miércoles, 10 de febrero de 2010

Declaración de intenciones

(…) Comienzo publicando abiertamente mi reconocimiento apasionado por este singular mundo que representa el universo de los toros, aquel que surgió hace tiempo cuando el hombre quiso dominar con fuerza, pero con inteligencia, a un animal fiero, incierto y desconocido. Reconozco la grandeza de un espectáculo único en su origen y desarrollo, en su esencia y evolución, en su originalidad y en la reglamentación que lo sustenta, en su violencia innata y en su posterior sublimación en arte, en su historia y en el fenómeno erudito de las tauromaquias que genera.
Ingenuamente, me sigue asombrando el milagro que se produce en el peculiar proceso de domesticación a que ha sido sometido y que consiste, ni más ni menos, en una destreza artificial para conservar intactas sus condiciones salvajes. Una extraña paradoja.
Declaro mi enamoramiento de la portentosa belleza que atesora el toro de lidia, cuando se da con toda la integridad física y temperamental, con la fuerza descomunal que representa su genio, acometividad, defensa, y resistencia al sometimiento. Puedo garantizar que quien ha vivido la experiencia de inquietarse con la bravura que lleva dentro este exclusivo animal, queda capacitado de por vida para amar apasionada y desinteresadamente este espectáculo tan incomprensible. Por tanto, creo en la autenticidad de este milagro, fuera de toda especulación, negocio, tiempo, y en definitiva de toda moda que devalúe un ápice su esencia.
Admiro incansablemente a todos aquellos hombres y mujeres que en el mundo taurino se han dado, por su capacidad de trabajo, por superar el miedo y por entender su grandeza, porque pusieron su ingenio para desarrollarla, acumularon talento para transmitirla, y generaron pasión para disfrutarla. De la misma manera que me conmueve el ímpetu de una afición sincera que busca cualquier atisbo majestuoso que en este mundo se produce, que acrecienta su vocación con la autenticidad que representa, que la guarda celosamente en su memoria, que la acaricia porque es hermosa, y que la protege porque es verdadera.
Creo en esta verdad única: en la legitimidad de la lucha, donde no gana la técnica porque ejecuta, ni la inteligencia porque somete, sino en la verdad desnuda que transforma la carnalidad de este espectáculo en arte elevado (…)

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