jueves, 6 de junio de 2013

Crónica. Corrida de la Beneficencia 2013

Feria de San Isidro 2013. Corrida extraordinaria de Beneficencia
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 5 de junio de 2013
Ganadería de Valdefresno (remendada con 2 toros de la ganadería de Victoriano del Río) para los diestros Juan José Padilla, Morante de la Puebla y Sebastián Castella

Abordaje a lo filibustero

Por Paz Domingo

El reiterado petardo histórico para la gran corrida de Beneficencia tuvo en esta edición muchos nombres propios y entre todos protagonizaron como filibusteros, enardecidos y hambrientos de tesoros, el fabuloso abordaje del galeón indefenso anclado en la deriva y a punto de hundirse en las calurosas aguas turquesas. Y como sucede en todo asalto cuerpo a cuerpo, ideado para estos guiones cinematográficos que tanto se aprecian en la posmodernidad de la piratería, el equipo corsario soltó un cañonazo por la popa que dejó al navío contrario listo para el hundimiento en vertical.

Dicen las malas lenguas que hubo un fantástico baile en los corrales madrileños. El desembarque de patrullas con mercancía de batracios con entrañas, presentaciones y cornamentas devaluadas, se sucedía sin límite. Se apañaron como pudieron. Se remendó la corrida con dos fenómenos que aportó el ganadero triunfador de la pasada edición en su mismo estilo personal sobre la crianza de supuestos toros de lidia y que consistió en mansos de recorrido plano sin nada para temer ni desarrollar, salvo la molienda que les puedan propinar por tontos. Y parecer ser, que algo sucedió. El presidente Muñoz Infante que estaba dispuesto para la encerrona planeada desapareció a la orden de cese inmediato. El lugarteniente Trinidad López-Pastor se hizo cargo del timón y se supone que con órdenes precisas para mantener el orden en el plató, además de no devolver ni a uno solo de esos figurantes con aspecto de toritos melancólicos que con tanto esfuerzo se habían conseguido recolectar.

Por orden de actuación, apareció abriendo plaza el comandante Padilla bajo una ovación incomprensible porque el vendaval que definía hace tiempo al impetuoso personaje se ha trasformado ahora en solanera insoportable. Tras haberse dedicado en cuerpo y alma al ponderado discurso en los altos foros, a Padilla le ha dejado de interesar la batalla, que no el asalto. La fama le ha hecho recapacitar en su osadía. Mientras, alentado por el espíritu de Frascuelo intenta desenvuelto el toreo periférico del mando inexistente, pretende porfía para dejar apacible su talento y consuela con su improductiva torería a quienes le quieran ovacionar, ver y escuchar. Aunque se llevara un susto, que se lo llevó, cuando ambos protagonistas -el cuarto bovino desventurado y el fenómeno de patilla recortada- peleaban en sus desventuras por asegurar quién sacaba la cabeza del agua. Pero los dos quedaron asidos a una nadería en medio del océano.

Después apareció el cautivador de la torería andante llamado Morante y apodado de la Puebla. Mitad poeta, mitad bandolero, conformado en divinidad cuando desplegó capote para suministrar maná al pueblo elegido de gorda corbata con dos medias preciosistas, un apunte verdadero de toreo a la verónica y sacar su coraje dormido para endilgar una faena que prometía acabar con el cuadro. Y casi termina con él, porque su desatino con el estoque ya trascendía en bronca irrefrenable en los tendidos poblados de incondicionales. Los mismos que disponen esperanzas, bolsillo y garganta para muchas espantadas fabulosas y algún esporádico arte. Si la media de Morante bien vale una misa, pues que repiquen con tiempo el día señalado, -dicen los demás no tan insobornables-, que allí irán como contribuyentes piadosos del cepillo parroquial, hartos ya de aguantar tantos sermones banales a la espera de la trasfiguración.

