martes, 4 de enero de 2011

Sobre las declaraciones taurinas del Presidente

“Pío, pío, que yo no he sido”
De todos es sabido que al Presidente del Gobierno no le gustan los toros. Él mismo lo ha comentado en alguna ocasión. Esta circunstancia es absolutamente respetable, tanto como su figura y lo que representa. Que quede por delante. Precisamente esta mañana concedía una entrevista a Onda Cero Radio y entre sus declaraciones y respuestas (que recogía Europa Press) afirmaba que las corridas de toros en Cataluña "no se deberían haber prohibido, más allá de que guste o no y se tenga más o menos afición a una fiesta que tiene tradición". Añadía que "habría votado no" a la prohibición y que "no le ha gustado" la decisión tomada por el Parlamento catalán.
Estamos de acuerdo con la aserción del Presidente Zapatero. A nosotros, a los aficionados, a los que amamos la Fiesta, a los que reconocemos su historia y su emoción, tampoco nos ha gustado la decisión catalana de prohibirla. Por lo mismo, tampoco nos satisface que nuestro máximo representante en este país haga estas declaraciones a “toro pasado”. Debía haberse pronunciado cuando tocaba, o cuando menos, en el momento que el Partido Socialista (del cual José Luis Rodríguez Zapatero es secretario general en la Comisión Ejecutiva Federal) decide dar libertad de votación a sus señorías parlamentarias catalanas (pertenecientes a su partido), alegando libertad de conciencia (cuando precisamente se había negado esta responsabilidad individual para el plebiscito y votación de leyes que probablemente así lo exigían). Su agrupación política no termina de ofrecer un mensaje definido sobre el tema taurino y esta confusión les está pasando factura, sobre todo, cuando se roza el absurdo como ha ocurrido en Cataluña. Ya se han dado cuenta, o así me lo parece por las declaraciones que acaba de realizar.
Me permito una licencia arriesgada y espero que el Presidente entienda la osadía ingenua con la que lo planteo. Creo que esta circunstancia prohibicionista nada tiene que ver con los gustos y las aficiones. Al menos, en primera instancia. Se trata de una cuestión de libertad, de que todos somos iguales ante la ley; en oportunidad para el desarrollo cultural, social e histórico; en posibilidad de manera individual, minoritaria o ampliamente colectiva; en el respeto a las leyes; en la obligación a cumplirlas; en la responsabilidad que tenemos con nuestro pasado y en la oportunidad para el futuro. Los máximos representantes sociales, políticos e institucionales no están obligados a tener afición a los toros, pero sí son responsables de reconocer su historia, su patrimonio, su cultura, su singularidad, su posibilidad económica, su lenguaje, su todo, y además ser garantes de fomentar su desarrollo, de asegurar su continuidad para los hombres y mujeres que quedan por venir.
Sólo me queda ofrecerle una invitación si algún día quiere ir a los toros. Sería un placer, Presidente.

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