miércoles, 13 de mayo de 2015

Crónica. Quinto festejo de San Isidro 2015



El alto vuelo de un centauro

Por Paz Domingo

Los elementos no se alinearon. Y lo que se esperaba no se produjo. Era uno de los escasos carteles que ofrece interés fuera de la prolongación de la decadencia en la que está inmersa la fiesta en una plaza medio vacía, que no medio llena. Confluían en expectación toros, toreros, aficionados y un calor infernal. Posiblemente nadie resultó inmune a este esfuerzo dantesco pero con seguridad será un festejo para recordar. La ganadería de Pedraza de Yeltes trajo a Madrid un corridón de toros, con animales poderosos, imponentes en hechuras, fuertes como colosos, impecables en trapío, sin adjetivos añadidos a la casta, capaces con su solemnidad de inflar los corazones más deshidratados, incluso en el debate entre el furor de lanzarse a los petos, la resistencia al sometimiento y las dudas de la deserción. Esta situación extrema en enfrentamiento entre hombre y toro se promueve en contadas ocasiones y pretender ordenar una naturaleza salvaje con la épica de unos titanes es tan paradójico como no tener en cuenta que la vara de medir no es laxa cuando conviene.  

Poner a estos hombres en la tesitura de examinarlos en complejidad taurómaca puede resultar cruel porque los conocedores y aficionados que saben una pizca de qué va esto, de verdad, les exigirán hacer trasteos impecables en valentía, conocimientos, recursos y tan alto grado de exposición que pueden parecer sobrehumanos al resto de los sujetos. Sin embargo, las cosas son así. Hay bizarrías, hazañas, proezas, sabidurías; pero también apariencias, ventajas, sinsabores, errores y huidas. Castaño, Ureña y Del Álamo están anclados en un punto del escalafón que es inamovible para la unanimidad de los hombres que pasan por ella, tan delicado que un paso en falso les trasladaría al olvido y tan injusto que únicamente un milagro les pondría con las altaneras figuras. Y los tres estuvieron a merced de los apuros, por supuesto con matices.

Castaño en un bache apreciable anduvo sin la fortaleza de otros momentos y con las mismas inconcreciones con el estoque. El primer toro al que se enfrentó resultó bravucón y después huidizo, con dureza descompuesta y varias coladas a lo bruto. El matador mostró sus contradicciones pues donde pone exposición, añade carencias para cambiar de terrenos; donde debe convencer con dominio, se pierde en trasteos que desesperan; y donde tiene que resolver con destreza de gran profesional, huye de la suerte tanto como de sus temores. Al final, las dudas que Castaño pueda evidenciar como lidiador quedan apagadas definitivamente con su condición de no matador y perdonadas por la actuación de su cuadrilla. Dicho esto, es justo añadir que la suerte hace el resto pues no se sabe cómo puede suceder pero si hay algún bicho de reservada categoría acaba siempre en su jurisdicción. Como por ejemplo, el cuarto. Un tío con barba, con un potencial físico descomunal, con la fuerza de un misil, que sin preámbulos se dirigió al burladero alejado de su querencia, se enroscó en los prolegómenos del capote y en cuanto vislumbró al caballista se lanzó en forma de locomotora, se empotró en los bajos del peto, apalancó con fuerza y con riñones, hizo rosca con la pesadumbre del jamelgo y, como un Hércules agraciado por Zeus, elevó varios pies del suelo en sucesivas vueltas al binomio caballo y caballero para terminar arrojando a ambos contra las tablas, retrayéndonos a excelsas epopeyas taurómacas.

O al Olimpo griego. Un centauro protagonizó la lucha titánica entre la fuerza desmesurada y la contención sublime porque Tito Sandoval, convertido en héroe mitológico, no se afligió por el  empuje descomunal del toro y, aún a sabiendas, de quedar suspendido en volandas y ser lanzado al descalabro, aplicó su inteligencia levantando la vara para así no quebrantar el esplendor de la fiereza de un animal sagrado. Es decir, se impuso la racionalidad a la barbarie. Quedó un tiempo muerto ante la dificultad de levantar al caballo conmocionado y hubo de recurrir a desvestirlo, dejarle con las vergüenzas al escarnio y al toro recuperándose, enterándose y alejándose a las tablas. En estas circunstancias, volvieron Otero y Sánchez a la maestría para dejar ante las imposibilidades tres pares de banderillas haciendo fácil lo que es imposible para el resto de los humanos. De poder a poder, atrajeron a la fiera a cuerpo limpio, acudieron a su encuentro sin estridencias, expusieron el pecho, de frente clavaron y con la misma práctica salieron silenciosos. Por supuesto, gloriosos. El maestro Castaño quiso de nuevo ahormar las circunstancias cuando se hacía preciso el trasteo en la cara, la imposición del dominio, de probar terrenos, de intentar matar sin aflicción. Castaño falló con un estoque atravesado al que hay que sumar la agonía de un remate que no llega.

También, otra vez, Ureña basa su fórmula en el toreo de esfuerzo y acaba por ser arrollado por animales avispados que descubren pronto sus flaquezas. Y no se entiende que desaproveche tanta valentía porque ante dos torazos correosos, con casta para desbancar con certeza se entregue gratuitamente a los vaivenes de una lidia poco cimentada, a sitios perfileros, así como a manoletinas innecesarias. Dejó algunos muletazos considerables. A cambio, terminó molido con dos puntazos en su primera actuación que le llevaron a la enfermería y pudo ser más pues en la última recibió otros dos atropellos. Tuvo dos toros que requerían más pericia y, que a pesar de su valentía, no pudo superar ni en la suerte suprema.

Otra cuestión es la de Juan del Álamo que terminó comportándose como figura cuando aún no lo es. Las licencias taurinas que se tomó molestaron a los aficionados que están empeñados en respetarle las condiciones que tiene el diestro para el toreo. Cometió dos mayúsculos errores. El primero, desaprovechar la nobletona condición del único toro que llegó aceptable a la muleta con una faena –que aunque muy inteligente en sus principios con trincherazos fabulosos- acabó en los sitios lejanos y en estéticas que en Madrid no cuelan. Se puso tan gallito tras un bajonazo que el público entendido le cantó las verdades como se las cantan al lucero del alba. No le dieron la orejita, porque no se la mereció. El segundo desliz se trató de reventar con alevosía al segundo de su lote en vara toricida y se da fe que lo consiguió porque los borbotones que salían del cuerpo lacerado del gigantesco animal, colorao y nada mojicón, provocaron un desbordamiento. Le hubiera servido para una gran faena de muleta, y que una vez más esa ambición que tiene –según dice él mismo- de ser figura del toreo le ha hecho creer que todos los toros son orégano. Terminó con una estocada a toro parado. Sin destacar.

Y hablando de figuras. Están a punto de hacer presencia. Por cierto, como ya sabemos que no se van a poner delante de un animal con la décima parte de cualquier toro lidiado en esta tarde de autos, y como sabemos lo que queremos, pues es conveniente advertirles que formar parte de la comitiva de Zeus les proporcionará manjares, pero entre Apolo y Afrodita es preferible un centauro de las patas a la cabeza.

Plaza de Las Ventas. Madrid, 12 de mayo.
Quinto festejo de la Feria de San Isidro 2015.
Toros de Pedraza de Yeltes para los diestros Javier Castaño, Paco Ureña y Juan del Álamo.

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