Ni Morante pudo devolver la horizontalidad al navío escorado, ni Castella poner el broche a la nefasta tarde con su ya habitual manera de entender el insustancial dominio siempre acampado en el centro del ruedo para después trajinar en la desorientación, ausentarse del entendimiento bovino y dejar ver al mundo su flemática figura de misticismo fingido. Tuvo algo más de materia en el sexto animal descastado que terminó con el cuadro bucanero, pero el maestro le propuso pases cambiados por detrás y también por delante, en circular y en las afueras, a diestro y siniestro. Ahí quedó el aburrimiento completo.  

Tan enviciada está la cosa de la lidia de los toros que ya parece difícil una tabla de salvación que saque de las profundidades el buque naufragado y pueda ponerlo de nuevo a flote. No es más que una fiel reproducción novelesca de aquellas historias de filibusteros que surcaban los mares del Sur, cometían mil abordajes, se retaban con bravuconadas por el dominio absoluto, se respetaban por su carácter sanguinario, llevaban pata de palo, se emborrachaban en la cantina guarecida y enterraban tesoros en oscuros paraísos.

Ayer, amigos, era tarde de comparaciones. De nostalgias. De verdades. Del reflejo de esta España cañí. Un palco que no tenía desperdicio pero tan enjundioso que no puedo resistirme a su descripción. En representación de “la más alta institución del país”, según se asegura, se encontraba la infanta aficionada, muy bien escoltada por su ya mediático secretario personal y su jefe de comunicación muy atento a las proyecciones también telemáticas. Flanqueada estaba Elena a su derecha por el presidente de Madrid, el mismo que un día fue responsable directo de los asuntos taurinos y que ahora, como propietario de hecho de la plaza madrileña, no le interesa un pimiento ni la plaza, ni las nefasta gestiones que él avala, ni la verdad, ni abordar la regeneración y limpieza de las aguas caribeñas ya putrefactas. A su izquierda, Wert, el ministro amante de la tauromaquia, el mismo ideólogo que se ha propuesto un plan de salvación para mayor gloria de la gran familia taurina pero que ha cerrado a cal y canto el patio de butacas a los interesados verdaderamente por el futuro. También, en un rinconcito aparecía la delegada del Gobierno autonómico y que, por cierto, casi presenciaba en directo uno de los más formidables conatos de rebelión aficionada. Y digo casi, porque ella iba a lo que iba: a ver a Morante y punto. Ella y el resto. Y a todos les importa la fiesta, -de verdad, de verdad-, un pepino. 
Eso sí, salieron de la plaza echando humo. La gran ovación se la llevó el maestro Paula, emboscado en el tendido alto del 7 (que como saben es el público condenado al ostracismo por aficionado, molesto y protestón) y que se dio a ver después de que las posibilidades de Morante se diluyeran como la espuma. Saludó derbordando torería al respetable. Y porque estos aficionados saben hacer las cosas y mantener la calma, si no hoy estaríamos hablando de cómo procesiona un lobo de mar de otra época. Algunos estaban dispuestos a todo, como evidentemente se vio.

1 comentario:

  1. Cierto es que la andanada recibida por la mura de babor dejó el navío desarbolado y al pairo; pero no hundido.No pudieron alcanzar el botín, que entonces sí que habría sido motivo para incendiar la Santa Bárbara y haber mandado todo a tomar por saco. Y no pudieron llevarse el botín de las orejas en tarde tan propicia porque ni siquiera son diestros cuando se trata de abordaje. La demostración palpable, como ejemplo, en ese Castella y su incapacidad para ejercer el toreo auténtico: ni un natural, ¡ni un uno!, digno de mención en el sexto, que con su borreguez seguía la muleta por ese pitón hasta donde se le quisiera llevar. En fin. Esto es lo que hay. Pensemos que nos queda alguna carronada en perfecto estado, como las lucidas en la corrida de Cuadri del otro día, para defender los restos del navío.
    Como siempre, excelente crónica Paz

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