lunes, 12 de mayo de 2014

Tercer festejo. Feria de San Isidro 2014

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 11 de mayo de 2014.
Tercer festejo de la Feria de San Isidro 2014.
Toros de José Escolar para los diestros Fernando Robleño, Pérez Mota y Miguel Ángel Delgado. 


Lecciones para tomar

Por Paz Domingo


No se hace necesario dar lecciones a nadie pero hay alguien que debería tomar unas cuantas. Por ejemplo, los aficionados, este conjunto de hombres y mujeres que se pueden contar ya por escasos, que tenían una sincera expectación, conciliada en los últimos años, por el empuje de José Escolar en el tema genético y solvente. Por ejemplo, el ganadero de encaste Albaserrada que presentó una corrida de toros infalible y alejada de presentación, casta, fuerza, temperamento y acometida, mientras aquellos espectadores se quedaron decepcionados increpando al propietario de las reses que se encontraba en el callejón de la plaza. Por ejemplo, los toreros de la terna, todos con las mismas imposibilidades para lidiar, torear y estar por encima de los animales que a pesar de todo valían para la muleta.


Salió por toriles un conjunto todo por igual, salvo algunos matices. Los escolares estuvieron mal presentados, muy por debajo del trapío que hace redondear la unanimidad ya que faltaba por evidente el remate –que el buen entendido no confunde jamás con los kilos-, salvándose de la regularidad un sexto de boyante aspecto. De comportamiento idéntico. De entrada despistados, nada elocuentes, reservones y de una flojedad preocupante. No tuvieron claridad de empuje en el caballo, tampoco fuerza acometedora, ni mucho menos ganas de repetir arrebatos. Los picadores ayudaron mucho para esconder lo que escasamente tenían pero lo cierto es se quedaron muy lejos de la fiereza que se esperaba. En banderillas se hundieron mucho más los ánimos porque lejos de remontar, los toros porfiaron en el desapego. Y fueron bastante acordes en el tercio de muleta pues al menos tres –que hicieron primero, cuarto y sexto- tuvieron embestida para aprovecharla.


También los tres hombres de la terna torera perseveraron en que no querían, o podían, conducir el trasteo adecuado que consistía en llevar toreado un animal que buscaba los adentros en los pases, que no quería posiciones encimistas, que buscaba el centro del platillo y no los tercios, que no hicieron extraños, que llegaron enteros con sus escasas fuerzas pero crecidos en la inconclusión de los diestros. Robleño se alivió en los dos animales de su lote, a los cuales se podía haber sacado más resolución, incluso se le vio fuera del arrojo de otros tiempos. Pérez Mota no tuvo mucho para elegir, como tampoco mucho que aportar con un toreo en oblicuo. Y Miguel Ángel Delgado estuvo desbordado por sus carencias de sitio y profundidad e intentó el acompañamiento de la embestida hasta hacerla irritante.


Las excepciones de gran torería las pusieron dos miembros de la cuadrilla de Robleño. Sucedió en el cuarto toro. El subalterno Otero dejó dos pares de banderillas en una demostración del toreo clásico de frente parando en seco el enérgico viaje, asomándose al balcón y saliendo andando de la suerte. Iturralde, un picador de alma serena, citó con elegancia, contuvo con precisión y vació con naturalidad. Parar, mandar y templar. Así ha sido el torero siempre y siempre lo será para esperanza de algunos y la emoción que tanto reclama el resto.

Los aficionados andan a estas horas dándole vueltas a esto de los matices que los ganaderos aplican para los adentros en la selección. Y lo bueno que tienen los citados simpatizantes a la verdad del toro y del toreo es que tienen memoria y a algunos se les oía en los bares aledaños a la plaza cómo les habían salido a otros ganaderos, también de alta estimación, los experimentos acrecentadores de la nobleza, los encantamientos para aliviar a sus criaturas de los empujes en los petos y las insistencias de un tipo morfológico con comodidad. Y como la memoria es larga, y la crianza de toro también, ya se sabe que los reveses salen muy caros para todos. El mundo va y viene y lo importante no es ganar el envite sino lo que se pierde en el encontronazo. Así ha sido siempre.

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