jueves, 8 de diciembre de 2011

En un día de fiesta

Una de romanos. Otra de museos
No estoy por la labor de meterme en camisas de once varas. Me refiero a que es preferible seguir el ejemplo de la parsimonia que mantiene todo el sector de la comunicación de este país respecto al escándalo asociativo en monopolio de los licitadores que podrían optar al concurso de adjudicación de la plaza de Las Ventas en Madrid. ¿Se imaginan un estado soberano en que se convocaran elecciones y los tres únicos partidos mayoritarios con posibilidades para gobernar se estructuraran en empresa antes del referéndum, y no después, en coalición, en el que aseguran una lista única, un cuerpo con tres cabezas y digan que nos animan a votar porque estaríamos mejor representados? Incluso para alguien con un coeficiente intelectual que no supere las tres cifras sospecharía de esta suspicacia, e incluso la podría relacionar con una toma(dura) de poder absoluto. (¡Líbranos, Señor!)
Quizá, otros más románticos recordarían “el primer Triunvirato, “o nombre dado por los historiadores a la alianza política no oficial que formaron Cneo Pompeyo Magno, Cayo Julio César y Marco Licinio Craso” que desembocó en la Segunda Guerra Civil de la República de Roma después de que César cruzara el Rubicón, para más tarde ser asesinado en la escalinata del Senado y terminar así con su gran poder. El vacío causado por la repentina muerte del triunviro vencedor motiva la creación del… Segundo Triunvirato (Wikipedia dixit y recuerda). (¡Líbranos, Señor!)
Bueno, como digo, no me interesa meterme en líos, que encima ni me pagan por esto. La historia que quería contarles en bien diferente. Va de museos. Lean. Hace unos días me ofrecieron visitar el Museo del Aire situado en la base aérea de Cuatro Vientos en Madrid. La verdad, reconozco con vergüenza que me despertaba poco interés el plan, pues son bien conocidos mis recelos a cualquier aparato con alas. Pero, la tentación resultó fabulosa. Aparte de las fobias y filias militaristas que cada uno desarrolle ideológicamente, y dejando de un lado los amores, o frustraciones, a las experiencias por el aire, puedo asegurarles que éste es uno de museos más considerables de cuantos haya podido disfrutar en mi vida. Paseando entre biplanos, hélices, gigantescos hidroaviones, cazas de guerra, primeros prototipos del autogiro, motores descomunales, uno es capaz de asegurar la importancia de la Aviación en España en sus inicios (en este año se ha celebrado cien años desde su creación) y su desarrollo como potencia investigadora (Juan de la Cierva), además de ser pionera en los viajes trasatlánticos sin escalas y en hombres que dedicaron su vida a los altos vuelos.
Sentí envidia. Si fuera una aficionada a la aeronáutica sería feliz en este recorrido por los cien años de historia. Y me dio por añorar, por echar de menos ese gran museo de la tauromaquia que no existe, ni creo que pudiera existir. Las colecciones de contenido taurino, o bien están en manos privadas (en abundancia a lo grande), o mal expuestas, polvorientas y con escaso interés en recintos traseros de plazas de categoría.
No puedo entenderlo, francamente. Ganamos a los aviadores con más de dos siglos. No puede ser más gloriosa su historia que la fama de nuestra incalculable travesía taurómaca. Ni tampoco más valientes sus hombres. Ni más grande su afición. Ni más poderosa su contribución a la capacidad creativa del ser humano.
Igual, ahora que se ha quedado libre La Monumental de Barcelona, se podría considerar el tener este gran sueño que represente el mejor espacio recordatorio, un hermoso, único, heroico, singular, grandioso museo en el que el mundo de los toros quede expuesto para el orgullo del aficionado y aprendizaje de quienes se interesen por lo que significa en nuestras vidas, nuestra historia y nuestro país.
No es necesario ser militarista par comprender la grandeza de la aeronáutica, como tampoco ser taurino para olvidar la dignidad de nuestro amor por los toros.

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