jueves, 23 de septiembre de 2010

Sobre el blindaje de los ‘correbous’

La fábula (identitaria) de la zorra y las uvas
El Parlamento catalán ha dado una nueva lección de Estado, evidentemente a su manera. A la manera identitaria, que para más señas nadie sabe de qué se constituye, pero sí cómo se aplica. El dirigente de la formación política catalana Convergencia i Unió, Artur Mas, trataba de explicar estas peculiares interpretaciones propias sobre el tema de los toros en el espacio radiofónico de una emisora de ámbito nacional. La primera pregunta que se le hacía era precisamente sobre por el asunto trascendente y urgentísimo de blindar las fiestas populares de los correbous en Cataluña en el último pleno de la legislatura, dos meses después de que esta misma institución prohibiera las corridas de toros en esta comunidad autónoma y dos meses antes del día señalado de las elecciones locales. Ambas cuestiones (unos festejos en el ruedo y otros en las calles) que afectan a la representación de los espectáculos taurinos podrían darse conjuntamente, y en el peor de los casos defenderse que existiera uno y el otro no. Pero, lo que todo el mundo entiende es que no se pueden emplear los argumentos animalistas para unos y queden excluidos para otros. Las explicaciones prohibicionistas se sustentaban en el sufrimiento y muerte del animal dentro de un espectáculo público. Por tanto, la solución era impedir que se produjeran mediante ley, aunque se aprovecharía la coyuntura para escenificar lo casposo, irreverente y obsoleto de un mundo al que estamos obligados a cambiar, tanto como nuestra conciencia, libertades, modales, historia y hasta el catastrófico sentido trágico y rancio que nos define.

Todo mundo entiende la maniobra oportunista en el tiempo y el espacio. Todos de acuerdo en el matiz, excepto los postulantes autoritarios, prohibicionistas, identitarios y exclusivos de sus señorías catalanas, que como aseguró un representante político de Esquerra tras la votación “se defiende las tradiciones catalanas y los correbous son una fiesta catalana”. Frase esta muy curiosa pues el presidente de ERC (la misma agrupación política, miembro del tripartito que gobierna), Joan Puigcercós, dijo hace unos días: “la abolición del sufrimiento no tiene patria”.
Artur Mas –que sólo habla de independentismo en la intimidad- afirmaba y reconocía en esta entrevista radiofónica que la medida se ha debatido y tomado por el obligado carácter “identitario” (así definido por la más alta institución catalana) de las fiestas populares de los correbous, en los cuales no se matan a los toros a estoque (como se hace en una plaza de toros) sino que se corren por las calles con teas en los cuernos, o quizá con sogas en sus extremidades, o quizá con otras vestimentas similares, para luego posiblemente comérselo en caldereta colectiva. Los miembros de las asociaciones animalistas insisten en la crueldad de la lidia de los toros en las plazas y, por supuesto, ignoran los sufrimientos de los animales (a su juicio no existen porque no se matan) que protagonizan las correrías por las calles de muchos pueblos de la ribera tarraconense. Tesis fundamental, parece ser esta de medir el salvajismo. Y tan arbitraria, tan fundamentalista, tan cínica y obscena que sirve para un roto como para un descosido.
A su señoría Artur Mas le parece indiscutible este apasionamiento del Parlamento catalán (precisamente porque han votado a favor de este blindaje más del noventa por ciento de sus representantes, según sus palabras), excluyendo en esta razón numérica cualquier atisbo de partidismo, intencionalidad, manipulación, sectarismo, oportunismo y de paso niega que se atente contra las libertades.
Y es que podemos estar tranquilos. Artur Mas ha explicado con rotundidad que los correbous no se tocarán pues está previsto que “se regulen”. ¡No sea tan olvidadizo, señoría! No quisiera enmendarle este arrebato organizador, pero estaría bien que recordara que el único espectáculo del mundo que está regulado, reglamentado, asistido y dependiente institucionalmente del Ministerio de Interior, es el que corresponde a las corridas de toros. ¡Qué lástima que no lo recordara en su momento! Nos abríamos ahorrado un disgusto, más una prohibición estupenda. ¡No sea tan olvidadizo, señoría!

Estoy por la labor (desinteresada) de recordarle aquella interesante mañana, (al día siguiente de que la más alta institución catalana diera curso a la tramitación parlamentaria de la Iniciativa Legislativa Popular que promovía la prohibición de los espectáculos taurinos, más tarde concretada en las corridas de toros, y más tarde consumada), aquella en que recibía a algunos miembros de su grupo político, elegidos en los pueblos hermosos situados en las tierras que el Ebro surca en Tarragona. Amplia representación política tiene usted allí, por el numeroso grupo que constituía la visita que tan cortésmente le hacían. En la cita le dijeron que eran muchos, de muchos pueblos, buenos votantes, mejor catalanes, que son tan suyos como cualquiera con sus fiestas, que les gustan las correrías de los toros embolados transitando entre masías, que dejan su buen dinerito a las locales economías, que se cuidan mucho de no importar materia prima fuera de las particulares fronteras pues disponen de dos o tres ganaderías a su disposición exclusiva, que se puede vender el tema como protección de espacios verdes y acuíferos muy saludables en el discursito político, que a buen seguro no estaría dispuesto a perder ni un simpatizante tan necesario en el cómputo final electoral, y sobre todo le recordaron señor Mas, que tuviera en cuenta los plazos, es decir, prohibición en julio, fiestas en agosto, elecciones en noviembre. Tranquilizó a los asistentes que los correbous no se tocarían, ni con Iniciativa Legislativa Popular ni con nada. Y ha cumplido su promesa. Ha dado una lección de alto concepto de Estado.
Por esas mismas horas, de esos mismos días, el señor Balañá -propietario de la Plaza Monumental de Barcelona- y su corte de abogados se dejaba ver y oír por los despachos, recordando también que de efectuarse la prohibición de los festejos taurinos -en el único ruedo en Cataluña disponible a tal efecto (es decir, el suyo)- se exigiría la correspondiente indemnización por daños y perjuicios sumados por alrededor de cien años de negocio inexistente. Algo así, como el gran pelotazo del siglo (es decir, el suyo). Poco importó esta cuestión pecuniaria -quizá por este acusado concepto de servicio al Estado- pues la idea es que el monto lo paguemos entre todos.
¡Ay, esa zorra tan sibarita de la fábula, a la que no le apetecía zamparse las delicias de la parra asegurando que estaban agraces! ¡Qué lista, que al mínimo descuido contemporizador las engulló de golpe! ¡Qué ingenuos todos, los que pagaremos con creces el empacho a base de lavados de estómago! ¡Qué catástrofe por tanto empobrecimiento que se avecina! ¡Qué tristeza en el alma torera! ¡Qué suerte la nuestra entre tanto personaje ramplón y mentecato, de voz potente y ejecutora, de artilugios deplorables, de artimañas obscenas, de ignorancia supina, de corruptelas pergeñadas para ser legales, de talante insufrible!
Pueden decir lo que quieran. Pueden hacer lo que les plazca. Es más que evidente que lo están haciendo a sus anchas. Pero, por lo que más quieran, ¡no nos fastidien la vida redimiéndonos por nuestros pecados y costeando los suyos propios! Los aficionados, los que amamos, defendemos y respetamos el mundo maravilloso y singular de los toros sabemos lo que nos espera: ser fusilados al amanecer. Ustedes tengan cuidado. Cuídense, que tanto mosto empacha, no vaya a ser que tengan que acudir a urgencias. Cuidado a todos, las uvas ya están maduras.

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