jueves, 1 de agosto de 2013

Inclemente segundo festejo en Azpeitia


Segundo festejo de la feria de San Ignacio 2013
Azpeitia, 31 de julio de 2013
Toros de Palha para los diestros Manuel Escribano, Alberto Aguilar y Paco Ureña.

Inclemencias

Interminables resultaron las dos horas y pico que duró el festejo en la bombonera coqueta de Azpeitia en su día grande de feria. Derretidos nos quedamos en el apogeo de una insoportable canícula cuando los abanicos y las bebidas frías eran insuficientes para mitigar el agobio ambiental. Fue un esfuerzo cuesta arriba mientras la ausencia de casta se sucedía en los ejemplares del ganadero de más cartel en esta feria poderosa en carácter torista. Eran hermosos de hechuras, impetuosos de salida, mansos de libro, para terminar rajados y apalancados como piezas de mármol. Cuando ya el aire faltaba, cuando el cuerpo se deshacía, cuando la pesadez contaminaba las entrañas surgió una brizna esperanzadora a la altura del quinto ejemplar que cayó en manos de Aguilar, quien puso mucho oficio certero de muleta en la cara del animal, quien porfió en naturales arrancados con maestría hasta concluirlos en ligazón, quien resultó con dominio de las complicadas repeticiones, quien arriesgó todo en el intento de colocar el estoque en lo alto y que terminó fallido.
Escribano puso folclore en banderillas, aunque desajustado, acompañó los viajes cuando se produjeron y demostró poco mando a la hora de matar, cosa que realizó como pudo a los animales ya muy aquerenciados en tablas. Paco Ureña pudo aliviarse más con un público a su favor pero en definitiva tampoco destacó en resolución, circunstancia que se le presentó con el último toro de la pesada tarde porque su exceso de ingenuidad le dejó a merced de sucesivos vaivenes.
Muchos creen que Azpeitia puede ser una plaza donde todo vale. Todo como las moliendas a traición bajo los petos. Todo como las lidias a mogollón sin orden ni concierto. Todo como los espectáculos espeluznantes. Pues que tengan claro que no. Que si no ardían los ánimos es porque nos asábamos en la intemperie de la canícula.



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