentándolo. Seguro que fue feliz alejado de tantas mentiras. Que disfrutó mucho escribiendo de toros. Que dijo lo que sintió y vio. Que le dejaron solo en una época compleja. Pero no se sintió solo. Ni lo estará. La afición conspicua le sigue recordando. Gracias a todos los que guardáis en la memoria como un tesoro al maestro ilustre, visible y sobresaliente Joaquín Vidal.

1 comentario:

  1. Emotivo y sincero recuerdo de uno de los grandes de la literatura taurina reflejada en sus extraordinarias crónicas hechas desde el profundo conocimiento, el respeto, la afición, el rigor, y la ética
    Pgmacias

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