Moldes pasteleros
Por Paz Domingo
Persiste el lamentable espectáculo que se da en el tercio de
varas. Recojo el testigo donde lo dejé ayer, precisamente
en Manuel Quinta, miembro de la cuadrilla de Diego Urdiales, que picó al primer
toro de la Ganadería de El Pilar, inválido de los cuartos traseros. Lo tuvo fácil
Quinta porque esta vez su trabajo no consistió en deslomar, sino en teatralizar
la impotencia del animal. Que si el maestro lanza la pica pero cae en el
costillar; que si la rectifica y la deja donde puede; que si mala suerte que ha
caído en los riñones; que si no aprieto; que si retuerzo para girar, que si
tapo la salida al pobre ser engañado; que si…; que si… Pero hasta para ser
artista de teatro hay que tener tablas. Y a ese animal destartalado de fuerza
lo dejó don Manuel hocicando repetidamente contra el suelo, situación que
aprovechó don Diego para exagerar medrosamente delante de aquella caricatura. Empezó
el escándalo diario.
La suerte de varas debería pasar a llamarse la suerte del
molde pastelero. Esto tiene una explicación. El primer varilarguero va
a ciegas. Pero no el segundo, que actuará siempre como él mismo cree que
debería haber ensartado al primer ejemplar de la tarde. No tiene en cuenta que
es otro animal, supuestamente de condición física y temperamental diferente. No.
El maestro del castoreño solo acusa en estos momentos las consignas de la propia
cuadrilla que incita a deslomar o pellizcar, según corresponda. Es decir, la
tipología del molde donde se van a colocar las masas a cocer queda definida para
toda la tarde según las condiciones que demuestre el primer animal en orden de
lidia y haya sido interpretado el castigo que va a merecer todo bicho viviente
que salga después. Dan igual los matices. La consigna moldeadora prevalece. Así, seguidamente se aventuró en segundo lugar, don Juan
Pablo Molina, de la cuadrilla de David Galván, que tomó muchas precauciones cogiendo
la vara por la punta, asiéndola con el sobaco, dejándola caer tal cual para encampanar
en la pértiga 90 kilos de ser humano y 600 de materia caballar. ¿Tenía miedo a
quemarse? Dejó dos pellizcos.
Las formas son muy importantes. Israel de Pedro retomó los
apuntes que había dejado su predecesor y maestro del primer tercio y aplicó lo
mismo al tercer toro de la tarde. El picador dio algún tropiezo más fuera del
morrillo, del toro se entiende, pero sin consecuencias para su honor. Muy habilidoso
en las rectificaciones estuvo Puchano en su actuación al cuarto animal de la
tarde porque la coronó con muchas y repetidas puñaladas como un martillo de
percutir.
La tarde no remontaba con estos insulsos animales a los que
no habían cogido la medida exacta para controlar sus escasas fuerzas y que aburrían
con sus desganadas potencias de nobleza. Llegó Manuel Sánchez para perpetrar el
simulacro de vara a remanguillé que echó al toro de El Pilar al corral y
repitió idéntica e inclasificable actuación al sobrero de Castillo de Huebra.
Pero, ay, siempre hay un roto para un descosido. El sastre
resultó ser Agustín Collado que emprendió un golpe con extrema violencia en el costillar
del animal de consecuencias incontrolables pues el toro salió cojeando del trance
y el maestro preocupado por el escándalo que se montó y la certidumbre que le
caería una sonora bronca del maestro que a esas horas soñaba con la segunda
oreja que le abriera la Puerta Grande. El presidente cambió de toro. “A ver qué
haces Agustín”, le señalaban desde el tendido algunos personajes castizos que
aún quedan. Pues bien, lo que hicieron el maestro picador y los demás subalternos
fue cogerle al toro segundo sobrero una tirria medrosa sencillamente porque al
animal de Villamarta le faltaban unas horas para cumplir los seis años. En fin,
un día más de gloria en el desastre del tercio de varas acontecido en el primer
coso taurino del mundo.
El resto, brevemente. Urdiales estuvo porfiadamente medroso.
Sin remedio y voluntad. David Galán merece verle torear porque demuestra: que
no da trapazos; que tiene clase de gran torero; que está muy inteligente ante
la escasez de materia aprovechable para el toreo que le ofrecen; que resuelve
bien; que tiene temple; que es muy agradable ver a profesionales que no se
empeñan en chapuzas toscas. Y Víctor
Hernández dejó claro que está sobrado de valor, pero necesita mandar en técnica
y en ejecución.
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