domingo, 11 de mayo de 2025

San Isidro, 2025 / 10 de mayo / Corrida de toros

Moldes pasteleros

Por Paz Domingo

Persiste el lamentable espectáculo que se da en el tercio de varas. Recojo el testigo donde lo dejé ayer, precisamente en Manuel Quinta, miembro de la cuadrilla de Diego Urdiales, que picó al primer toro de la Ganadería de El Pilar, inválido de los cuartos traseros. Lo tuvo fácil Quinta porque esta vez su trabajo no consistió en deslomar, sino en teatralizar la impotencia del animal. Que si el maestro lanza la pica pero cae en el costillar; que si la rectifica y la deja donde puede; que si mala suerte que ha caído en los riñones; que si no aprieto; que si retuerzo para girar, que si tapo la salida al pobre ser engañado; que si…; que si… Pero hasta para ser artista de teatro hay que tener tablas. Y a ese animal destartalado de fuerza lo dejó don Manuel hocicando repetidamente contra el suelo, situación que aprovechó don Diego para exagerar medrosamente delante de aquella caricatura. Empezó el escándalo diario.

La suerte de varas debería pasar a llamarse la suerte del molde pastelero. Esto tiene una explicación. El primer varilarguero va a ciegas. Pero no el segundo, que actuará siempre como él mismo cree que debería haber ensartado al primer ejemplar de la tarde. No tiene en cuenta que es otro animal, supuestamente de condición física y temperamental diferente. No. El maestro del castoreño solo acusa en estos momentos las consignas de la propia cuadrilla que incita a deslomar o pellizcar, según corresponda. Es decir, la tipología del molde donde se van a colocar las masas a cocer queda definida para toda la tarde según las condiciones que demuestre el primer animal en orden de lidia y haya sido interpretado el castigo que va a merecer todo bicho viviente que salga después. Dan igual los matices. La consigna moldeadora prevalece. Así, seguidamente se aventuró en segundo lugar, don Juan Pablo Molina, de la cuadrilla de David Galván, que tomó muchas precauciones cogiendo la vara por la punta, asiéndola con el sobaco, dejándola caer tal cual para encampanar en la pértiga 90 kilos de ser humano y 600 de materia caballar. ¿Tenía miedo a quemarse? Dejó dos pellizcos.

Las formas son muy importantes. Israel de Pedro retomó los apuntes que había dejado su predecesor y maestro del primer tercio y aplicó lo mismo al tercer toro de la tarde. El picador dio algún tropiezo más fuera del morrillo, del toro se entiende, pero sin consecuencias para su honor. Muy habilidoso en las rectificaciones estuvo Puchano en su actuación al cuarto animal de la tarde porque la coronó con muchas y repetidas puñaladas como un martillo de percutir.  

La tarde no remontaba con estos insulsos animales a los que no habían cogido la medida exacta para controlar sus escasas fuerzas y que aburrían con sus desganadas potencias de nobleza. Llegó Manuel Sánchez para perpetrar el simulacro de vara a remanguillé que echó al toro de El Pilar al corral y repitió idéntica e inclasificable actuación al sobrero de Castillo de Huebra.

Pero, ay, siempre hay un roto para un descosido. El sastre resultó ser Agustín Collado que emprendió un golpe con extrema violencia en el costillar del animal de consecuencias incontrolables pues el toro salió cojeando del trance y el maestro preocupado por el escándalo que se montó y la certidumbre que le caería una sonora bronca del maestro que a esas horas soñaba con la segunda oreja que le abriera la Puerta Grande. El presidente cambió de toro. “A ver qué haces Agustín”, le señalaban desde el tendido algunos personajes castizos que aún quedan. Pues bien, lo que hicieron el maestro picador y los demás subalternos fue cogerle al toro segundo sobrero una tirria medrosa sencillamente porque al animal de Villamarta le faltaban unas horas para cumplir los seis años. En fin, un día más de gloria en el desastre del tercio de varas acontecido en el primer coso taurino del mundo.

El resto, brevemente. Urdiales estuvo porfiadamente medroso. Sin remedio y voluntad. David Galán merece verle torear porque demuestra: que no da trapazos; que tiene clase de gran torero; que está muy inteligente ante la escasez de materia aprovechable para el toreo que le ofrecen; que resuelve bien; que tiene temple; que es muy agradable ver a profesionales que no se empeñan en chapuzas toscas.  Y Víctor Hernández dejó claro que está sobrado de valor, pero necesita mandar en técnica y en ejecución.

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